Tú y yo somos tres
La crítica de Monegal: “En Barcelona nunca conocí un independentista”
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Debo decirle, con todo mi afecto, a Maria Casado, que este encuentro que ha tenido con Mario Vargas Llosa (‘Las tres puertas’, TVE-1) merecía más minutaje y mayor profundidad en las preguntas.
Ha sido una entrevista que me ha parecido corta en tiempo e intención. Pero celebro que nos haya deparado momentos que invitan a la meditación reflexiva. Lo digo porque Vargas Llosa tiene una trayectoria existencial (85 años de edad) tan interesante como controvertida.
A finales de los 60, en Barcelona, todo aspirante a ‘progre’ debía cumplir un requisito: pasearse por Las Ramblas con dos libros bajo el brazo. Uno, ‘Cien años de soledad’ de Gabriel García Márquez, y dos, ‘La ciudad y los perros’ de Mario Vargas Llosa. Con estos dos signos de identidad progresista uno entraba en el Glaciar, o en El café de la Ópera, y triunfaba mucho en las tertulias que allí se producían.
Hoy, para los ambientes de la izquierda y del ‘mainstream’ progresista, Vargas Llosa ha pasado de ser un referente a una criatura acomodaticia con toques de reaccionarismo.
Le preguntó precisamente María por esa intolerancia hacia las personas que cambian de ideas y de opinión a lo largo de la vida. Y el Premio Nobel decía: «De joven fui comunista. Pero con los años me di cuenta que en el comunismo había una gran pérdida de libertad».
Ese instante merecía más recorrido. Podrían haber echado mano de aquella ingeniosidad atribuida a Winston Churchill: «Si a los 20 años no eres de izquierda es que no tienes corazón, pero si a los 40 sigues siéndolo es que no tienes cerebro», y darle una vuelta. Y quizá hubieran encontrado algún lugar cartesiano, racional, en el que pudieran caber, a la vez, el corazón y el cerebro.
Otro momento que necesitaba más inmersión fue cuando Vargas Llosa evocó, con melancolía, aquella Barcelona de los años 70, aquella explosión de cultura con Carmen Balcells y Carlos Barral haciendo de la literatura un alimento imprescindible.
«¡Cuanto ha cambiado, qué distinta! Yo viví cinco años en Barcelona, ¡y no conocí nunca a un independentista!». ¡Ah! Esa pincelada requería una analítica más cumplida. Bien mirado tiene razón: en los 70 el independentismo no pasaba del 18% como mucho. Pero habría que advertirle a Vargas Llosa que eso era así porque Mariano Rajoy todavía no se había instituido en el gran fabricante de independentistas.
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