Por Daniel G. Sastre

Si el FC Barcelona presume de ser 'més que un club' es también por los proyectos humanitarios que impulsa alrededor del mundo. EL PERIÓDICO ha podido conocer de primera mano el trabajo que la Fundació Barça hace en Grecia, una de las principales puertas de entrada de refugiados a la UE, con los solicitantes de asilo.

En colaboración con diversas organizaciones, la Fundació ha desarrollado un método de trabajo basado en el deporte que llama Sportnet, y que sirve para hacer un poco más llevadera la vida de los niños que están a la espera de regularizar su situación en los campos de Malakasa y Schisto, a las afueras de Atenas.

Cuando Hamed Rahimi, de 12 años, regatea a sus rivales por la banda izquierda, y se va de uno y de otro antes de encarar al portero, y ríe cuando ve que la pelota termina en el fondo de la red, no se diferencia demasiado de otro chaval futbolero de su edad en cualquier lugar del mundo. Pero esta pista de césped artificial del barrio de Eleonas, a media hora en metro del centro de Atenas, es el único lugar donde la vida de Hamed se parece tanto a las de sus coetáneos de los países acomodados.

La directora de la Fundació Barça, Marta Segú, y el de Organization Earth, Alexandros Galinos, sostienen una camiseta azulgrana junto a varios colaboradores y niños en el parque Center of the Earth. / KIM MANRESA / FCB

La directora de la Fundació Barça, Marta Segú, y el de Organization Earth, Alexandros Galinos, sostienen una camiseta azulgrana junto a varios colaboradores y niños en el parque Center of the Earth. / KIM MANRESA / FCB

Él nació en Afganistán y pasó por el campo de Malakasa, que no le gustaba porque por la noche “había muchas peleas”, hasta que ha conseguido el estatus de refugiado y ha podido instalarse con su familia en la capital de Grecia, tras cuatro años en el país.

Dima Youssef, de nueve años, todavía vive en el campo de Malakasa. “No me gusta. No es buen sitio para mí ni para mi familia”, dice esta niña nacida en Bagdad (Irak), por lo demás llena de vitalidad infantil y dueña de una sonrisa contagiosa. Ella también juega bien al fútbol, y no es la única cosa en la que su historia se parece a la de Hamed.

Dima Youssef. / KIM MANRESA / FCB

Dima Youssef. / KIM MANRESA / FCB

En realidad, todos los niños que este miércoles de mayo juegan y corren en la pista de Eleonas tienen en común tanto las penurias que han tenido que soportar en su corta vida como el hecho de que, en este momento, estén disfrutando de una tarde de juegos en la que las preocupaciones pasan a un segundo plano.

Aunque los dos digan que su ídolo futbolístico es Cristiano Ronaldo, el Fútbol Club Barcelona tiene una parte importante de responsabilidad en el hecho de que, dos veces a la semana, Hamed, Dima y varias decenas más de niños puedan evadirse de su dura realidad jugando a fútbol. La Fundació Barça lleva a cabo proyectos como este en 58 países alrededor del mundo. “Trabajamos en Grecia desde 2017. Colaboramos con diferentes entidades, con la intención de hacer un abordaje holístico, integral: tocamos todos los aspectos de la vida de un niño”, afirma Marta Segú, directora de la Fundació.

Varios niños meriendan fruta tras entrenar en la pista del barrio de Eleonas, a las afueras de Atenas. / KIM MANRESA / FCB

Varios niños meriendan fruta tras entrenar en la pista del barrio de Eleonas, a las afueras de Atenas. / KIM MANRESA / FCB

En Grecia, el Barça trabaja con Cheering, una organización con la que se ocupa “de temas de nutrición, deporte y salud” de los niños que viven en los campos de Malakasa y Schisto, las dos áreas en las que actúan en el país. “Nosotros trabajamos en el ámbito sanitario, hacemos reconocimientos médicos y otras cosas, y el deporte es muy importante para la salud. En ese sentido, nuestra colaboración con el Barça es muy buena”, afirma Anne Merewood, la directora de Cheering.

Marta Segú y Anne Merewood, de Cheering, en Eleonas. / KIM MANRESA / FCB

Marta Segú y Anne Merewood, de Cheering, en Eleonas. / KIM MANRESA / FCB

Segú y Merewood desgranan los problemas de salud más habituales con los que se encuentran los solicitantes de asilo, el paso necesario para conseguir el estatus de refugiado. Ambas coinciden en subrayar los escollo de las mujeres embarazadas. “Llegan a veces algunas que nunca han visto a un médico. Y en los campos no hay muchos cuidados”, dice Merewood. “La comida de los campos es mala y algunos tienen anemia; les damos hierro. Hay también niños con enfermedades respiratorias, otros con infecciones de piel porque viven hacinados…”, añade Segú.

El Barça aporta también una metodología de su creación, que llama Sportnet, con la que se trabajan valores como “la dinámica de grupo, la actividad física, la humildad, el respeto y el trabajo en equipo”. Y, junto a sus socios en Grecia, confían parte del trabajo con los niños a educadores que ellos mismos han formado y que también son refugiados. Es el caso de Feraydon Rahimi y su mujer, Farzana Rahimi. Feraydon dirige el entrenamiento del miércoles en Eleonas; se comporta como un padre, habla en farsi y todos le tienen respeto.

Feraydon Rahimi y Farzana Hakimi. / KIM MANRESA / FCB

Feraydon Rahimi y Farzana Hakimi. / KIM MANRESA / FCB

Su historia como solicitante de asilo empezó hace casi cuatro años, en el campo de Moria, de infausto recuerdo, que ardió en septiembre de 2020. Siempre se ha especulado que fue por acción de los que vivían allí, hartos del trato que recibían del Gobierno griego, que se volvió aún peor por las restricciones de la pandemia de covid. “Estuve allí tres meses, sin familia”, recuerda Feraydon. Después estuvo en Malakasa, al principio viviendo en una tienda. Empezó a dar clases de inglés y pronto reunió a 700 alumnos. Ahora es una institución para los chavales. “El juego es muy bueno para ellos. En el campo todo es anormal: no hay escuela, no hay fútbol… Los niños tienen mucha energía, y en la pista de fútbol la liberan”, dice después del entrenamiento.

"En el campo todo es anormal: no hay escuela, no hay fútbol… Los niños tienen mucha energía, y en la pista de fútbol la liberan"
Feraydon Rahimi, refugiado y educador afgano

Subraya específicamente la importancia que estas actividades tienen para las niñas. Las afganas, que son la inmensa mayoría en Malakasa y en Schisto, “nunca habían jugado junto a niños”. “En Afganistán son muy rígidos con el hiyab. Aquí les dijimos que era libre, que era voluntario”, recuerda.

Él y su mujer son de origen afgano, pero en realidad pasaron casi toda su vida en Irán, ya como refugiados; Feraydon llegó a los tres años al país, y Farzana ya nació allí. Tras más de 30 años, se marcharon a Europa a buscar un futuro. “Yo no pude ir a la escuela y siempre quise estudiar. Cuando mis tres hijos crecieron pensé que tampoco iban a poder ir a la universidad, y decidimos dejar Irán para tener más oportunidades”, asegura. Ahora sus hijos “van a la escuela y aprenden griego e inglés”.

Después del entrenamiento, los niños comen algo –sobre todo fruta y raciones de pasta; han aprendido a doblar las tapas de los envases en los que se las entregan para usarlas como cuchara- y vuelven rápido a su lugar de origen, principalmente el campo de Malakasa. A las 18.30, el equipo de fútbol local entrena en las instalaciones de Eleonas.

Algunas cosas han cambiado en Grecia desde que empezó el aluvión migratorio que intermitentemente ha sacudido el país desde hace una década. El Gobierno conservador, que acaba de ganar de nuevo las elecciones, impuso desde 2019 condiciones más duras a estas personas, y se ha visto envuelto en frecuentes polémicas. Entre los cooperantes extranjeros es común la visión de que el ejecutivo busca evitar un ‘efecto llamada’; los resultados electorales parecen indicar que a la mayoría de la población no le desagradan esas reticencias. “Las cosas han cambiado con respecto a hace unos años: el Gobierno tiene su visión del asunto”, confirma Alexandros Galinos, director de Organization Earth, otra de las entidades con las que trabaja la Fundació Barça en Grecia.

Tres residentes en Schisto, junto al muro que rodea el campo. / KIM MANRESA / FCB

Tres residentes en Schisto, junto al muro que rodea el campo. / KIM MANRESA / FCB

Según Naciones Unidas, en 2021 y hasta septiembre de 2022 llegaron mensualmente entre 500 y 2.100 solicitantes de asilo a los 23 campos griegos que siguen activos, preparados para albergar a unas 24.000 personas. El de Schisto, en el que también trabaja la Fundació Barça, es uno de los más grandes. “Tiene capacidad para 1.500 personas, y ahora viven 670”, dice Thomas Papakonstantinou, su director, que abre las puertas del campo a los observadores extranjeros con una actitud que oscila entre la amabilidad y la desconfianza. Insiste durante toda la visita en que su principal misión es la de la “integración” de los demandantes de asilo, que en este campo llegan en un 60% de Afganistán, en un 10% de Irán y el resto de Siria, con algunos de Somalia. “Les preparamos laboralmente, intentamos empoderarlos”, añade. No quieren que se eternicen allí, como solía pasar en el pasado: “Ahora están entre seis meses y un año; antes estaban tres o cuatro años”.

"El muro es por la seguridad de los que viven aquí. El 95% quiso que lo instalásemos"
Thomas Papakonstantinou, director del campo de Schisto

Aunque las reminiscencias carcelarias son inevitables, las de Schisto son unas instalaciones bastante decentes para lo que es habitual: el campo cuenta con escuela, con pista de baloncesto e incluso con unos servicios psicosociales, que son útiles porque a enfermedades como la ansiedad o la depresión “se une el estrés que siempre tienen quienes buscan asilo”. También preparan un pódcast, que traducen a varios idiomas para que puedan seguirlo quienes viven ahí. “Todos tienen teléfono móvil desde que salen de su país; les sirve para comunicarse con sus familias, es básico. Y hay internet gratis en el campo desde hace dos años”, afirma Papakonstantinou.

Reja a la entrada del campo de Schisto. / KIM MANRESA / FCB

Reja a la entrada del campo de Schisto. / KIM MANRESA / FCB

El director del campo de Schisto dice todo esto rodeado de los barracones donde viven los demandantes de asilo. Tuerce el gesto cuando se le pregunta por el muro, de aspecto amenazante, que rodea las instalaciones: “Es por la seguridad de los que viven aquí. El 95% quiso que lo instalásemos”.

Uno de los que ya han dejado atrás los muros de los campos es Ashkan Kheiri. Este iraní de 28 años es otro de los educadores que trabajan para la Fundació Barça en Grecia. Era futbolista profesional en Teherán, pero tuvo que dejar su país por motivos que prefiere no especificar. “Tenía un problema con el Gobierno y mi vida estaba en peligro”, se limita a decir. Estuvo en el campo de Eleonas, ya cerrado, y allí entró en contacto con Organization Earth y con la Fundació Barça. “Ahora soy educador y también traduzco, porque hablo farsi”, dice en unas agradables instalaciones a las afueras de Atenas donde, este jueves, los niños han aprendido las partes de una planta y han jugado con despreocupación.

Ashkan Kheiri y otra educadora hablan con una niña residente en el campo de Schisto. / KIM MANRESA / FCB

Ashkan Kheiri y otra educadora hablan con una niña residente en el campo de Schisto. / KIM MANRESA / FCB

En breve, el periplo vital de Ashkan continuará en Barcelona, donde se instalará a partir de julio. “Me gustaría seguir trabajando con adolescentes y niños en España”, asegura. Y cuando se le pregunta qué es lo más importante que puede hacerse por esos chicos, alerta sobre las consecuencias psicológicas de la vida que tienen: “Vi cosas muy duras con 20 años, imagínate verlas con cinco o seis. A veces la prisión de cada uno está en su cabeza. Ellos confían en mí porque soy uno de ellos”.

Un reportaje de El Periódico

Textos: Daniel G. Sastre
Vídeos: Keweke
Infografías: Ricard Gràcia
Diseño: David Jiménez
Coordinación: Rafa Julve