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París

El diamante 'maldito' que los ladrones del Louvre no se han llevado: una historia de miedo

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El diamante Regente, uno de los más grandes y puros del planeta, que se encuentra en el Louvre

El diamante Regente, uno de los más grandes y puros del planeta, que se encuentra en el Louvre / Louvre

Alexandra Costa

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En una operación audaz, digna de un guion de Hollywood, un comando de ladrones profesionales ha vulnerado la seguridad del Museo del Louvre, el más visitado del mundo, para hacerse con un tesoro de valor incalculable. En tan solo siete minutos, y con una precisión milimétrica, se llevaron diademas, collares y broches pertenecientes a las joyas del Imperio francés. Sin embargo, en medio del caos y el brillo de las piezas robadas, ha surgido un misterio aún mayor: ¿por qué dejaron atrás la joya más valiosa y legendaria de la sala? En una de las vitrinas fracturadas, intacto y desafiante, permanecía el diamante 'Regente', una gema de 140 quilates cuya historia está manchada de sangre, traición y una temible maldición que parece haber acompañado a sus dueños durante siglos.

El valor del 'Regente' no se mide solo en sus 55 millones de euros, sino en la oscura leyenda que lo envuelve. Mientras las autoridades buscan las joyas desaparecidas, muchos se preguntan si los ladrones, además de profesionales, eran supersticiosos y decidieron no tentar a un destino que ha demostrado ser fatal para quienes han poseído esta piedra.

El origen sangriento de una leyenda maldita

La historia del 'Regente' comienza a finales del siglo XVII en las entrañas de la India, en las famosas minas del reino de Golconda, cuna de algunos de los diamantes más célebres del mundo. Según la leyenda, no fue un príncipe ni un comerciante quien lo encontró, sino un esclavo que, en un acto de desesperación y esperanza, lo arrancó de la tierra. Para ocultar su tesoro y escapar de la tiranía, se dice que lo escondió dentro de una herida autoinfligida en su pierna. Su plan era llegar a la costa y negociar su libertad a cambio de una parte de la fortuna.

Fue allí donde la maldición echó sus primeras raíces. El esclavo encontró a un capitán de barco inglés y le ofreció la mitad del valor del diamante a cambio de sacarlo del país. El pacto se selló con una promesa que se rompió con avaricia. El capitán, cegado por el brillo de la gema, asesinó al esclavo para quedarse con la totalidad del botín. Este acto de traición y asesinato se considera el pecado original que imbuyó a la piedra de una energía funesta, convirtiéndola en un auténtico diamante de sangre.

De reyes a emperadores

Tras su sangriento origen, el diamante llegó a Europa y fue adquirido por el político británico Thomas Pitt. Sin embargo, su fama de traer desgracias ya comenzaba a extenderse. Finalmente, en 1717, fue comprado por Felipe II de Orleans, regente de Francia, de quien tomó su nombre definitivo. A partir de entonces, la joya se convirtió en un símbolo del poder y el lujo de la corona francesa, pero también en un presagio de catástrofe.

El 'Regente' fue engastado en la corona de Luis XV y más tarde fue lucido por Luis XVI y María Antonieta. Su destino es de sobra conocido: ambos monarcas fueron los últimos en ostentar el poder absoluto en Francia antes de que sus cabezas rodaran bajo la hoja de la guillotina durante la Revolución Francesa. Durante el caos revolucionario, el diamante fue robado junto con el resto del Tesoro Real, aunque fue recuperado milagrosamente en el tejado de una casa en París. Años más tarde, un nuevo hombre fuerte se apoderaría de él: Napoleón Bonaparte, quien lo hizo montar en la empuñadura de su espada ceremonial. Aunque le acompañó en su ascenso a la gloria, también fue testigo de su caída y exilio. La joya parecía prometer poder, pero siempre a un precio terrible.

El misterio del robo

Ahora, la pregunta que todos se hacen es por qué los ladrones del Louvre, capaces de ejecutar un golpe tan complejo, decidieron ignorar el 'Regente'. La explicación más lógica y pragmática es que el diamante es demasiado conocido. Su fama mundial, su tamaño y su corte único lo hacen invendible en el mercado negro. Cualquier intento de comercializarlo sería detectado de inmediato. Su propia celebridad es su mejor sistema de seguridad. Las otras joyas, aunque de un valor histórico inmenso, pueden ser desmontadas, sus gemas vendidas por separado y sus metales preciosos fundidos, borrando así su rastro.

Pero más allá de la lógica criminal, flota una pregunta más inquietante: ¿conocían los ladrones su historia? ¿Temieron despertar la maldición que ha perseguido a sus dueños durante más de trescientos años? Es posible que, en la fría planificación del robo, decidieran que había tesoros por los que no valía la pena arriesgar no solo la libertad, sino también el alma. Hoy, el 'Regente' sigue brillando en la Galería Apolo, protegido no solo por el cristal y las alarmas, sino por una historia de miedo que, quizás, resultó ser su mejor defensa.