Carretera C-255 inundada y nivel del agua subiendo en Sarrià de Ter por el desbordamiento del río Ter.

CARLOS MARQUEZ / JOAN CASTRO

Ya no era la mirada de admiración o las expresiones de sorpresa. Porque una cosa son los efectos devastadores del mar en el litoral, algo más o menos familiar, y otra muy distinta que un río, el que pasa cerca de tu casa, donde sueles mojar los pies en verano, se convierta en una aplastante reivindicación de la naturaleza. Girona ha contemplado el furioso avance del Ter con un silencio que hablaba por sí solo. Que se desbordara no ha hecho ninguna gracia. Se hacían fotos, claro, pero los ojos eran más de preocupación que de curiosidad. No solo por los daños, sino porque ha aflorado un respeto que hasta ahora era solo una convivencia simpática. La humanidad ha acampado toda la vida en las laderas de los ríos. Quizás no quedó claro quién mandaba.