Tú y yo somos tres
La crítica de Monegal: Los cornúpetas, la ‘madame’, la bocina y la bombilla
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Ferran Monegal
Poner cuernos, recibirlos, o todo a la vez, ‘that is the question’. Acaba de estrenar Telecinco una nueva temporada del Festival Cornúpeta del Caribe (ellos lo llaman ‘La isla de las tentaciones’). Se trata, como siempre, de unas supuestas parejas que se presentan en el Caribe a ponerse los cuernos. Los nombres son lo de menos. Son carne de cañón de las barbacoas Mediaset. Allí les está esperando Sandra Barneda, en funciones de ‘madame’ , y su cometido no es solamente presentarles nuevos pollastres y nuevas ‘vamps’, sino conseguir que las cornamentas sean públicas, tanto de los que las reciben como de los que los ponen.
¡Ah! Conculca este programa el primer principio de la termodinámica del cuerno, aquel sabio teorema que dice: la virtud del buen cornudo es que lo sepa todo el mundo menos él. Podría parecer un factor de transparencia, pero en realidad lo que se busca es el tormento de quien ve crecer todos los días unos bultos tremendos en su frente. Naturalmente, ‘madame’ Barneda lo viste con una fraseología que los guionistas le preparan, y va recitando «¡Es la batalla entre el corazón y la tentación! ¡Esta experiencia se basa en el amor!», o sea, intentando darle altura de experimento sociológico. A ver si cuela.
Para mí, lo más imaginativo de esta fábrica de cuernos sigue siendo el artilugio que les avisa de que su pareja se los está poniendo. ‘Madame’ Barneda lo llama ‘la luz de la tentación’. En realidad es una bombilla enchufada a una bocina, y cada vez que se enciende y suena es la señal para que vayan corriendo a mirarse al espejo y vean la magnitud de su tragedia. Esta variante del avisador me sigue pareciendo lo más original, y también lo más peligroso. No se puede romper el derecho que tiene todo cornudo a no saberlo. Recuerdo un antiguo ‘sketch’ del programa ‘Vaya semanita’ (Euskal Telebista) en el que retrataban una boda con un cura acompañado de un polígrafo. A cada mentira que decían los contrayentes, sonaba un pito. ¡Ahh! Fueron tantos los pitos que sonaron, que no hubo boda. Allí todos acabaron sabiendo que todos llevaban cuernos.
El tema de la utilización del cuerpo y de la condición de mujer, y del del hombre, en esa palangana cornúpeta caribeña, lo dejo a consideración del feminismo y de los defensores de la dignidad de género. Curiosamente este festival lleva ya cuatro ediciones, y todavía no he escuchado ni una protesta.
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