"La primera regla de este club de billar: no hables a nadie de este club de billar"
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"La segunda regla de este club de billar es..."

Por Carles Cols
Fotos: Héctor Mediavilla
Diseño e infografía: Andrea Hermida-Carro y Ricard Gràcia

Ocho de las mejores mesas de billar americano de Barcelona, o ‘pool’, si prefieren llamarlas así, están en un edificio industrial de Poblenou, de aquellos con escalera de incendios en la fachada y muelle de descarga de mercancías en los bajos. En los ascensores cabe un piano sin cola. Las mesas de billar, unas Diamond, puro caviar, están en la sexta planta. Sobre ellas, por subrayar eso de si son o no las mejores de Barcelona, las bolas se deslizan como las ‘beryozkas’, esas bailarinas rusas que parecen agraciadas con el don de la ingravidez. El secreto está en el tejido del tapete. El trenzado de la lana de los Simonis 860 enorgullecería a las mismísimas ovejas. Con todo, el propósito real de esta excursión a la Barcelona más recóndita no es el lugar, cuya dirección postal ya tiene su hechizo, sino estrechar la mano de, dicho en el más cinematográfico y emocionante de los sentidos, un ‘paulnewmaniano’ buscavidas barcelonés.

Mejor comenzar este viaje cronológicamente. Marc Vidal tenía 17 años y muy poco interés por los estudios cuando en la Barcelona postolímpica consiguió una pequeña hazaña que cambiaría los apacibles vientos que hasta entonces empujaban su vida por algo así como los 40 rugientes de los mares del sur. De la complaciente Barcelona de los 90 al vivir al límite a lo largo y ancho de Estados Unidos, siempre alrededor de una mesa billar. “Aquel día, en un bar de Barcelona, empecé y cerré una partida de billar americano”. Explicado a los profanos, esto significa que hizo el saque inicial y siguió metiendo bolas en las troneras, una tras otra, sin que su rival, un amigo, pudiera dar ni un solo golpe. Creyó que a lo mejor había nacido para esto. Vamos, que se creció. Visitó los Billares Córdoba de la Gran Via, un templo en esta materia, sin duda, y allí le enseñaron el abecé del ‘pool’. Retroceder bolas, por ejemplo.

Ni siquiera eso sabía cuando tuvo aquella epifánica partida con su amigo. También otras variantes del juego. Se le daba bien. Se creció aún más. Eso dice. Así que, con el dinero justo para desembarcar y con solo 22 años se plantó en Nueva York, con menos inglés del necesario y, desde luego, con un absoluto desconocimiento de todo el ‘slang’ de vocabulario que manejan los jugadores de billar, donde lo más básico consiste en saber que ese es un mundo que se divide entre ‘sharks’ y ‘fish’, o sea, entre los que comen y los que son comidos, pero que a la que uno se sumerge en él comienzan a aparecer deliciosas palabras, como, pronunciado tal cual, los ‘eitiem’.

No es fácil seguirle el ritmo a Marc, quedan avisados. “Es duro sobrevivir en Nueva York solo jugando a billar”. El primer revés fue descubrir que con su nivel no le alcanzaba para retar a los buenos jugadores, algo que insistía al principio en hacer una y otra vez. No quería pasar por un ‘nit’, en el ‘slang’ del ‘pool’, el tipo con madera para vencer pero al que le faltan arrestos para intentarlo.

Ocasionalmente cogía trabajos de lo que fuera para pagar el alquiler, a veces raros, como ser el chófer del Cadillac Escalade de un jugador yugoslavo, conocido por todos como Giprock, que nunca ponía sobre las mesas del Chelsea Billiars menos de 1.000 dólares por partida. "Era tan encantador como provocador. Diseñadores, arquitectos y abogados se quedaban atrapados por su hechizo y creían que le podían ganar. Era increíble. Perdían con gusto. Eran, como los llamaba él, sus clientes. A eso se le llama en el argot del billar tener un ATM". Eso es. Un ‘eitiem’, un cajero automático del que sacar dinero cuando se necesita.

BOLA 8, LA MODALIDAD CONOCIDA POR TODOS

Quince bolas en triángulo. Siete rayadas, siete lisas y una negra. Es el juego más popular en los bares a este lado del Atlántico. Cada jugador tiene que meter en las troneras o las lisas o las rayadas. Logrado ese reto, tiene que hacer lo mismo con la negra.

'STRAIGHT POOL', UN BILLAR DE PELÍCULA

Llamada también 14.1 Continuo, es la modalidad de juego de 'El buscavidas'. Quince bolas sobre el tapete. Cuando solo queda una, se vuelve a montar el triángulo y se continúa. Los grandes ases son capaces de embocar más de 100 bolas seguidas.

BOLA 9, SOLO UNA TIRADA PROPORCIONA LA VICTORIA

Solo se usan nueve bolas, colocadas al principio en forma de rombo. El objetivo es meter la número 9, pero solo se puede realizar el intento golpeando antes las de un número inferior.

La cuestión es que ‘The hustler’, o como se tradujo en España, ‘El buscavidas’, es una película, pero también un retrato en alta definición de una realidad. Ganarse la vida con un palo, a riesgo de recibir, valga la redundancia, más de un palo. Lo es también su segunda parte, ‘El color del dinero’, con ese rico universo de tipos con apodos que parecen sacados de los altares de los héroes y villanos de Marvel, pues en este ‘oficio’, el de lanzarse a la carretera en busca de rivales o incautos, hay gentes de leyenda, como Cisero Murphy, al que no dejaban competir en torneos por afroamericano y que cuando pudo, en el primer intento, se llevó el trofeo a casa, pues era capaz de meter 200 bolas seguidas en la modalidad de juego 14.1, fallar una, y meter después 200 más. Una de las mesas de de Poblenou, qué menos, ha sido bautizada con su nombre. O Willie Mosconi, un Mozart del taco, que cuando apenas tenía bigote para afeitarse puso contra las cuerdas a campeones consagrados y que cuando se rodó ‘El buscavidas’ fue el encargado de instruir a Paul Newman para que no pareciera un pardillo en la pantalla, porque no había cogido un taco en su vida.

Marc era en Nueva York una rareza. No por su juego, sino por su origen. Era simplemente ‘Spain’, algo así como Russell Crowe en ‘Gladiator’, el Hispano. Dicho así la verdad es que parece otra cosa. Bajo ese apodo estuvo presente en algunos de esos momentos que corren de boca en boca como historias que tejen la fama, o mala fama, de este deporte. Ahí estaba él presente cuando un portorriqueño, temible no solo en la mesa de juego, acusó al italiano Fabio Petroni de no tener bemoles por no aceptar una partida de desempate por unos 3.000 euros. El ambiente se caldeó y Petroni, con toda la sala como testigo, propuso jugarse el meñique de una mano. Su rival reculó. Hubo partida, al final solo por 2.500 dólares, no por un dedo, y ganó Petroni, desde entonces conocido por todos como ‘Fabulous’.

El juego de Marc, de tanto retar a los mejores, creció. Fue así a probar fortuna. A Nueva Orleans, a Los Ángeles, a Detroit… En esa vida en la carretera hay que ser Paul Newman o Tom Cruise, pero de verdad, porque el dinero es real, conocer de antemano quién suele jugar en tal o cual sala y tras cruzar el umbral de la puerta disimular las mejores bazas propias, aparentar que se rehuye, por ejemplo, una partida de Bola 9, una de las modalidades posibles de juego, desbordar al contrincante en una apuesta de One Pocket y, cuando este pide revancha con la Bola 9, desplumarle como a un pavo por Acción de Gracias.

Antes de salir de Nueva York ya sabía Marc que las mesas de billar son cuadriláteros, dicho en el más pugilístico de los sentidos. En una ocasión, un rival, del que prefiere no decir el nombre, le tuvo 20 horas consecutivas jugando porque quería recuperar sus pérdidas. No era un contrincante cualquiera. Por decirlo bíblicamente, en esos ambientes hay de todo, trigo y cizaña. “Me desmayé. O algo parecido. Oía lo que ocurría a mi alrededor, tenía los ojos abiertos pero no veía, era incapaz de reaccionar. En el hospital me dijeron que me había deshidratado”.

Héroes y villanos del billar americano

Las mesas de 'pool' hay que imaginarlas como un arrecife. Nadie recordará el nombre de los peces, pero la leyenda de los tiburones perdura porque sus historias se narran de mesa en mesa. He aquí, a un golpe de dedo, seis ejemplos.

Apodado ‘Mister Pocket Billiards’, ganó 19 veces el título mundial y, sobre todo, enseñó a Paul Newman a parecer un jugador profesional en ‘El buscavidas’.

Apodado ‘Mister Pocket Billiards’, ganó 19 veces el título mundial y, sobre todo, enseñó a Paul Newman a parecer un jugador profesional en ‘El buscavidas’.

‘Fabulous’. Ese es el apodo de este campeón italiano que representa a la perfección el jugador de antro si, como explica Marc Vidal, es capaz de jugarse un dedo ante un contrincante pendenciero.

‘Fabulous’. Ese es el apodo de este campeón italiano que representa a la perfección el jugador de antro si, como explica Marc Vidal, es capaz de jugarse un dedo ante un contrincante pendenciero.

Hasta 1965, las puertas de los grandes torneos de EEUU estaban cerradas para los afroamericanos. Murphy no fue solo el primero en entrar. Entró y ganó.

Hasta 1965, las puertas de los grandes torneos de EEUU estaban cerradas para los afroamericanos. Murphy no fue solo el primero en entrar. Entró y ganó.

Se subía a cajas de Coca-Cola para llegar al tapete cuando era niño, de ahí que su apodo sea ‘Bata’, “niño” en tagalo. Ha ganado más de 70 torneos internacionales. Es, sencillamente, el mejor.

Se subía a cajas de Coca-Cola para llegar al tapete cuando era niño, de ahí que su apodo sea ‘Bata’, “niño” en tagalo. Ha ganado más de 70 torneos internacionales. Es, sencillamente, el mejor.

Filipino como Efren Reyes también apodado ‘Amang’ (“tío” en tagalo), es el hombre orquesta del billar, capaz de competir y ganas en torneos de carambola, ‘pool’ y ‘snooker’.

Filipino como Efren Reyes también apodado ‘Amang’ (“tío” en tagalo), es el hombre orquesta del billar, capaz de competir y ganas en torneos de carambola, ‘pool’ y ‘snooker’.

Excelente jugador, sí, pero eso es quedarse corto. Tiene un don para convertir una partida en un espectáculo, así que Martin Scorsese le quiso ante las cámaras para rodar ‘El color del dinero’.

Excelente jugador, sí, pero eso es quedarse corto. Tiene un don para convertir una partida en un espectáculo, así que Martin Scorsese le quiso ante las cámaras para rodar ‘El color del dinero’.

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Apodado ‘Mister Pocket Billiards’, ganó 19 veces el título mundial y, sobre todo, enseñó a Paul Newman a parecer un jugador profesional en ‘El buscavidas’.

Apodado ‘Mister Pocket Billiards’, ganó 19 veces el título mundial y, sobre todo, enseñó a Paul Newman a parecer un jugador profesional en ‘El buscavidas’.

‘Fabulous’. Ese es el apodo de este campeón italiano que representa a la perfección el jugador de antro si, como explica Marc Vidal, es capaz de jugarse un dedo ante un contrincante pendenciero.

‘Fabulous’. Ese es el apodo de este campeón italiano que representa a la perfección el jugador de antro si, como explica Marc Vidal, es capaz de jugarse un dedo ante un contrincante pendenciero.

Hasta 1965, las puertas de los grandes torneos de EEUU estaban cerradas para los afroamericanos. Murphy no fue solo el primero en entrar. Entró y ganó.

Hasta 1965, las puertas de los grandes torneos de EEUU estaban cerradas para los afroamericanos. Murphy no fue solo el primero en entrar. Entró y ganó.

Se subía a cajas de Coca-Cola para llegar al tapete cuando era niño, de ahí que su apodo sea ‘Bata’, “niño” en tagalo. Ha ganado más de 70 torneos internacionales. Es, sencillamente, el mejor.

Se subía a cajas de Coca-Cola para llegar al tapete cuando era niño, de ahí que su apodo sea ‘Bata’, “niño” en tagalo. Ha ganado más de 70 torneos internacionales. Es, sencillamente, el mejor.

Filipino como Efren Reyes también apodado ‘Amang’ (“tío” en tagalo), es el hombre orquesta del billar, capaz de competir y ganas en torneos de carambola, ‘pool’ y ‘snooker’.

Filipino como Efren Reyes también apodado ‘Amang’ (“tío” en tagalo), es el hombre orquesta del billar, capaz de competir y ganas en torneos de carambola, ‘pool’ y ‘snooker’.

Excelente jugador, sí, pero eso es quedarse corto. Tiene un don para convertir una partida en un espectáculo, así que Martin Scorsese le quiso ante las cámaras para rodar ‘El color del dinero’.

Excelente jugador, sí, pero eso es quedarse corto. Tiene un don para convertir una partida en un espectáculo, así que Martin Scorsese le quiso ante las cámaras para rodar ‘El color del dinero’.

Experiencias así curten. Por eso estuvo más listo cuando en una mesa de Los Ángeles se enfrentó al legendario Keith McCready, un nombre que creerán que no les dice nada, pero no es cierto. Interpreta en ‘El color del dinero’ al detestable Grady Season. Martin Scorsese quiso que en su película sobre este submundo hubiera jugadores reales. Tom Cruise tiene órdenes de su mentor, Paul Newman, de dejarse ganar. McCready no lo sabe. Le humilla. “¿Es como una pesadilla, verdad? Y cada vez será peor”. A Cruise le pierde la arrogancia y le derrota. El caso es que fue Marc quien tuvo contra las cuerdas a a McCready fuera de pantalla y, entonces, sucedió. Este último echó mano de su líena de texto de la película para desconcentrarle. Marc se sabía la película de memora. No mordió el anzuelo. Venció.

El billar americano debe tener algo de opioide o similar. En realidad no se ganan fortunas. Eso lo supo bien Marc cuando un compañero de aventuras, “porque amigos en esto del billar no los hay y no los debes tener”, le dijo un día que la próxima sería la última partida que jugaría. Era Nick Schulman, muy bueno y muy joven. No le creyó. Supuso que pasados unos días le volvería a ver inclinado sobre un tapete. Se equivocó. En 2005, con solo 21 años, aquel prometedor jugador de billar se convirtió en el más joven ganador del World Poker Tour y se llevó un premio de 2,1 millones de dólares en un solo fin de semana. Es otro mundo.

La primera temporada de las aventuras de Marc Vidal en Estados Unidos, como las series de televisión ahora, tiene un final, abierto, pero final. Esta primera temporada podría terminar en 2008, cuando en una noticia que no cruzó el Atlántico pero que en Estados Unidos no pasó desapercibida, ganó contra todo pronóstico el Empire State Moinball Championship, el más importante torneo celebrado aquel año en Nueva York. Aquel día hizo feliz y algo más, seguro, a la única persona que apostó por él. Dos años después tuvo en su mano vencer al todopoderoso Efren Reyes en el US Open, lo que le habría situado entre los 16 mejores jugadores del mundo de 2010. La contrapartida de aquellas gestas es que le dieron a conocer. Demasiado. Formaba parte del 'ránking' de los 50 grandes profesionales mundiales del 'pool'. Uno no puede ser ‘the hustler’ si cuando entra en un bar del medio oeste todos ya saben quién es.

Luego está la edad. Y los países emergentes. Los buenos jugadores nacen ahora en China y en Filipinas y en otros lugares por los que los grandes maestros no hubieran dado un centavo hace pocos años. Que Efren Reyes, considerado el mejor jugador de todos los tiempos haya nacido en un lugar que muy pocos sabrían poner en el mapa, Pampanga, en la isla filipina de Luzón, es un brutal cambio de paradigma que ni Scorsese fue capaz de prever. Es por esa cadena de sucesos que, ya por fin, por regresar al punto de partida, Marc Vidal, aunque casado, padre y afincado en Denver (Colorado) ha prendido la mecha, en un muy neoyorkino edificio de Poblenou, de Billares Agbar, un nombre elegido porque son las vistas que se tienen desde las ventanas de la sexta planta, un icónico edificio de la ciudad que, lo que con las cosas, sobresale sobre la trama urbana como el culo de taco.   

"La octava regla de este club de billar: si vas, juegas"


Este reportaje se ha publicado en EL PERIÓDICO el 20 de marzo de 2022

Textos: Carles Cols
Ilustraciones e infografía: Andrea Hermida-Caro y Ricard Gràcia
Coordinación: Rafa Julve