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Huso horario

La advertencia de Roberto Brasero sobre el cambio de hora: esto pasaría en España si nos quedásemos siempre con el horario de verano

El verdadero problema no es eliminar el cambio, sino la pregunta del millón: ¿con qué horario nos quedamos?

Roberto Brasero

Roberto Brasero / .

Alexandra Costa

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El debate sobre el cambio de hora es una conversación cíclica que resurge en España dos veces al año, generando tanta expectación como resignación. Sin embargo, detrás del simple gesto de adelantar o atrasar el reloj se esconde un complejo dilema con profundas implicaciones para nuestra vida diaria, nuestra salud y nuestra economía. Roberto Brasero, el popular y galardonado meteorólogo de Antena 3, ha arrojado luz sobre este asunto con una explicación clara y contundente, advirtiendo de las consecuencias extremas que tendría para el país adoptar de forma permanente uno de los dos horarios.

La discusión ha vuelto a la primera línea después de que la Comisión Europea insistiera en que poner fin a esta práctica es "la vía más lógica", un sentimiento que el Gobierno español ha secundado. No obstante, como bien subraya Brasero, el verdadero problema no es eliminar el cambio, sino la pregunta del millón: ¿con qué horario nos quedamos? La respuesta no es sencilla, ya que la geografía y las costumbres de España hacen que cualquier decisión tenga ganadores y perdedores muy claros, dependiendo del rincón del país en el que vivan.

El escenario del horario de verano perpetuo: amaneceres en plena jornada laboral

La opción que a priori parece más atractiva para muchos, la de mantener el horario de verano (GMT+2) durante todo el año para disfrutar de tardes con más luz, esconde una cara B muy oscura, especialmente en invierno. Roberto Brasero lo explica con una claridad meridiana: si no atrasáramos el reloj a finales de octubre, nos enfrentaríamos a una situación anómala y perjudicial. "Si se mantiene el horario de verano, en invierno en Galicia no se haría de día hasta las 10:00 de la mañana y en Madrid hasta las 9:30".

Esta advertencia pone de manifiesto el enorme desfase que España ya tiene con respecto a su huso horario natural (el del meridiano de Greenwich, como Reino Unido y Portugal). Mantener el horario de verano agravaría esta distorsión hasta niveles insostenibles. Imaginar un país donde la jornada escolar y laboral comienza en completa oscuridad durante meses no es una exageración, sino una consecuencia directa. Esto afectaría negativamente a los ritmos circadianos, nuestro reloj biológico interno, dificultando el despertar y pudiendo generar problemas de concentración, rendimiento y salud a largo plazo. La estampa de ciudades como Vigo o A Coruña esperando los primeros rayos de sol bien entrada la mañana es el principal argumento en contra de esta opción.

La alternativa del horario de invierno: veranos más cortos y un golpe al ocio

En el otro lado de la balanza se encuentra la posibilidad de adoptar de forma permanente el horario de invierno (GMT+1), el que nos corresponde de forma más natural por geografía. Si bien esta opción solucionaría el problema de los amaneceres tardíos en invierno, generaría un nuevo y profundo conflicto durante los meses estivales, especialmente en la costa mediterránea y las Baleares, motor turístico y de ocio del país.

Brasero lo ilustra con otro ejemplo contundente: "En Menorca, por ejemplo, a las 5:15 de la mañana ya sería de día y a las 20:15 ya empezaría a oscurecer". Un anochecer tan temprano en pleno junio o julio tendría un impacto devastador en el estilo de vida español y en sectores económicos clave. Las terrazas, el comercio y el turismo, que dependen en gran medida de las largas tardes de verano, verían reducida su actividad drásticamente. Esta medida chocaría frontalmente con las costumbres sociales de un país que vive en la calle durante el buen tiempo, y supondría un cambio radical en la forma en que disfrutamos de nuestro tiempo libre.

Un debate sin consenso y una solución lejana

La conclusión de las advertencias de Roberto Brasero es que no existe una solución perfecta. Ambas opciones presentan desventajas significativas para diferentes partes del territorio y para distintos aspectos de nuestra vida. Mientras el horario de verano permanente atenta contra la salud y la lógica de los ciclos naturales de luz, el de invierno choca contra nuestra cultura y economía. Precisamente por este motivo, el comité de expertos que el Gobierno español designó hace años para estudiar el tema fue incapaz de llegar a un consenso.

Por ahora, y como recuerda el propio Brasero, la directiva europea que nos obliga a cambiar la hora sigue vigente y no tiene fecha de caducidad. Mientras los Estados miembros no alcancen un acuerdo definitivo, algo que no parece una prioridad en la agenda política actual, los españoles tendremos que seguir con la tradición. La realidad es que, a pesar del debate, la noche del último sábado de octubre tendremos que atrasar los relojes, regalándonos una hora más de sueño y sumergiéndonos de nuevo en un horario que, aunque solo sea por unos meses, nos acerca un poco más al sol que nos corresponde.