Ciencias Planetarias

Meteoritos "radiactivos" podrían haber sembrado la vida en la Tierra primitiva

Entregaron aminoácidos formados a través de reacciones internas, impulsadas por la acción de rayos gamma

Algunas rocas espaciales contienen elementos radiactivos lo suficientemente energéticos como para sintetizar aminoácidos.

Algunas rocas espaciales contienen elementos radiactivos lo suficientemente energéticos como para sintetizar aminoácidos. / Crédito: Universidad de Glasgow.

Pablo Javier Piacente

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Un nuevo estudio descubrió que los isótopos radiactivos producen aminoácidos dentro de algunos meteoritos: de esta manera, estas rocas espaciales "radiactivas" formadas hace aproximadamente 4.600 millones de años podrían haber "sembrado" vida en la Tierra, al colisionar contra nuestro planeta y dejar su carga de aminoácidos.

Un grupo internacional de investigadores acaba de publicar en la revista ACS Central Science un estudio en el cual sostienen haber demostrado experimentalmente que los aminoácidos, cruciales para el surgimiento de la vida en la Tierra, podrían haberse formado en los primeros meteoritos que colisionaron contra nuestro planeta, a partir de reacciones impulsadas por rayos gamma dentro de las mismas rocas espaciales.

Meteoritos, rayos gamma y aminoácidos

Estos primeros meteoritos, formados hace alrededor de 4.600 millones de años, se han precipitado a través de la atmósfera a altas velocidades hacia la superficie de la Tierra desde que el planeta era un cuerpo rocoso inerte. Si los desechos espaciales iniciales hubieran incluido condritas carbonáceas, una clase de rocas espaciales que contienen cantidades significativas de agua y moléculas pequeñas, como por ejemplo aminoácidos, entonces podrían haber contribuido a la evolución de la vida en la Tierra.

Sin embargo, hasta el momento ha sido muy complejo verificar experimentalmente esta hipótesis, porque la fuente de aminoácidos en los meteoritos ha sido difícil de precisar. En estudios previos, los científicos a cargo de la nueva investigación demostraron que las reacciones entre moléculas simples, como el amoníaco y el formaldehído, pueden sintetizar aminoácidos y otras macromoléculas, pero para ello se requiere agua líquida y calor.

De acuerdo a un comunicado de prensa de la Sociedad Estadounidense de Química, los elementos radiactivos como el aluminio-26, que se sabe que existieron en las primeras condritas carbonáceas, liberan rayos gamma, una forma de radiación de alta energía, durante su proceso de descomposición. Dicho proceso podría haber proporcionado el calor necesario para “fabricar” biomoléculas en el interior de esta clase específica de rocas espaciales.

Rocas espaciales “cargadas” de vida

A partir de estos datos y sus estudios previos, el grupo de investigadores liderado por Yoko Kebukawa se propuso demostrar en la nueva investigación si la radiación podría haber contribuido a la formación de aminoácidos, en el interior de los primeros meteoritos que cayeron en la Tierra. Los científicos disolvieron formaldehído y amoníaco en agua, sellaron la solución en tubos de vidrio y luego irradiaron los tubos con rayos gamma de alta energía, producidos por la descomposición del cobalto-60.

Los resultados fueron contundentes: descubrieron que la producción de distintos aminoácidos aumentó en las soluciones irradiadas en la misma proporción que las dosis de rayos gamma aplicadas. En función de esto, los investigadores estimaron que los meteoritos “radiactivos” se habrían “cargado” de aminoácidos luego de un proceso que habría llevado entre 1.000 y 100.000 años. Calcularon esto en base a un ejemplo concreto: la cantidad de aminoácidos encontrada en el meteorito Murchison, que impactó en Australia en 1969.

En conclusión, el estudio proporciona evidencia de que las reacciones catalizadas por rayos gamma pueden producir aminoácidos, posiblemente contribuyendo al origen de la vida en la Tierra a partir del aporte de los meteoritos. Por supuesto, aún queda un largo camino hasta determinar en qué proporción contribuyeron estas rocas espaciales para que la Tierra, miles de millones de años después, se transformara en el oasis de vida que hoy disfrutamos.