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Melancolía otoñal

¿Te sientes más triste o cansado en otoño? La ciencia tiene una explicación

El principal culpable de este bajón anímico es la alteración de dos neuroquímicos clave: la serotonina y la melatonina

Una joven con signos
de tristeza.

Una joven con signos de tristeza.

Alexandra Costa

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La llegada del otoño trae consigo paisajes de tonos ocres, el regreso de las bebidas calientes y una sensación de recogimiento. Sin embargo, para muchas personas, esta estación también marca el inicio de un periodo de apatía, fatiga y una tristeza difícil de explicar. Si te has sentido identificado con esta melancolía otoñal, no estás solo ni es producto de tu imaginación. La ciencia ha identificado y estudiado este fenómeno, dándole un nombre concreto: Trastorno Afectivo Estacional (TAE), una forma de depresión directamente vinculada a los cambios de estación.

Este estado no es una simple nostalgia por el fin del verano, sino una respuesta bioquímica de nuestro cuerpo a un cambio ambiental fundamental: la disminución de las horas de luz solar. Nuestro reloj biológico interno, o ritmo circadiano, depende en gran medida de la luz para regular funciones vitales, desde el sueño hasta el estado de ánimo. Cuando los días se acortan y el cielo permanece nublado con más frecuencia, este delicado equilibrio se altera, desencadenando una serie de síntomas que pueden afectar significativamente nuestra calidad de vida durante los meses más oscuros del año.

La química cerebral detrás de la tristeza estacional

El principal culpable de este bajón anímico es la alteración de dos neuroquímicos clave: la serotonina y la melatonina. La luz solar juega un papel crucial en la producción de serotonina, un neurotransmisor popularmente conocido como la "hormona de la felicidad". Actúa como un estabilizador natural del ánimo, promoviendo sensaciones de bienestar y calma. Con menos exposición a la luz natural en otoño e invierno, los niveles de serotonina tienden a disminuir, lo que puede provocar sentimientos de tristeza, irritabilidad y apatía. Este déficit también explica por qué muchas personas con TAE experimentan un fuerte antojo de alimentos ricos en carbohidratos, ya que su consumo puede aumentar temporalmente la producción de serotonina en el cerebro.

Paralelamente, la oscuridad estimula la producción de melatonina, la hormona responsable de regular los ciclos de sueño. A medida que los días se acortan, el cerebro comienza a segregarla antes, provocando somnolencia y una sensación de fatiga persistente incluso después de haber dormido las horas recomendadas. Este desajuste entre nuestro reloj biológico y el horario social puede hacer que nos sintamos cansados durante el día, con dificultades para concentrarnos y una necesidad casi constante de dormir más de lo habitual.

Señales de alerta y factores de riesgo

El Trastorno Afectivo Estacional no se manifiesta de la misma manera en todas las personas, pero presenta un patrón estacional muy característico. Los síntomas aparecen de forma recurrente con la llegada del otoño y tienden a desaparecer en primavera. Más allá de la tristeza y el cansancio, las señales de alerta incluyen una notable pérdida de interés en actividades que antes se disfrutaban, un aumento del apetito, aislamiento social y una sensación general de pesadez. Para que un profesional de la salud mental pueda realizar un diagnóstico, este patrón debe repetirse durante al menos dos años consecutivos.

Existen ciertos factores de riesgo que aumentan la probabilidad de padecerlo. La geografía es uno de los más determinantes: las personas que viven en latitudes más altas, donde los inviernos son significativamente más largos y oscuros, tienen una mayor incidencia. Asimismo, tener antecedentes familiares de depresión u otros trastornos del estado de ánimo puede incrementar la vulnerabilidad. Es fundamental diferenciar el TAE de otros tipos de depresión, y para ello es imprescindible la evaluación de un especialista.

Cómo combatir el bajón otoñal: luz, hábitos y ayuda profesional

Afortunadamente, el Trastorno Afectivo Estacional es tratable y existen estrategias efectivas para mitigar sus efectos. La medida más importante es maximizar la exposición a la luz natural. Realizar paseos al aire libre durante las horas centrales del día, incluso en días nublados, puede marcar una gran diferencia. En los casos más pronunciados, uno de los tratamientos más comunes y efectivos es la fototerapia, que consiste en la exposición diaria a una lámpara de luz artificial de alta intensidad que simula la luz del sol y ayuda a reajustar el reloj biológico.

Además, adoptar hábitos saludables es fundamental. Mantener una rutina de sueño regular, incluso los fines de semana, ayuda a estabilizar el ritmo circadiano. La práctica de ejercicio físico regular es otro pilar, ya que libera endorfinas que mejoran el estado de ánimo. Finalmente, si los síntomas son severos e interfieren con tu vida diaria, es crucial buscar ayuda profesional. Un especialista en salud mental puede recomendar terapia psicológica, como la cognitivo-conductual, o en casos más severos, un tratamiento farmacológico para regular los niveles de serotonina y ayudarte a recuperar la energía y el bienestar durante los meses de invierno.