La huelga del Taxi en Madrid

Los taxistas latinos de Madrid se solidarizan con los de Barcelona

Juan José Fernández

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

No hay disensiones. Y están hartos. Siendo el del taxi de Madrid un sector en eterna guerra civil, cuyas inacabables discusiones se han oído durante años en bares y emisoras de radio, da una impresión de fuerte novedad ver tan unida a la abigarrada muchedumbre de chóferes que se refugia del implacable sol mesetario de julio bajo los techos de chapa del enorme aparcamiento de taxis de la T-4. Este sábado esperaban el comienzo de una asamblea en la que votarían por aclamación una huelga indefinida.

La Bolsa de Taxis de la terminal más importante del aeropuerto Adolfo Suárez-Barajas es el lugar de la ciudad donde más taxistas se puede encontrar. En largas filas de aparcamiento, de más de 60 plazas cada una, los conductores suelen esperar allí pacientemente el aterrizaje de los aviones y, por tanto, la llegada del curro. Por eso no hay lugar más indicado para la celebración de las asambleas que este fin de semana han ido conduciendo a la huelga.

Hasta aquí ha llegado la onda expansiva de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya anulando la limitación de este tipo de vehículos que hacen una feroz competencia al taxi.Un cartel a la entrada de la espartana cafetería de la Bolsa de Taxis muestra una parca que acaba de pasar ensangrentando dos cuartos con puertas adornadas por senyeras, y ahora el monstruo llama a una puerta con la bandera de fondo rojo y estrellas blancas de Madrid. "Vamos Madrid. Les llegó la hora", dice el esperpento,  que en el dibujo se identifica con las VTC, Uber y Cabify. Toda una alegoría.  

Ni Néstor ni Santiago, ecuatorianos de origen, dudan de la importancia de la chispa prendida en el Área Metropolitana de Barcelona. Son taxistas madrileños, pero hablan de la AMB como si circularan a diario por Badalona. Los taxistas latinoamericanos como ellos ocupan un lugar especial en el colectivo, porque saben de qué va: en sus países las empresas VTC golpearon primero, y, en algunos casos, a familiares que allá son también taxistas y ya no ganan lo suficiente.

La inimigración latina lleva ya el tiempo suficiente en Madrid como para que estos obreros del volante hayan subido un escalón. Muchos han pasado de trabajadores por cuenta ajena a autónomos propietarios de coche y licencia. Y las deudas les llegan al cuello.

Esperaban que títulos de 146.000 euros como el que Néstor acaba de comprar entrampándose les valgan para la jubilación cuando, ya viejos, se los vendan a otros taxistas. Pero ahora no lo tienen nada claro; peligra el plan. Por eso, y porque en sus taxímetros ya no salen las cuentas, han secundado la huelga. "¡Si esto no se arregla, guerra, guerra, guerra!" han gritado los asambleístas al final de la reunión. Hugo, originario de Guayaquil, habla calmado, estoico, de incertidumbre. Devolvió su casa, para la que se había hipotecado, con la idea de hipotecarse de nuevo por una licencia de taxi, pero...

Esta es una pelea global. En la asamblea de taxistas de Madrid, Sergio Vega, presidente de la Federación Élite Taxi, una de las asociaciones huelguistas, les ha hablado a sus compañeros de que el mismo problema de Barcelona y Madrid lo tiene Londres. "No hay marcha atrás y no nos quedan más balas que gastar", arenga a los reunidos. 

Pero esta guerra es también transversal, entre miembros de la misma clase trabajadora. Los taxistas latinos tienen a compatriotas, incluso amigos, trabajando sin horarios en la otra trinchera. Les pide EL PERIÓDICO sentarse con uno de ellos, pero Ramiro, ecuatoriano también, borra la idea: "No te van a hablar, no te hablarán porque esas empresas no les dejan. Si abren la boca, a la calle".

Según se ha enconado el conflicto, en la colonia latinoamericana de chóferes de Madrid se han roto amistades. No poca gente se niega el saludo. Lo que piden estos taxistas es que los conductores de Uber y Cabify, con sus inconfundibles cochazos negros, no recojan a clientes circulando por la calle. Pero los otros chóferes a veces no tienen más remedio que trampear.

Tras la asamblea en la T-4, parte del grupo de latinos ha partido hacia el centro de Madrid, donde han convocado sus compañeros una "caracolada". Así llaman a las marchas lentas, a paso de caracol, que bloquean el tráfico. A diez kilómetros por hora han recorrido la Castellana, bajando hasta la glorieta de Carlos V, desde la que se ve la cúpula modernista de hierro de la estación ferroviaria de Atocha. Enfrente está El Brillante, para los turistas conocido dispensador de bocatas de calamares, y para los taxistas viejo bar de recalada donde tomar un cortado o acaso desayunar. 

No hay en el local arepas, ni cachapas, ni mojarra, ni patacón pisao que le recuerde a su tierra al colombiano Óscar. Pero este taxista ya veterano es capaz de recitar de memoria nombre y localización de diez areperas buenas que han abierto por todo Madrid. Lo hace como si fuera una alineación de fútbo. Venido de Bogotá, Óscar -"cachaco puro" se define, y amante de las arepas de huevo, "como don Gabriel García Márquez"- hace valer sus años para apostar por que esta no será la última huelga del taxi. "Pero algo se conseguirá", cree, si se sigue el impulso de Barcelona.

Los taxistas huelguistas dan vueltas a la fuente de la glorieta haciendo sonar el cláxon o, algunos de ellos, atronando con "La Cucaracha" desde las radios de sus vehículos. Al fondo, a la puerta de los hoteles de lujo del gentrificado alrededor, rubias turistas con maletones de colorines abordan a los coches negros de Uber y Cabify para volver al aeropuerto. Se les acabaron las vacaciones. El último recuerdo que se llevarán de Madrid será la pitada atronadora de esos coches blancos con raya roja y letrero de "TAXI" apagado sobre sus chepas metálicas.