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La urgencia climática

Barcelona afronta su responsabilidad para evitar que el cambio climático nos muestre en los próximos años su peor cara

El cambio climático vive en tu dieta, en tu factura de la luz, en tus problemas de salud. El cambio climático puede parecer un concepto lejano y alarmista que trata de evitar riesgos futuros, pero no es así. El compromiso de Barcelona de reducir en un 45% las emisiones de efecto invernadero para 2030 está orientado a mitigar un problema que tenemos ya encima. Hoy. Lo sufrimos a diario los ciudadanos barceloneses, especialmente las personas más vulnerables –caso de ancianos y personas con rentas bajas–, y lo sufren también los recursos naturales de los barrios densamente poblados. Por eso, cada vez hay más iniciativas populares de vecinos organizados para contrarrestar la climatología adversa, gente que a fuerza de comprobar sus graves efectos nos traslada una pregunta urgente: ¿a qué estamos esperando para tomar partido?

Así está afectando el cambio climático a Barcelona

Muchas veces pensamos que los efectos adversos derivados del cambio climático sólo afectarán a las generaciones venideras, pero no hace falta viajar al futuro para comprobar que, en efecto, el calentamiento global es una realidad: “Si cogemos como referencia el período que va de 1960 a 1990 y lo comparamos con la época actual, veremos que la temperatura en Barcelona ha subido un total de 1,7 grados de media, y 3,9 grados en el mes de junio”, detalla experto en salud ambiental Xavier Basagaña, del ISGlobal.

Los casi 4 grados a los que hace referencia Basagaña se traducen en olas de calor cada vez más frecuentes y noches cada vez más asfixiantes, las llamadas noches tropicales de más de 20º en las que resulta casi imposible descansar. De este modo, y pese a que Barcelona tiene un clima apacible en comparación a otros lugares más meridionales, el aumento de la temperatura puede originar graves problemas de salud –cardiovasculares, respiratorios y renales– en sectores especialmente vulnerables: “Calculamos que en Barcelona hay alrededor de unas 100 muertes cada verano a consecuencias del calor, que son un 20% más que en condiciones normales”, explica Xavier Basagaña.

El calor extremo tiene un efecto nocivo en el cuerpo, pero también genera un daño colateral asociado al derretimiento de los glaciares. Cuando pensamos en el calor del verano se nos vienen a la cabeza las playas de Barcelona, pero, ¿y si éstas tuviera los días contados? Diversos informes sobre cambio climático han coincidido en señalar que la subida del nivel del mar es un riesgo evidente derivado del calentamiento global, y que para 2100 se prevé un aumento de entre 60 centímetros y 2 metros. Y a esa subida hay que sumar la acción sobre la arena de temporales como el de este febrero, que dejó las playas de la Barceloneta y Sant Miquel con un aspecto desolador.

“Quizás la cifra de 60 centímetros de subida mínima del mar no parezca relevante”, señala el ambientólogo Andreu Escrivà, “pero lo importante aquí es que la subida llega acompañada de temporales intensos que arrasan la playa. Estos temporales empiezan a ser frecuentes –como las olas de calor o las sequías–, de modo que la capacidad de recuperar una playa arrasada, será cada vez menor”.

Según Escrivà, además de la temperatura y el nivel de mar, hay varios indicadores que sirven para medir la repercusión del calentamiento global sobre los barceloneses de hoy, y uno de ellos es el recibo de la luz. Si una compañía necesita quemar más carbón porque no hay agua en los pantanos, al final será el consumidor quien pague la escasez a través de su factura. “Muchas veces nos quejamos del aumento de los precios de la luz o de los alimentos sin saber a qué responde; pues bien, uno de los factores es el cambio climático”, comenta Escrivà, que considera el coste de la fruta otro indicador evidente: “En Valencia ha habido polémica porque han traído naranjas de Sudáfrica siendo la provincia una potencia mundial en el producto, pero resulta que lo han hecho porque sus naranjas han tardado más en salir”.

En estos casos, cuando hay que pagar más por el recibo de la luz o por las importaciones de fruta, ¿qué sector de la población sufre más? Exacto. “Al final, el cambio climático es una historia de desigualdad, pues no todo el mundo puede adaptarse a él de la misma manera. Hay gente empobrecida que no se puede permitir ni la comida ecológica, ni la ropa técnica, ni las escapadas a la montaña para huir de las olas de calor. Siempre van a estar en una posición de desventaja, y el cambio climático lo que hace es acrecentarlo”, concluye Escrivà.

Por qué es indispensable la ciudad para mitigar el problema

Según la Organización de las Naciones Unidas, las ciudades producen el 70% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Es la consecuencia de la densidad de población que albergan y de la cantidad de energía que se consume en ellas. En el caso particular de Barcelona, al tratarse de una ciudad mediterránea, compacta y mixta, consume poca energía y genera pocas emisiones per cápita en relación a otras metrópolis. Pero aún queda mucho por hacer.

Uno de los aspectos relevantes en la gestión del entorno urbano tiene que ver con cómo se privilegia el transporte público o los vehículos no contaminantes. En este sentido, diferentes colectivos y vecinos del entorno de La Meridiana llevan tiempo trabajando en una mesa de participación con el objetivo de humanizar, a partir del verano, esta arteria sobreutilizada de la ciudad condal. “La Meridiana recoge toda la movilidad de la zona del Vallés, es un caos; por eso, ahora se pretende limitar el acceso en coche privado y redirigir el tráfico a otras vías o reducirlo mediante el uso del bus”, apunta el arquitecto Oriol Martori, miembro activo en la tabla de participación, que además aporta una solución más drástica en la cuestión de la movilidad: “Necesitamos ir hacia las emisiones 0; movernos solo en bici, en patín o a pie”.

Para Núria Pedrols –presidenta de Arquitectos por la Sostenibilidad– la articulación del tráfico es un asunto capital, pero ella señala un aspecto aún más determinante, a nivel urbanístico, en la lucha contra el cambio climático: “A mí me preocupa que todavía no hemos estandarizado la rehabilitación de las viviendas con criterios de eficiencia energética. Esto es primordial en una ciudad tan densa y compacta como Barcelona, donde apenas hay espacio para crecer y la rehabilitación es obligada. Un parque de viviendas confortables equivale a mejores condiciones de vida, menos problemas de salud y menos emisiones”.

Una problemática que, de nuevo, termina afectado esencialmente a las personas con las rentas más bajas: “Una casa acondicionada consume poca calefacción y emite pocos gases de efecto invernadero. Todo bien. Por contra, una vivienda sin acondicionar pierde el calor o el fresco y necesita exprimir el aparato climatizador ante una temperatura extrema. Sucede que quien tiene una casa sin acondicionar no tiene dinero para reformarla, pero tampoco lo tiene para pagar un facturón de luz. O sea, que terminan siendo víctimas de la pobreza energética”, detalla la arquitecta.

Ciudadanos corresponsables: cómo adoptar un cambio de hábitos

La contaminación que produce cada ciudadano en el ejercicio de su rutina es una de las principales causas del cambio climático. Se trata de una responsabilidad compartida a nivel mundial, pero que afecta en el ámbito local. A tu ciudad. A tu barrio. A tu plato. Por esa razón, en Barcelona han surgido diversas iniciativas de sostenibilidad orientadas a combatir los efectos del calentamiento global y las dinámicas que nos abocan a él.

Una de las iniciativas con más recorrido se llama ConnectHort. La explica su impulsor, Diego Arnold: “Nuestro proyecto lo presentamos hace cuatro años con la idea de gestionar una serie de solares que estaban destinados a los vecinos de la ciudad. En ellos puede plantar quien quiera; la idea es conectar a la gente de la ciudad, de modo que se puedan generar sinergias entre las personas. Les invitamos a estar en contacto con la tierra, que vean crecer lo que plantan y comer de lo que siembran. Es decir, potenciamos el autoconsumo ecológico porque es una actividad clave para reducir la huella medioambiental”.

Del huerto comunitario, al huerto en casa. Ester Casanovas lleva más de una década cultivando en su propio domicilio, y esa trayectoria le ha servido para convertirse en una referencia del ecologismo doméstico: “Yo empecé cultivando hortalizas en macetas por hobbie y gracias a ello he tomado conciencia de la necesidad de ser más sostenible. Desde entonces procuro consumir productos ecológicos, hago vermicompostaje para el abono de mi huerto y genero energía a partir de mi propia placa solar”, enumera la autora del libro Hortelanos de Ciudad.

En su caso, además, gran parte de las energías relativas a mitigar el cambio climático las destina a la reducción de plásticos, una responsabilidad de la que todos los ciudadanos somos partícipes. Ocurre a menudo que este reto parece fatigoso o inaccesible, pero el ejemplo de Casanovas desmonta cualquier atisbo de excusa: “Para mí ha sido muy sencillo dejar de consumir plásticos, al final es tan fácil como ir a la compra con un tupper para que te lo pongan todo en él. En eso tenemos que volver a los orígenes, cuando la gente iba al mercado con cesta y se llevaba la fruta suelta. Piénsalo, ¿para qué necesitas la bolsita?”.

No la necesitamos, como tampoco necesitamos tanta ropa. En Barcelona existe una iniciativa llamada Renova la Teva Roba que trata de favorecer el consumo responsable a través del intercambio de prendas. Los chicos de la cooperativa Espai Ambiental son los encargados de administrar el proyecto: “La gente trae su fondo de armario y recibe puntos que funcionan como una especie de moneda social, con ellos pueden llevarse prendas que les vayan bien. El objetivo final es prevenir la generación de residuos que normalmente terminan siendo costosos de reciclar, o nocivos a la hora de eliminar”, explica Jennifer Coronado, del Espai Ambiental.

Las propuestas de Diego, Ester, Jennifer o los productores del Mercado de la Tierra son básicamente la misma: debemos instalarnos en el residuo cero y debemos hacerlo hoy, pues el problema climático ya lo tenemos encima, ¿a qué estamos esperando?

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