Testimonios personales
“Ahora tenemos más espacio para jugar”: Ca n’Anglada se reinventa en Terrassa tras una década de derribos y realojos
El proyecto de transformación del barrio busca superar el estigma del pasado con nuevas plazas, zonas verdes y viviendas realojadas que prometen una convivencia más tranquila y espacios abiertos para sus vecinos
CONTEXTO | Terrassa derriba el último bloque de viviendas de Ca n'Anglada para transformar el barrio

Bouchra Bamaarouf, lleva 5 años viviendo en Ca n'Anglada, con sus dos hijos de 3 y 12 años / Anna Mas


Clàudia Mas
Clàudia MasPeriodista
Periodista especializada en el Vallès. He trabajado en medios como VilaWeb, iSabadell, Diari de Sabadell y Bellaterra Diari. Codirigí el documental Els Residus del Mercuri (septiembre de 2023).
El barrio de Ca n’Anglada de Terrassa (Vallès Occidental) ha sido objeto de una transformación profunda para romper con su imagen estigmatizada, bajo un proyecto que buscaba “dignificar” la zona. A lo largo de más de una década, 147 familias tuvieron que abandonar sus hogares. Los bloques que habitaban fueron derribados para reducir la alta densidad de población y “aliviar la presión social” del área.
“Querían vaciar el barrio para separarnos a los marroquíes. Éramos demasiados”, asegura Sohaib Kharbouch, vecino del barrio desde hace 11 años. Su familia, propietaria de una vivienda que fue demolida en 2016, fue realojada en la calle Sant Cosme, también en Ca n’Anglada. Aunque al principio sintió el cambio como un “shock”, reconoce que el traslado ha mejorado su vida. “Ahora veo el barrio con otros ojos: hay más espacio y vivo más tranquilo”, explica, aceptando que la descompresión era necesaria.

Sohaib kharbouch, 11 años en el barrio. Fue uno de los realojados de un edificio que derrumbaron en 2016 / Anna Mas
El proyecto de esponjamiento comenzó en 2012 con el objetivo de reducir la densidad poblacional y mejorar las condiciones de vida, sociales y ambientales del barrio. La degradación progresiva de las viviendas exigió la intervención conjunta del Ayuntamiento y la Generalitat, en una operación que ha supuesto una inversión de 17 millones de euros, financiada a partes iguales entre ambas administraciones.
Este mes de octubre, el consitorio ha iniciado la demolición del último bloque afectado, ubicado entre los pasajes Constància y Previsió, ya deshabitado tras el realojo de las 20 familias que allí vivían.

Passatge Previsió donde pronto se derribo de 1 bloque / Anna Mas
Del hacinamiento al urbanismo abierto
Los 204 bloques demolidos, conocidos como “los pisos de la Vitasa,” se construyeron a mediados del siglo XX para acoger a la población migrante y a las familias que perdieron sus hogares tras las devastadoras riadas de 1962. Tras los derribos, los terrenos liberados han sido transformados en zonas verdes, aunque no al ritmo prometido. “No han hecho las plazas ni los aparcamientos que dijeron al principio. Quedan solares vacíos donde había edificios, y eso no tiene sentido,” critica Délia López, vecina de toda la vida.
Sohaib Kharbouch pasea con sus dos hijos de la mano. El mayor, de 12 años, rápidamente da su opinión al preguntar a su madre por el derribo de los pisos: “Es una muy buena noticia para nosotros, tenemos más espacio para jugar por la tarde y los fines de semana”, explica el pequeño. Su madre, Kharbouch, explica se ha creado una atmosfera más amigable: "Ahora se oyen ruidos de niños jugando, algo que debería ser normal, pero antes no ocurría”, relata.

Délia López, 40 años en el barrio / Anna Mas
Sentimiento de desarraigo
En una de las nuevas plazas, un grupo de jóvenes marroquíes charla mientras se sientan junto a un columpio y un tobogán. Entre ellos, Hamza recuerda que vivía justo donde ahora hay instalaciones infantiles. “Me realojaron en las Arenas, en un edificio nuevo. Tuve suerte; esto es como una lotería.”
Hamza explica que los afectados reciben una carta informativa sobre el proceso, seguida de reuniones, donde finalmente se les adjudica la vivienda mediante un sorteo. A pesar de contar con una casa recién construida, admite que siente un vacío: “Es como si nos hubieran echado del barrio.” Nabil, otro de los jóvenes, comparte esa sensación: “Nos sentimos expulsados y ahora solo nos queda sobrevivir.”

Nabil lleva 17 años viviendo en Ca n'Anglada, se reune siempre con sus amigos en la plaza Rosa Parks donde se derribaron 3 bloques / Anna Mas
Por su parte, Ferran Esteve, vecino desde 1963, fue testigo tanto del auge como del declive del barrio. “He visto cómo levantaban esos edificios y también cómo los derribaban,” comenta. Para él, la transformación debería ser positiva: “Esto permitirá plantar más árboles y crear nuevas plazas. Cuanta más gente junta, peor se vive, y en esos pisos la convivencia era casi imposible. Las viviendas eran muy altas y había demasiadas familias apiñadas.”
Según los últimos datos, el 65% de la población de Ca n’Anglada es de origen marroquí, una realidad que ha marcado la vida del barrio y que muchos residentes asocian con las dificultades sociales que, en parte, motivaron esta remodelación.

Ferran Esteve, vecino de toda la vida / Anna Mas
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