El 'congreso' de los naipes

Barcelona le tose a Las Vegas

El póquer regresa por decimocuarta edición a la ciudad, en una cita que mueve millones y que pasa desapercibida en un sótano de hotel

Carles Cols

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Vuelve el póquer a Barcelona, juego expresamente prohibido en España hasta el 2003. Quince añitos tiene solo la criatura. Y, sin embargo, aunque sorprenda, Barcelona es, pasado este suspiro de tiempo, la segunda capital mundial de los torneos presenciales de póquer, solo por detrás y no por mucho de los que organizan los veganos, o sea, los de Las Vegas, porque ese es su gentilicio. El Casino de Barcelona celebra desde el pasado jueves y hasta 2 de septiembre la decimocuarta edición de una maratón de torneos de texas hold’em (la más rica en matices de las variantes del póquer), una cita mayúscula, en la que este domingo 26 habrá ya quien, tras poner sobre la mesa 1.000 euros de inscripción, se llevará un premio de más de medio millón de euros. Eso, en cualquier caso, es quedarse en la superficie de la noticia, en lo fácil y llamativo. Como decir que Gerard Piqué ya se ha pasado por una de las mesas. Lo interesante es tirar del hilo, no quedarse solo en lo teatral de los jugadores, sus gafas oscuras y pañuelos al cuello para ocultar alteraciones anómalas en las pupilas y en la arteria carótida, sino explorar, escuchar qué cuentan los profesionales de este oficio, porque causa asombro. Abróchense los cinturones, que este viaje hará escalas en Londres, Las Vegas, Bangkok y, por supuesto, Barcelona.

Con cartas feas, como los buenos jugadores, Barcelona le ha ganado la mano a rivales con pedigrí, como Montecarlo

Cómo esta última ciudad ha conseguido situarse en el podio mundial del póquer es algo que puede explicarse, si así se desea, imaginando a las ciudades del mundo sentadas alrededor de una mesa de juego. ¿Quién gana? La respuesta, en cierto modo, la ofrece Leo Margets, barcelonesa, nacida en 1983 y que en el 2009 quedó vigesimoséptima en el principal campeonato del mundo, en Las Vegas, una posición excepcional. Fue la primera mujer clasificada en un universo comúnmente muy testosterónico. Cuenta Margets que el cine (RoundersMolly’s Game o incluso Casino Royale, con el infarto que le da al pobre James Bond en mitad de una partida) mitifica las manos ganadoras, como las escaleras reales, el póquer de ases y el full que se ata en el último instante, pero dice que en realidad los buenos jugadores son los que ganan con cartas que aparentemente dan pena, los que meditan tanto o más la primera apuesta que la última de cada mano. Esa es Barcelona. No tiene un casino como Montecarlo, de postal, tampoco tiene el cartel de ocio del Bellagio de Nevada, y menos aún sus fuentes. Menos aún puede presumir de una afición local a la altura de, por ejemplo, la noruega, donde hasta hace bien poco, como el póquer era ilegal, organizaba unos campeonatos de aúpa en países vecinos. En Escocia ahora les añoran. El póquer era ilegal en Noruega y, no obstante, se vendían en los quioscos cuatro cabeceras distintas dedicadas a este juego.

El Casino de Barcelona, lo que tiene, eso sí, es a Barcelona, un nombre con pegada. Estos días compiten en los sótanos del hotel Arts jugadores con pasaporte de 150 países distintos, algunos venidos de bien lejos, los menos, de acuerdo, a veces con familia incluida, que se aloja en una suite, pero destacan por su número, entre el resto, los que fiscalmente residen en Londres, la Isla Tortuga del póquer, donde los autónomos, cuando se dan de alta y tienen que poner una equis en una casilla, ya tienen una que les reconoce su profesión. Pagan cero libras por los premios que obtienen. Suelen jugar online (otro mundo, luego vamos a él) pero Barcelona les queda a un golpe de avión. Merece la pena el intento. Un casino junto a la playa, una ciudad con una laxitud moral babilónica, buen yantar y una exquisita capacidad de organizar torneos de este tipo. La inscripción mínima son 1.000 euros. La máxima, 100.000. Incluso hay torneos para lo que se consideran séniors, por lo que parece, competiciones concebidas para aquella edad en que el cerebro comienza a perder plasticidad, pues el póquer es muy exigente, en matemáticas y en psicología. Es una maratón, añade Margets. Los séniors, ¡glups!, son a partir de 50 años, la edad de la presbicia.

El anzuelo de torneos así es que el 20% de los jugadores tiene premio. "Resistir es vencer", como dijo Negrín, aunque por otras razones

Las gráficas históricas confirman que la cita estival de Barcelona con los naipes crece como si la hubieran amasado con levadura. En el 2012 se inscribieron 1.037 jugadores para el torneo más concurrido. Ganó un italiano. Se llevó 200.000 euros. En el 2015, las sillas ocupadas fueron ya 3.292. Venció un argentino, igual que en el 2017. El primero se llevó 408.000 euros. El segundo, 432.000. Este años son 4.384 las inscripciones. Todos aspiran a ganar. Incluso Piqué, seguro. Pero solo se proclama un vencedor. ¿Cuál es entonces el secreto para que, incluso así, el torneo crezca?  El anzuelo. Los profesionales de este ramo presumen de que en las salas de juego hay tiburones y peces. Ellos lo dicen en inglés, claro. Shark or fish. De hecho, toda la jerga del póquer es en inglés. Fold, raise, river, blind, all-in… Al neófito recién sentado en una mesa le parece klingon. El caso es que los primeros, los tiburones, se comen a los segundos en un torneo como este. Ese es el chiste entre los que saben. Ya que en una misma sala se llegan a reunir 1.000 jugadores, habrá que reconocer que como acuario no tiene rival. Pero, en realidad, el anzuelo es el mismo para todos, para pececillos y para tiburones.

El gran premio es solo para uno, pero ganancias las obtienen el 20% de los participantes. Ese es el anzuelo. Es muy tentador. Cada vez que alguien se levanta derrotado de una mesa, es un paso de los demás hacia el premio. Como diría Juan Negrín, “resistir es vencer”, aunque él lo decía por otra cosa y al final salió por piernas. El caso es que hay que pasar la burbuja, que es como los jugadores llaman a ese instante en que ya solo queda el 20% de la tropa. Cuando ya se está dentro de la burbuja, el ambiente es otro. Ya no quedan, se supone, esos jugadores que intermitentemente vuelven a mirar sus cartas. Al profesional le basta solo con una ocasión, la primera.

Pero por si este anzuelo parece poco, hay otro mejor, con plomada y señuelo. Hay que remontarse al 2003. Aquel año sucedió en Las Vegas lo inimaginable. Eran las series mundial, el no va más del póquer. Como estrategia publicitaria, las casas de juego online solían ya ofrecer una invitación a quien ganara alguno de sus torneos virtuales. Era, se pensaba, una simple oportunidad de sentarse en la mesa con las estrellas. Pero Chris Moneymaker, un auténtico desconocido, un simple contable, hizo más que eso. Ganó a la plana mayor del póquer mundial. Se embolsó dos millones y medio de dólares sin mover el culo de una silla. El nombre parece un seudónimo. No lo es. Es la adaptación inglesa de su patrónimo germano, Geldmacher. Al año siguiente, en el 2004, el número inscritos se triplicó y volvió a vencer un invitado de las casas del online.

Merece la pena, pues, volver la mirada hacia ellas, que es lo que nos llevará de Barcelona al prometido Bangkok, pero de nuevo antes hay que hacer un viaje en el tiempo. Esta vez, al 2012. El Ministerio de Hacienda tomó ese año una decisión que el Gobierno creía muy inteligente. Capó internet. Estaba molesto porque sus redes fiscales eran aparentemente ineficaces con los dominios terminados en .com. De la noche a la mañana, el póquer hispano experimentó una suerte de autarquía online. El universo de jugadores, claro, era de repente menor. Los premios, por lo tanto, también. Comenzó la desbandada. Podían haber ido a Andorra, pero las autoridades pirenaicas se durmieron. Londres fue un destino cercano habitual. También Malta. Pero, entonces, son más, emergió la solución más insólita, la tailandesa. Se merece un punto y aparte.

El póque presencial y el 'online' no son solo vasos comunicantes. Se retroalimentan

Es un país contracorriente. Jamás ha sido colonia. Son muy suyos. Los extrajeros, los farang, les llaman, son bienvenidos, pero con limitaciones. No pueden comprar tierras. Tampoco un piso. Los visados son siempre temporales. El póquer no es legal, pero la vista es muy gorda. Cuenta Àlex, excrupier del Casino de Barcelona, que viven allí cientos de jóvenes de todo el mundo, tal vez decenas de españoles. A veces comparten piso. La dirección IP de Tailandia es su antifaz. Juegan y, sin necesidad de grandes ganancias, 3.000 euros al mes, por ejemplo, se pueden permitir la gran vidorra. Hay, eso sí, peajes que pagar. Antes de que caduque el visado, hay que cruzar la frontera. Para eso hay un servicio especial de autocares que satisfacen esa necesidad. Se esperan a que los viajeros obtengan el nuevo visado y regresan a casa. El otro peaje consiste en no perder la cabeza, porque si Barcelona está en primero de la ESO en la escuela del pecado, Bangkok está a punto de terminar el bachillerato.

La cuestión es que el póquer online y el presencial, como el de estos días en Barcelona, no son compartimentos estancos. Son vasos comunicantes. Se retroalimentan. En la gran sala que contrata el casino para este torneo hay jugadores que, mientras prestan atención a la mesa, son capaces al mismo tiempo de estar pendientes de una pantalla. “Puede que estén viendo algo en Netflix, pero también los hay que juegan simultáneamente en el mundo real y el virtual”, explica un organizador del torneo. Tiene su mérito. Las reglas son las mismas. Las tretas, no. La guerra psicológica cara a cara es desalmada. El texas hold’em requiere mucho cálculo si lo que se desea es ganar. Pero también el temple de un detective de novela negra. Hasta el 2 se septiembre, Sam Spade está en Barcelona.