Abierto de EEUU

Medvedev: la primera vez más especial

El ruso, número 2 del mundo, conquista a los 25 años en Nueva York su primer grande frenando la proeza que buscaba Djokovic

El serbio se hunde física y emocionalmente en el partido que podía haberle dado el Grand Slam y sigue empatado a grandes con Federer y Nadal

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A1-124886147.jpg / AFP

Idoya Noain

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Daniil Medvedev sabía antes de salir el domingo a disputar ante Novak Djokovic en la pista Arthur Ashe que si conseguía por fin hacerse en el Abierto del Estados Unidos con un grande entraría “probablemente un poco en los libros de historia”. El talentoso moscovita de 25 años era consciente de que ese espacio en los anales se le reservaría no tanto por un logro personal que cualquiera que siga el deporte tenía la certeza de que llegaría tarde o temprano para un tenista heterodoxo pero brillante que ha ganado a pulso su número 2 mundial, sino por lo que su victoria supondría.

Ese triunfo supondría que Djokovic, el número uno y dueño de 20 grandes, tras haberse coronado este año en Australia, Roland Garros y Wimbledon no cerraba en Nueva York el Grand Slam, un hito que en el cuadro masculino logró por última vez hace 52 años Rod Laver, al que los organizadores del Abierto estadounidense habían llevado a Flushing Meadows para lo que se anticipaba sería el paso del heroico testigo. El triunfo de Medvedev supondría también que el serbio no lograba dejar atrás a Roger Federer y Rafael Nadal en ese contador de grandes donde el trío que ha dominado el tenis durante los últimos tres lustros llevan acumulados a partes iguales 60 títulos.

Psicológicamente roto

El peso de esa cita siquiera colateral con la historia no alteró a un Medvedev al que el camino de éxitos recorridos hasta este momento, del Masters a147 partidos ganados en el tour de pista dura desde principios de 2018, con 17 finales y 12 títulos (dos más que Djokovic en ese periodo) siempre le dejaba diciendo; “Necesito más, quiero intentar hacer más”. Y el peso de la historia, sin embargo, hundió a un Djokovic desdibujado, perdido, físicamente ausente y psicológicamente roto, que reconocía luego no solo haber desplegado un juego “por debajo del nivel” sino haber sucumbido ante todo con lo que ha tenido que “lidiar mental y emocionalmente”.

En solo dos horas y cuarto y con un triple 6-4, en una perfecta revancha de la final de Melbourne, Medvedev no solo frenó a Nole sino que se ganó por derecho propio que se abra capítulo a su nombre en esos anales del tenis. Porque su victoria, que representa también la primera vez en que uno de los miembros del triunvirato pierde en un grande con un jugador de la nueva generación, hace más obvio de lo que ya es que el relevo acelera, y en esa transición él Medvedev es el líder.

“Inclasificable”

Puede despistar con el aspecto desgarbado de sus casi dos metros (1,98) o descolocar con su heterodoxia pero Medvedev, como ha escrito L’Equipe, tiene técnica, física y temperamento y es dueño de una coordinación excepcional y de un tenis de calidad. Tiene inteligencia y determinación y es “loco y racional, atípico y convencional, clásico y moderno; es inclasificable”, ha escrito también el diario galo, donde se conoce bien a un jugador que se instaló en Francia tras haber abandonado los estudios de física y matemáticas en Rusia para dedicarse plenamente al tenis y que habla tan bien el francés como el ruso o el inglés.

Toda la evolución de un hombre del que cuentan que aprende muy rápido, que no deja nada al azar y es pragmático, y que como buen creador “no repite sino que se apropia de lo que aprende y hace otra cosa” se desplegó el domingo en la Arthur Ashe.

Ahí estuvieron la táctica clara y la ejecución perfecta, un saque demoledor, los riesgos en los segundos servicios, un tenis intratable y la confianza plena en sí mismo. Y mientras caía como un traje de papel la coraza zen de Djokovic dejandp ver sus arrebatos de rabia y los demonios interiores de frustración, Medvedev mantenía los nervios de acero. Tuvo la capacidad de aislarse incluso cuando los fans, ansiosos de que Djokovic realizara su gesta, rompieron todos los protocolos del mínimo decoro y le acosaron, forzando en la última manga algunas dobles faltas que lo único que hicieron fue postergar mínimamente lo inevitable, un triunfo de Medvedev que, junto a la final adolescente de la víspera y la victoria de Emma Raducanu, han hecho de esta edición del Abierto estadounidense una de las estimulantes que se recuerdan.

La transición

En la ceremonia de premios Medvedev fue elegante, pidiendo disculpas a los fans de Nole por frustrar sus sueños y diciendo directamente al serbio que lo consideraba “el más grande de la historia”, aunque luego no quiso repetirlo en la sala de prensa. “Sería irrespetuoso con otros jugadores”, zanjó.

También ante la prensa aseguraba que “si hubiera ganado contra otro en la final estaría igual de feliz”, pero reconocía que ganar a este Djokovic estratosférico de 2021 hacía el triunfo especial. “Para la confianza y para mi futura carrera saber que gané a alguien que iba 27-0 en los grandes, con quien perdí en Australia, que perseguía hacer historia... Lo hace más dulce y me da confianza para lo que está por venir”.

Lo que viene es, como explicaba Djokovic ante los medios, un cambio generacional que “ya ha empezado” y “es normal”, una transición que “era inevitable”. Pero no es una concesión personal. “Orgulloso” de su año aunque lógicamente “muy triste” y decepcionado” ante una derrota “muy dura de digerir”, y en parte “aliviado” por haber dejado atrás la presión de lo que perseguía, Djokovic advertía. “En tenis aprendemos muy rápido cómo pasar página. Muy pronto habrá más retos. He aprendido a superar este tipo de derrotas duras en las finales de slam, las que duelen más. Intentaré sacar lecciones, aprender, ser más fuerte y seguir. Aún amo este deporte y me siento bien en la pista. Mientras haya motivación y tenga habilidad seguiré”.

Las lágrimas de Nole

De momento ha quedado, no obstante, su imagen vulnerable, la de un tenista acorazado que se rompió en los últimos momentos del partido. Cuando se sentó en su silla con un 5-4 en el marcador de la tercera manga no quedaba ya prácticamente esperanza pero la Arthur Ashe se llenó con un rugido ensordecedor de 20.000 voces. “Ole, ole, ole”; “Nole Nole Nole”. La cara enterrada en la toalla, las manos temblando incontroladamente, las lágrimas enrojeciéndole los ojos, como pasaría en la ceremonia de premios.

Por primera vez todo el público, y no solo los fans serbios o grupos reducidos, le daban el amor que tanto ha ansiado. “Sentí algo que no había sentido en mi vida en Nueva York”, decía después. “Fue algo que recordaré para siempre. Me tocaron el corazón. Por supuesto lo que quieres es ganar, eres un deportista profesional, pero estos son los momentos que valoras, estas son conexiones que estableces con la gente que durarán mucho tiempo. Fue simplemente maravilloso”. Era otra forma de hacer historia.