Un restaurante de Bangkok coloca muñecos en las mesas para que se respete la distancia social

RUNGROJ YONGRIT / EFE / VÍDEO: EFE

Tenía una amiga que reía a carcajadas, ruidosamente, con una intensidad desbocada y con unos agudos que llamaban mucho la atención. Era imposible no oir su risa desmedida, aunque estuvieras en las antípodas. Reía mucho, casi enloquecida. Leo ahora las recomendaciones de los expertos sobre los encuentros con amigos. Dicen que es mejor hablar bajo y no reír en exceso o, en todo caso, en la misma línea preventiva, hacerlo por lo bajinis, con discreción. Así, las moléculas del virus no se extenderán demasiado. Entiendo las medidas de precaución y la necesidad de establecer barreras, pero, al mismo tiempo, me cuesta mucho imaginar que haría mi amiga si se viera obligada a la contención de su risa.