Fragmento de 'Nosferatu', de Friedrich Wilhelm Murnau

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Llega por fin a Barcelona ‘Vampiros’, la exposición del año de CaixaForum, deliciosamente maldita, pues su estreno primero en Madrid coincidió con la declaración del estado de alarma y ahora su desembarco en la antigua Casaramona de Montjuïc lo hace con el toque de queda. Ni en el más gótico de sus sueños habría imaginado la Cinémathèque Française, el vientre que gestó la muestra, una campaña de promoción tan afortunada. Desde hace océanos de tiempo que epidemias y vampirismo han ido de la mano. En 1731, por citar un caso documentado, 16 personas murieron en Medvedja, actualmente ciudad croata, aquejadas de un mal que les dificultaba la respiración y las postraba agotadas en la cama. Pagó los platos rotos Arnold Paole, un pobre difunto al que acusaron de revivir en forma de vampiro. Las autoridades austrohúngaras encararon el caso con no mucho más acierto que las actuales la pandemia en curso. La cuestión, sin embargo, no es esa, malmeter, sino otra: Drácula llega por fin a la ciudad condal, pedante sobrenombre de Barcelona, menos en esta ocasión, claro. Bienvenido a casa, conde, porque, como se intentará demostrar a continuación esta ciudad es mil veces más vampírica que Madrid.