La gincana diaria por la igualdad

Las vivencias de cinco mujeres evidencian el machismo que aún transpira en muchos ámbitos

Las cifras más optimistas, las del Instituto Europeo de Igualdad de Género, indican que faltan 60 años para que la brecha entre hombres y mujeres desaparezca. Sus últimos estudios, de finales del año pasado, sostienen que España progresa adecuadamente en ese ámbito y ocupa el octavo lugar con 72 puntos sobre 100, cuando la media europea es de 67,9 puntos.

Los datos más realistas, los que arroja la experiencia diaria, advierten en cambio de que el machismo sigue muy arraigado en la sociedad y que cualquier parálisis en las políticas de igualdad puede dilapidar años de avances. El coronavirus es un buen ejemplo de ello: las mujeres han resultado ser las más perjudicadas por la pandemia, tanto sociosanitaria como laboralmente.

Que las reivindicaciones no puedan brillar este 8 de marzo en la calle como en ocasiones anteriores no quita que tanto este como el resto de días del año sea necesario plasmar no solo los episodios más atroces de machismo, sino también aquellas pequeñas situaciones que lo amparan.

Cinco lectoras de EL PERIÓDICO repasan en este reportaje su día a día pasado y presente en una serie de conversaciones que evidencian que aún queda trecho por recorrer y caminos por asfaltar para que sea cierto que la igualdad será plena en poco más de medio siglo.

Ilustraciones: Ramon Curto
Coordinación: Rafa Julve

Soledad Nadal. Foto: Ferran Nadeu.

Soledad Nadal. Foto: Ferran Nadeu.

Marta Torres. Foto: Manu Mitru

Marta Torres. Foto: Manu Mitru

Beatriz Arroyo. Foto: Sergi Co

Beatriz Arroyo. Foto: Sergi Co

Berta Calmache. Foto: Elisenda Pons

Berta Calmache. Foto: Elisenda Pons

Verónica Bago. Foto: Ricard Cugat

Verónica Bago. Foto: Ricard Cugat

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Soledad Nadal. Foto: Ferran Nadeu.

Soledad Nadal. Foto: Ferran Nadeu.

Marta Torres. Foto: Manu Mitru

Marta Torres. Foto: Manu Mitru

Beatriz Arroyo. Foto: Sergi Co

Beatriz Arroyo. Foto: Sergi Co

Berta Calmache. Foto: Elisenda Pons

Berta Calmache. Foto: Elisenda Pons

Verónica Bago. Foto: Ricard Cugat

Verónica Bago. Foto: Ricard Cugat

“De joven me decían: 'Nena, trae la palangana'; se pensaban que era auxiliar”

Texto: Sonia Gutiérrez

Soledad Nadal es médica de familia en el CAP Casc Antic (Barcelona). Es una profesión que le gusta y que -como la mayoría de sus colegas de la sanidad pública- ejerce desbordada de trabajo. Hace más de 20 años que trabaja en la atención primaria, como explicó en una carta enviada a la sección Entre Todos de EL PERIÓDICO en la que denunciaba la falta de recursos y la sobrecarga por la pandemia. En todos los años de su carrera, asegura que nunca ha sufrido, ni como estudiante ni como médica, el machismo por parte de sus compañeros, aunque opina que “a nivel estructural” sí hay aspectos mejorables. Sabe de lo que habla, porque tras nacer su hijo, que ahora tiene 11 años, vio frenar su ascenso profesional.

En su sector, cuantas más publicaciones, comunicaciones en congresos, cursos e investigaciones se realizan, más puntos y mayor remuneración. Antes de ser madre, Soledad, que trabajaba en otro centro, hacía todo eso. Después vinieron la reducción de jornada para cuidar de su hijo y las dificultades de dedicarse a la investigación. Se acabaron las publicaciones, los congresos y los cursos. “Son años un poco perdidos -afirma-. Pero es una decisión propia, yo he preferido ir a buscar a mi hijo a la escuela y llevarlo al parque que hacer investigación”. Una decisión que replican las nuevas madres. “Las ves apuradas, entre la casa, el trabajo y los niños, como iba yo”. Poco ha cambiado. Bueno, algo sí: ella no tuvo acceso a la prestación de riesgo en el embarazo que, aunque “justito”, existe ahora en su gremio.

Foto: Ferran Nadeu

Foto: Ferran Nadeu

Foto: Ferran Nadeu

Foto: Ferran Nadeu

"Cuando una colega joven iba con un enfermero mayor, la gente los confundía y trataba al hombre de médico y a ella de enfermera"
Soledad Nadal
"Siempre estoy con la antena puesta por los posibles casos de violencia machista que puedan llegar a mi consulta"
Soledad Nadal

Tampoco ha cambiado demasiado el trato de algunos pacientes a las doctoras más jóvenes. “A mí me decían: 'Nena, trae la palangana'; se pensaban que yo era auxiliar”. Tiempo después, recuerda que "cuando una colega joven iba con un enfermero mayor, la gente los confundía y trataba al hombre de médico y a ella de enfermera".

Con la pandemia, considera que la desigualdad se ha acentuado. “Lo que vemos en la consulta es un reflejo de la sociedad”. Y lo que ve ahora, en un distrito como Ciutat Vella, es que las mujeres son las más afectadas por la crisis: las que más se han quedado sin empleo, las que más cuidan a los familiares enfermos... Al margen de la pandemia, otros casos son mucho más graves. “Somos uno de los primeros lugares adonde van las personas cuando hay violencia machista, estamos con la antena puesta”. Opina que aún hace falta concienciación. “A veces acabas dando consejos que para ti son básicos para que vean que hay otra realidad”. Es especialmente difícil cuando la víctima no quiere denunciar una agresión. El poco consuelo es que los protocolos han mejorado desde que empezó en la asistencia primaria hace 20 años y hay más puntos de atención a las víctimas.

Como madre, su “reto” es educar a su hijo en el respeto y la igualdad. “Ahora es preadolescente, pero pronto me tocará hablar de cosas delicadas”. La educación es el arma más eficaz para combatir cualquier discriminación. Y para conseguir que a las consultas de médicos como Soledad dejen de llegar casos de un machismo inaceptable.

"Lo que más me molesta es que haya mujeres que asumen modelos machistas"

Texto: Lluís Benavides

“Me fui de casa cuando cumplí la mayoría de edad y en mi casa no lo entendieron y sufrí una ruptura familiar. En esa época si te ibas era para casarte y vivir con un hombre, y yo me fui sola”, rememora Marta Torres, de 72 años, nacida en el seno de “una familia de clase media”. En su caso, sus padres se opusieron a su emancipación no tanto porque necesitaran su aportación económica o en las labores domésticas, sino por el qué dirán. “Costaba mucho que te alquilaran un piso a ti, como mujer, porque pensaban que si vivías sola te podías dedicar a la prostitución. No porque pensaran que no podrías pagar el alquiler cada mes. Era un tema de prejuicios”, añade esta vecina del Eixample que para emanciparse tuvo que compartir piso con un amigo. Se hicieron pasar por pareja y pidieron el ‘certificado de buena convivencia’ que emitía el alcalde de barrio, requisito indispensable en la España de los primeros setenta.

Torres nació y creció en “pleno apogeo del franquismo” y fue consciente de la discriminación que sufría por el hecho de ser mujer desde muy pequeña. “A las niñas no nos preguntaban qué queríamos ser de mayores como a los niños. La sociedad nos relegaba al hogar”, recuerda esta profesora jubilada, que tampoco entendía por qué los hombres entonces llegaban a la mayoría de edad con 21 años, y las mujeres, con 23. “Afortunadamente eso cambió con la democracia. Y muchas más cosas han cambiado a mejor”, admite.

Marta Torres. Foto: Manu Mitru

Marta Torres. Foto: Manu Mitru

"Para emanciparme tuve que hacerme pasar por pareja con un amigo. En los 70 se pensaba que una mujer viviendo sola se podía dedicar a la prostitución"
Marta Torres
"No podemos cambiar a los hombres porque no somos hombres; solo nos podemos cambiar a nosotras mismas"
Marta Torres

Descubrió su vocación relativamente tarde, en “la época gloriosa” de Rosa Sensat, una pionera imprescindible, conectada con el movimiento feminista catalán. Primero estudió un bachillerato equivalente a un grado medio actual y trabajó como administrativa. Siguió estudiando, por las noches y años más tarde se licenció en Hispánicas. Pero no tenía suficiente. Durante la carrera descubrió que “esa lengua que hablaba a diario no era un dialecto sino otro idioma diferente al castellano” y eso le empujó a estudiar Filología Catalana, su puerta de entrada a la enseñanza.

Se jubiló a los 70 años, después de pasar por tres institutos de Barcelona, pero no echa de menos la docencia porque sigue activa. “Siempre me ha gustado trabajar con jóvenes, la Secundaria, pero en mi último año descubrí la escuela de adultos y me encantó. Los mayores son alumnos muy agradecidos. Son principalmente personas de mi generación que en su momento no pudieron estudiar y ahora están muy motivados, quieren aprender lo que en su momento no pudieron”. Da clases unas tres veces por semana, y también las recibe.

Madre soltera por convicción, Torres considera que solo hay cosa peor que un hombre machista: una mujer machista. “Lo que me molesta más es la propia asunción de los modelos machistas por parte de las mujeres. Todavía hay mujeres que critican a mujeres que viven de una manera diferente, o por su imagen o su comportamiento sexual. No podemos cambiar a los hombres porque no somos hombres; solo nos podemos cambiar a nosotras mismas”.

"Si trabajas 40 horas, tu hija acaba siendo la hija de los abuelos o de la canguro"

Texto: Gabriel Ubieto

"Llámame mejor a las tres y media, que ya habré salido de trabajar y todavía tendré un rato para hablar antes de ir a buscar a mi hija al cole", afirma desde el otro lado del teléfono Beatriz Arroyo, vecina de Mataró de 40 años y con una hija de 8. A la hora convenida, vuelve a sonar su teléfono para la entrevista con EL PERIÓDICO, en la que Beatriz reflexiona sobre la conciliación de la vida familiar y laboral, a las puertas de otro 8 de marzo todavía con muchos retos pendientes. "Cuando estoy en mi trabajo me implico 100% en él, pero cuando salgo por la puerta me implico 100% en otras cosas, como mi hija", explica.

Beatriz es bióloga de formación y trabaja en una editorial de libros de texto, donde se encarga de las temáticas de ciencias, en la franja de edad de secundaria. "Investigación no quería hacer, porque las condiciones en este país son muy malas. Estuve un tiempo, pero acabé buscando otra cosa más estable", afirma. Hoy lleva 12 años en esta editorial. "Casi toda mi vida adulta", resume. Allí fue donde conoció a su marido –"eso que siempre se dice que con un compañero de trabajo nunca", cuenta riéndose- , con el que hace ocho años tuvieron a su niña.

Foto: Sergi Conesa

Foto: Sergi Conesa

Foto: Sergi Conesa

Foto: Sergi Conesa

"Mi hermano pidió reducir la jornada tras tener a sus hijos y la empresa le puso problemas. Lo veían raro y le pidieron explicaciones, cuando a mí no me pidieron ninguna"
Beatriz Arroyo
"Deberíamos trabajar todos menos, los niños lo notan mucho si están o no los padres. No deberíamos tener que esperar al fin de semana"
Beatriz Arroyo

"Me gusta mi trabajo, pero tengo muy claro que no vivo para trabajar", explica. Beatriz tiene una reducción de jornada a 25 horas para poder conciliar; él hace jornada completa, fruto de un pacto consensuando entre los dos cuando nació la pequeña. "Él me dijo: 'si tu lo quieres hacer al revés lo hacemos'", explica. Un distribución del tiempo que encaja con la estadística. Tres de cada cuatro empleos a tiempo parcial los ocupan mujeres, la mayoría para poder atender a la conciliación; según los últimos datos del INE. 

"Teníamos muy claro que los dos no queríamos hacer 40 horas. Si los dos trabajáramos 40 horas, nuestra hija acabaría siendo la hija de los abuelos o de la canguro", añade. Llevar y traer a su hija al colegio es una de las muchas cosas que Beatriz cuenta que no podría hacer si tanto ella como su marido trabajaran a tiempo completo. Algo que va más allá del mero transporte. "Puede parecer una tontería, pero conozco a todo el entorno de mi hija. A los demás niños, a sus profesores, a las madres o padres de sus compañeros... Cuando ella me cuenta algo, yo sé quién es quién, por qué y cómo", afirma Beatriz.

En los últimos años, esta madre mataronense ha ido viendo cada vez más padres en la puerta de los colegios esperando a sus hijos o en la AMPA. No obstante, reconoce que todavía son una clara minoría y que falta camino por andar en ese cambio cultural. Beatriz cuenta que en el caso de su hermano, fue él quien solicitó una reducción de jornada para hacerse cargo y cuidar de sus chiquillos. "Le pusieron muchas trabas desde la empresa. Era el primer hombre que lo pedía y eso que era una empresa grande. Y, por ley, tiene el mismo derecho que una mujer. Lo veían raro, no lo entendían. Tuvo que dar explicaciones, cuando a mí no me pidieron ninguna", recuerda.  

Este 2021 ha despuntado tímidamente el debate sobre la jornada de 32 horas a la semana, una práctica absolutamente residual en las empresas. “Creo que deberíamos trabajar todos menos, los niños lo notan mucho si están o no están los padres. No deberíamos tener que esperar al fin de semana para poder hacer cosas juntos”, opina Beatriz. "Yo quiero poder decidir que hacer con mi tiempo. ¿No dicen que el tiempo es oro?".

"Nos hacían estar 10 horas sobre los tacones y en falda en pleno invierno"

Texto: Helena López

Nació en el año 2000, pero esta joven universitaria -compagina tercero de Derecho en la UB con primero de Relaciones Internacionales en la UOC- sabe lo que es una jornada laboral de 10 horas de pie sobre unos tacones y con una incómoda falda de colegiala. Con 18 años, hace dos, trabajó como azafata en la última edición del Mobile Word Congress. Tras el frío que pasó el primer día en la zona de los taxis, en el aeropuerto, pidió junto a otras compañeras que las dejarán llevar un pantalón de traje, como los chicos, pero el encargado se negó. "Igual de elegante, pero más cómodo y confortable. Solo pedíamos eso, pero nos dijeron que no, que esas eran las condiciones", recuerda. "Y yo llevaba un tacón bajito, pero había chicas con tacones altos, los únicos zapatos de tacón negros que tenían, y tantas horas de pie, así, se pasa mal", asegura.

Pese a su juventud, esa experiencia la marcó y le hizo reflexionar sobre varias cosas. La primera, quizá la más obvia, ¿qué querían exactamente de ella, que no pudiera ofrecer en pantalones en vez de falda? La segunda, ¿por qué la inmensa mayoría de los congresistas que veía bajarse del avión eran hombres? ¿Cuánto talento se estaba perdiendo dejando al no contar con las mujeres? “Me chocaba mucho el contraste entre los temas que se trabajaban en el Mobile, ¡el futuro!, y la imagen de la ciudad que estaban dando: niñas de 18 años con falda y tacones, que era lo primero que veían todos esos hombres al llegar a Barcelona”, señala Berta Calmache, hija y vecina de Sant Joan Despí sentada en un banco del hall de la facultad, cargada con el portátil.

Foto: Elisenda Pons

Foto: Elisenda Pons

"Me chocaba mucho el contraste entre los temas que se trabajaban en el Mobile y la imagen de la ciudad que estaban dando: niñas de 18 años con falda y tacones"
Berta Calmache
"En los 'reality show' no nos dejan de mostrar a las chicas como las débiles, las que lloran por el hombre, las que aguantan"
Berta Calmache

La primera vez que esta joven sintió en su propia piel que algo fallaba en esta sociedad machista fue de niña, en el colegio. Tiene clavadas en la memoria las palabras de un profesor de Educación Física: "Corre más, corre más, que cuando llegues al final está El Corte Inglés". Palabras que aún le duelen cuando las recuerda y que alguna vez le vienen a la cabeza cuando sale a correr, actividad que hace a diario porque le encanta. "Y ese tipo de comentarios se siguen haciendo, pese a que las chicas estemos empoderadas", apunta. "Es muy importante eso, que estemos empoderadas y seamos conscientes de que podemos hacer cualquier cosa que no propongamos, que no nos hagan dudarlo", añade.

Una de las cosas que más la encienden es ver a chicas jóvenes, de su edad, metidas en relaciones tóxicas, algo que le preocupa porque ve que es demasiado habitual. "No en mi círculo más cercano, pero están ahí, en la sociedad, en todas partes. Y claro que Walt Disney hizo mucho daño, pero es algo mucho más profundo. En los 'reality shows' no nos dejan de mostrar a las chicas como las débiles, las que lloran por el hombre, las que aguantan", denuncia la joven, quien decidió empezar una segunda carrera en la UOC (Relaciones Internacionales) al estallar la pandemia, consciente de que tendría mucho tiempo libre. En la era precovid trabajaba los fines de semana en el Barça, ayudando en los accesos, los días de partido, algo que con la pandemia se acabó, igual que quedar con los amigos.

“El mío no es un sector machista, hay mucho respeto entre compañeros”

Texto: Mauricio Bernal

Hay un momento televisivo reciente que sirve para hacer una aproximación estrambótica a la clase de trabajo que lleva a cabo Verónica Bago, y es el que tiene lugar cuando Jesse Pinkman es llevado a visitar la fábrica de metanfetamina de los narcos mexicanos, en México. En realidad, es conducido allí para que comparta el secreto de la famosa metanfetamina azul, de modo que su visita tiene un halo de solemnidad. Sin embargo, cuando todo el mundo espera una instrucción científica del proceso, algo que involucre gramos y galones y tiempos de cocción ultraprecisos, Pinkman balbucea que él lo único que sabe hacer es mezclar lo del balde de aquí con lo del balde de allá, y luego echar encima aquel polvo, y más tarde rociar con…

Verónica Bago no se dedica a la producción de metanfetaminas. No se dedica a la producción de ninguna clase de droga. Pero sí hace algo que tiene que ver con desarrollos químicos: crea los registros digitales de los procesos de fabricación de medicamentos, la guía informatizada que emplean las farmacéuticas para la producción de medicinas. Trabaja en una consultora con sede en Sant Cugat bastante pionera en este asunto, al menos en España, y es la clase de profesional extremadamente bien formada que, si tan solo hubieran sabido de su existencia, habrían echado de menos los narcos de ‘Breaking Bad’ –en un improbable mundo en el que Bago, por razones estrambóticas, hubiera ido a dar al desierto de Sonora–. Tiene 26 años, nació en Barcelona, vive en Badalona, estudió Biotecnología, hizo un máster en Investigación Biomédica y ahora hace otro en Industria Farmacéutica. De modo que estudia y trabaja. “Intento compaginarlo. A veces no es fácil, pero los fines de semana dan para mucho”.

Foto: Ricard Cugat

Foto: Ricard Cugat

"El 'entorno farma' es reconocido como femenino porque hay muchas mujeres que estudian Farmacia, pero es un entorno que incluye muchas ingenierías, y ahí sí encuentras más hombres que mujeres”
Verónica Bago
"Creo que el machismo está en cierto modo relacionado con el nivel cultural, y yo trabajo en un sector de gente muy preparada"
Verónica Bago

Es un sector de hombres. La empresa es pequeña, de apenas 17 empleados, y Bago es una de las tres mujeres que trabajan en ella (“y fui la primera en la oficina”, subraya). “El ‘entorno farma’ es reconocido como femenino –explica– porque hay muchas mujeres que estudian Farmacia, pero es un entorno que incluye muchas ingenierías, y ahí sí encuentras más hombres que mujeres”. Toda vez que el aire que se respira está libre de prejuicios, Bago lo vive con naturalidad, con consciencia acaso de que es un sector minoritario, desconocido, de que ya habrá más empresas como la suya y más mujeres con ganas de hacer lo que hace. “No es un sector machista. Creo que el machismo está en cierto modo relacionado con el nivel cultural, y yo trabajo en un sector de gente muy preparada. Hay mucho respeto entre los compañeros”.

Dicho de modo rimbombante, Bago está en el corazón de la transformación digital de la industria farmacéutica y está contenta y satisfecha de formar parte de ello. Eso que muchas empresas aún tienen en papel (esa guía, esas instrucciones para hacer medicamentos) ella lo está llevando al nuevo mundo. “Lo que más me gusta de mi trabajo es cuando voy a ver al cliente, el momento en que voy a ver sobre el terreno cómo es todo el proceso farmacéutico. Entonces me reúno con ingenieros, químicos, biólogos, biotecnólogos, y ellos me explican el proceso. Tengo que conocer su lenguaje. Disfruto mucho de sus explicaciones, pero sobre todo de ir pensando, mientras me hablan, en cómo voy a trasladarlo al mundo digital”.

–Y dígame: ¿no les extraña cuando ven llegar a una mujer?

–Pues yo no me he dado cuenta –dice–. Si ha pasado o no, no lo sé.


Textos: Sonia Gutiérrez, Lluís Benavides, Gabriel Ubieto, Helena López, Mauricio Bernal.
Ilustraciones: Ramon Curto.
Fotografías: Ferran Nadeu, Manu Mitru, Sergi Conesa, Elisenda Pons, Ricard Cugat.
Coordinación: Rafa Julve.


Un reportaje de El Periódico de Catalunya publicado el
8 de marzo de 2021