Tú y yo somos tres
La crítica de Monegal: A falta del amor de mamá, Kiko abraza una elefanta
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Ferran Monegal
Acaba de soltarnos Tele 5 el viaje de Kiko Rivera, Paquirrín, por la zona del Nepal, grabado la primavera pasada (‘Planeta Calleja’). ¡Ah! Mediaset sigue necesitando a este abnegado muchacho para recomponer sus audiencias, porque de los últimos cuatro meses, tres se los ha llevado Antena 3 y eso para el imperio berlusconiano es una catástrofe.
Lo primero que ha hecho Jesús Calleja es hacerle subir al famoso Templo de los monos de Katmandú, y Kiko no paraba de saludar a los macacos. «¡Namasté, namasté!» a todo trapo, y comiendo plátanos. Luego fueron haciendo un ‘tour’ nepalí, a ratos selvático. Los cocodrilos y los rinocerontes que encontraron a su paso no se movieron en ningún instante. Se quedaron quietos. Como disimulando. Yo creo que estas bestias, que son sabias, son conscientes del peligro que tienen los de la tele cuando van a visitarles. Pero el gancho del programa no era tanto hacer de Kiko una especie de Indiana Jones de barrio, sino aprovechar para hacerle hablar y que siguiera descuartizando a mamá, que es lo que Tele 5, con tanta devoción, viene impulsando.
Primero Calleja le preguntó cuánta pasta se ha fundido desde que alcanzó la mayoría de edad. Contestó: «Haciendo bolos me llevaba 100.000 euros cada fin de semana. Y todo se iba en coches –llegué a tener 11 a la vez– fiesta, putas, viajes, y otras cosas que no te quiero ni contar. Me habré gastado en total entre 7 y 9 millones de euros». ¡Ah! Bien mirado, es admirable cómo dinamiza la economía este muchacho. Hace circular el dinero a mansalva, como aconsejaba Keynes cuando predicaba que más vale gastar que ahorrar.
El otro tema de conversación fue, naturalmente, su madre. Calleja le pidió que recordase momentos de amor de su infancia con su mamá. Y Kiko contestó: «Mi abuela es la que me abrazaba, me besaba, la que cuando yo caía, me levantaba. Si quieres hablar de amor, hablemos de mi abuela, no de mi madre». Y en ese instante ocurrió algo extraordinario. Vio Kiko de pronto que unos nepalís estaban en el rio bañando a una elefanta. Se precipitó enseguida al agua. Llegó nadando. La abrazó. La acarició tiernamente. Y acabó montado sobre ella, con una ilusión muy grande. ¡Ah! Quién sabe, quizá Kiko encontró fugazmente en esa elefanta del Nepal, ese cariño, esa ternura, ese amor, que dice que nunca encontró en su madre.
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