Roger Ramírez, vecino que vive en una de las casitas de la calle Pons i Gallarza compradas por el Ayuntamiento y que a partir de ahora estará en régimen de 'masoveria' urbana

Un grupo de casitas ‘de pueblo’ en una tranquila calle adoquinada sembrada de naranjos - ‘adn’ Sant Andreu- a pocos metros del metro se presentaba como una ‘gran oportunidad’ para cualquier grupo inversor. Comprar el conjunto de viejas viviendas, muy deterioradas, vaciarlas, reformarlas y alquilarlas de nuevo a un precio infinitamente superior. La demoledora lógica del mercado. El (importante) factor que no tuvieron en cuenta los inversores que intentaron comprarlas fue que, además de los adoquines y las naranjas amargas, en el tramo final de la calle de Pons i Gallarza se concentraba también el espíritu rebelde del Sant Andreu popular.