La experiencia de los menores que pernoctan en la comisaría

GUILLEM SÀNCHEZ

Llevaban un mes planeando la huida. Los hermanos Rashid, Yossef y Amine -de 14, 15 y 16 años- escuchaban en su pueblo de Er-Rachida, una zona desértica del este de Marruecos conocida solo por los dátiles, historias de la cercana España. Y al compararlas con la que les esperaba allí, eligieron soñar. Se marcharon tras el rezo de la madrugada, sin decir nada a sus padres, que al levantarse descubrieron que tres de sus cuatro hijos se habían esfumado. Comenzaron el viaje llevándose un botella de agua y pan. Nada más. Hasta Tánger llegaron pidiendo limosna para el autobús. Y en este puerto, un pescador se apiadó de ellos y les dejó que se colaran en su barco. Cuando el pesquero bordeaba Tarifa, les fue a buscar al escondite para avisarles de que era hora de saltar por la borda y seguir a nado hasta la costa española. Al hermano que no sabía nadar lo ató a un salvavidas. Acabaron internos en un centro de menores de Algeciras, del que huyeron con la idea de venir a Barcelona. Rashid, Yossef y Amine son tres de los menores desamparados que, como Achora (15 años, Casablanca), Ilias (15 años, Er-Rachidia) o Acraf (18 años, Kenitra), duermen desde hace al menos 10 días en la comisaría de los Mossos de Ciutat Vella. Durante este tiempo, ninguno se ha duchado, ni se ha cambiado de ropa, y apenas ha probado otra cosa que no sean los bocadillos que la policía catalana sirve a los presos bajo custodia en los calabozos.