La vida de Daniela: seis años sin probar alimentos

José Luis Roca

Daniela es una niña de seis años como cualquier otra de su edad. Alta, delgada, pelo largo y afición por jugar con su cocinita de juguete y dar de comer a sus muñecos. Pero en su tripa esconde un secreto: un botón gástrico a través del cual ha sido alimentada desde que tenía año y medio. Y antes de eso tuvo una sonda nasogástrica, de las que van de la nariz al estómago, con la que convivió 10 meses. Estos artilugios han sido la única forma de que Daniela crezca y tenga un desarrollo acorde a su edad. Porque, sin ninguna causa clara, comenzó a rechazar la lactancia a partir de los dos meses y, posteriormente, cualquier alimento. El hambre no ha formado parte de su vida y lograr que empiece a comer por sí misma, hace tres meses y ya con seis años, ha sido una carrera de obstáculos para ella, su familia y el equipo de la unidad de trastornos alimentarios del Hospital infantil Niño Jesús de Madrid. Daniela nació completamente sana y hasta los dos meses tuvo una lactancia normal. A partir de esa fecha comenzó a comer menos, en menos tomas y, por recomendación del pediatra, sus padres intentaron darle biberón, pero nada, rechazo total aunque probaron con todo tipo de tetinas y de leches. Y, a los cinco meses, con la introducción de los purés, también se resistió a la cuchara. “Había que forzarla, taparle la nariz, se revolvía, vomitaba, pensaba que la iba a asfixiar, estaba desesperada”, relata la madre, Eva Maroto, en su casa en Alcalá de Henares (Madrid). Como era madre primeriza, la reacción del entorno era darle constantes consejos, que si dale a demanda, que si espacia las tomas, que si prueba esto, que si prueba lo otro. “Fueron meses complicados, la primera reacción de la familia y de los amigos es que no sabíamos hacerlo, lo que hacía sentir a Eva mala madre”, explica el padre, Juanma Martínez.