DRAMA MIGRATORIO

Moria: el campo de la vergüenza

campo de refugiados de moria

campo de refugiados de moria / periodico

Adrià Rocha Cutiller

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Hace unos días, Farishte bajaba por la calle principal del campo de Moria cuando un grupo de chavales se interpuso en su camino. Le sacaron un cuchillo. Le pidieron el móvil. "Pude escapar corriendo. Bajé hasta donde está la policía griega para pedirles ayuda. 'Uf, Moria es muy grande', me dijeron. 'No encontraremos a quien te lo ha hecho'. Me dijeron que vigilara más, que el campo es peligroso. Les contesté que gracias por el consejo, que no lo había pensado", dice, sonriendo, esta joven afgana.

Farishte, sin embargo, tiene algo de suerte, que ya es mucho decir. Ella vive con su madre y su hermana dentro del campo oficial de Moria: está protegida por una verja de seguridad y por la policía. Como ella hay pocos: solo unas 2.500 personas. La gran mayoría vive en tiendas de campaña fuera del perímetro y  no tiene ese privilegio.

Todo empezó en el 2016. Entonces, para parar el flujo de migración enorme que llegaba a Europa desde las costas turcas, la Unión Europea y Turquía llegaron a un acuerdo: la UE le pagaría dinero a Ankara para que mantuviese a los refugiados dentro de sus fronteras; y Turquía, por su parte, evitaría que cruzasen el mar hacia Grecia. Así se consiguió frenar el flujo de personas que cruzaban el Egeo: de 850.000 llegadas en el 2015 se pasó a 30.000 en el 2017.

A los pocos que lograron llegar a las islas griegas,se les confinó en campos de refugiados de Kos, Chios, Samos y Lesbos. En este último, Moria, en estos días de principio de febrero, el frío del invierno lo atrapa todo. Algunas mujeres aprovechan el sol tímido de mediodía para salir de sus tiendas y lavar la ropa. Por el campo solo corretean niños. "Soportar esto cada día es muy difícil -dice Sadak, un refugiado somalí-. Se hace muy complicado. Cuando estás en Moria te tienes que olvidar de quién eres. No eres nada. No eres nadie. Te conviertes en una persona que espera. Solo eso. Para todo: comer, ir al baño, ir al médico, que respondan tu solicitud. Como otras 20.000. Es muy difícil. Se tiene que ser muy fuerte y no todo el mundo lo aguanta".

Un campo infinito

Pero el acuerdo entre la UE y Turquía empezó a flaquear en 2019: el año pasado, a Grecia llegaron 60.000 personas, el doble de lo normal. En total, en el país heleno hay 112.000 refugiados y como los centros de la zona continental griega están llenos la gente se queda atrapada en las islas. Moria se ha convertido en una ciudad: alberga a casi 20.000 personas cuando solo podría albergar, por ley, a cerca de 2.500,  los que viven dentro del campo oficial.

"Esto es un Guantánamo al aire libre. Nos tienen aquí encerrados", señala Salar,  un afgano  que llegó hace cuatro meses a Moria. "No tenemos derecho de quejarnos de nada,  de la comida repugnante que nos dan. Tampoco a decir que no queremos quedarnos aquí. No tenemos derecho a nada. ¿Por qué el Gobierno griego nos trata así? ¿Por qué nos hacen esto?".

El lugar es infame. Moria es un laberinto eterno de callejones, subidas, bajadas, montañas de basura por recoger, montañas de basura que nunca será recogida, riachuelos de barro hechos por la lluvia o por los propios habitantes de Moria, tiendas de verduras, ropa, zapatos, tíquets de bus, cargadores de teléfono; aseos rebosantes de excrementos y orín, panaderías y un par de barberos.

El ruido siempre es el mismo: "pam, pam, pam, pam". El clavo entra. "Pam, pam, pam". Otro más. Son para nuevas tiendas que se construyen por todo el campo, porque más gente, cada día, sigue llegando a la isla desde Turquía, y están a la venta para quien pueda permitírselo: 50 euros las más simples; 150 las que sean algo resistentes a las inclemencias del invierno.

Y, después, está el olor: una mezcla de barro, alimentos en buen estado, alimentos en mal estado, basura, defecaciones, personas y, sobre todo, mucho humo. Humo por todos lados. Un humo que te rodea, impregna, penetra. Es el humo de las hogueras que se multiplican cuando hace frío. Cuando sale el sol, en cambio, quien reina es el olor a descomposición y a orín, tan fuerte que abruma, marea y se queda grabado a fuego en el cerebro durante unos cuantos minutos.

Asesinatos y peleas

Pero todo eso no es, ni mucho menos, lo más difícil de vivir en Moria. De lo que se quejan todos -absolutamente todos- los habitantes del campo es de la violencia descontrolada que se apodera del campo una vez empieza a cerrarse la noche. Este pasado enero, dos hombres han muerto apuñalados en el campo y una chica afgana de 18 lleva hospitalizada durante semanas. 

"A partir de las seis de la tarde me encierro en mi litera. No me atrevo a salir; ni pensarlo", dice Sadak, que señala los que atracan, violan a mujeres y aterrorizan el campo por la noche. Todo el mundo dice que son los mismos: jóvenes menores afganos acabados de llegar de Afganistán y a los que el Gobierno griego, que tiene la obligación legal de protegerlos, los acaba por abandonar en Moria. Es la norma: cuando cae el sol, Moria se convierte en pesadilla.