Mi marido es un masái. Tú y yo somos tres. Por Ferran Monegal

periodico

Creo que no les he hablado todavía de un programa excelente que hacen todos los lunes, madrugada de los martes, en TVE-1. Se llama Titanes sin fronteras.  Tiene unas audiencias pequeñitas, inversamente proporcionales a la calidad e importancia de lo que allí nos explican. Una reportera y un cámara viajan por el mundo en busca de personas que lo han dejado todo para dedicarse a ayudar a los más desprotegidos. Esta semana estuvieron en Tanzania, uno de los países más pobres del mundo. Allí encontraron el admirable y sorprendente caso de Mariángeles Carpio, salmantina de 47 años de edad, que trabajaba como broker en Salamanca y Madrid y desde hace nueve años vive en la zona tanzana de Arusha. Decía: «Mi marido es un masái. Le vi un día en lo alto de una montaña. Me enamoré. Nos casamos. Y ya llevamos siete años juntos». Flipaba la reportera. Y le preguntó si hubo problemas con la familia de su esposo. Mariángeles contestó: «No, con la suya no. ¡Con la mía, sí!». ¡Ah! Hermoso caso de amor entre el masái y la salmantina. Es la versión africana de aquella canción de Ruben Blades, Ligia Elena –que aquí popularizó la Orquestra Plateria– y que en su primera estrofa dice: «Ligia Elena la cándida niña de la sociedad, ¡se ha fugado con un trompetista de la vecindad!». O sea que, en el caso de Mariángeles, fue en la vecindad de los masái donde encontró a su trompetista.