Después de Sijena, continúa el litigio entre Lleida y Aragón.

ZML

Ocho siglos de historia en común y el decreto ‘Ilerdensis et Barbastrensis de finum mutatione’ de 1995, por el que los límites territoriales eclesiásticos se adaptaron a los políticos y 111 parroquias aragonesas dejaron de depender del obispado de Lleida para pasar al de Barbastro-Monzó, han convertido al Museu de Lleida en un polvorín. En un polvorín de disputas artísticas, por supuesto. Pues el obispo José Meseguer, siguiendo las directrices de León XIII, creó un museo diocesano, en 1893, para preservar y conservar el arte de sus parroquias. Entre ellas las aragonesas que formaban parte de su sede. Los bienes pasaron por el Museu Diocesà y han acabado en el Museu de Lleida, su heredero. Y han acabado, también, por desencadenar una oleada de litigios que enfrentan a Aragón y Catalunya por la propiedad de este arte sacro.