UN CASO REAL (AUQUE NO LO PAREZCA)

Joe Exotic, los tigres y otras fieras que arrasan en Netflix

La delirante miniserie documental 'Tiger King' triunfa en la plataforma con su desfile de felinos, muertes y conspiraciones

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Eloy Carrasco

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Cuando Joe Exotic asoma en pantalla por primera vez, una de las cosas que vienen a la cabeza es que los responsables de ‘Tiger King’ echan toda la carne en el asador desde el principio. Ese personaje -su forma de hablar, su aspecto, su forma de moverse, su pelo, su mundo- parece dificilísimo de superar. Sin embargo, basta con seguir atento unos pocos minutos más para comprender que esta miniserie documental, disponible ahora en Netflix, es un desfile de chiflados de distinta gradación en el que costará decidir quién merece los galones de capitán general. El submundo de los parques zoológicos de Estados Unidos que acogen y exhiben a grandes felinos (y trafican con ellos sin el menor miramiento) permite ver a una sucesión de ególatras, facinerosos, embusteros, tunantes, machistas, sicarios y quinquis tan variopinto que resulta imposible apartar la mirada, como ya ha constatado 'Muy seriemente' en este diario. Son siete capítulos de 40 minutos, pan comido en estos días de fieras en cautividad.

El apellido natal del protagonista es Schreibvogel, durillo, y lo cambió por Maldonado-Passage (?), en arte Joe Exotic. Qué menos. Hablamos de un autodenominado ‘redneck’ (palurdo) de la América profunda de 57 años que afrontó sus traumas de homosexualidad (su padre le obligó a jurar que no iría a su funeral) desviando todos sus afectos hacia los animales menos domésticos y, en especial, hacia los grandes felinos. Regentó un parque en Oklahoma hasta que la acumulación de chanchullos y conspiraciones delictivas le acarrearon una condena de 22 años de cárcel que actualmente cumple en una prisión de Florida. Digamos que es lo de menos. Lo importante es el 'cómo' de todo esto.

Joe es un villano muy pintoresco. Siempre con un revólver al cinto (“lo llevo para defenderme de las personas, no de los animales”, dice con su voz nasal), llegó a ser candidato a gobernador de Oklahoma (perdió, aunque sacó casi el 20% de los votos, y entre sus chismes de propaganda electoral repartía condones con el lema impreso “Por su protección, vote a Joe Exotic) y se casó con otros dos hombres en la primera boda de tres cónyuges en el estado.

Los otros dos maridos comen aparte también. Ninguno de ellos es gay (eso dicen ambos, así como que fornican con toda mujer que se les pone a tiro) y en realidad parecen dos almas perdidas a las que Joe suministra afecto y cobijo (y drogas). Uno, John, un musculitos repleto de tatuajes, adorador de las armas y desdentado por la metanfetamina; el otro, Travis, efebo californiano de final trágico, parece tener suficiente con sus porros.

Pero Joe sería mucho menos Exotic sin una némesis a la altura: Carole Baskin, déjenla correr. Aparentemente benefactora de los felinos desde su propio parque de tigres en Florida, contraria a su venta y aliada de los animalistas, su pasado también presenta graves traumas (violada por tres vecinos a los 14 años) y sombras. La mayor de ellas es la desaparición / muerte de su segundo marido, un millonario dos décadas mayor, adicto al sexo y cuyo rastro se perdió un buen día de agosto de 1997.

En plena crisis matrimonial y temiendo por su vida, porque su fortuna tentaba mucho a la codiciosa Carole, del señor Don Lewis nunca más se supo. La versión de la viuda (y heredera casi única) es que el hombre se aventuró a pilotar su avioneta privada hacia Costa Rica (cosa que solía hacer) y tal vez cayó al mar; muchos otros sospechan que algún matón hizo el trabajo y (detalle feroz) la propia Carole echó el cadáver a los tigres de su parque tras despiezarlo en una picadora. Ella se ha quejado contra Netflix, asegura que fue engañada con el propósito y el enfoque reales del documental, rechaza las acusaciones y lamenta que la plataforma no le concediera el derecho de réplica contra lo mucho malo que se le atribuye.

Los protagonistas  vomitan sus odios y miserias ante la cámara con impudicia absoluta. Joe, un maniático que lo graba todo en vídeo, llegó a protagonizar un ‘reality’ para una productora grande en el que daba rienda suelta a su histrionismo y a sus amenazas a Carole Baskin, pero la mayoría de las grabaciones se quemaron en un incendio que atufaba a sistema poco sutil de eliminar pruebas comprometedoras. También cantaba, algo similar al country, y grabó unas cuantas canciones (disponibles en Spotify), dedicadas tanto a ensalzar a sus tigres y leones como a denigrar a su enemiga, casada ahora en terceras nupcias con un marido que le sigue la corriente en su cruzada.

Pese a la potencia de los anteriores, no conviene despreciar a otros dos personajes de ‘Tiger King’. Doc Antle: propietario de otro parque ‘conservacionista’ de grandes felinos, de hecho inspirador de la pasión de Joe Exotic, habitual proveedor de bestias para películas de Hollywood y, en general, grandilocuente y charlatán individuo que recorre su propiedad en Carolina del Sur a lomos de un elefante; un tercero en discordia entre Joe y Carole con otra metodología: mientras Joe contrata a su personal entre los convictos de su zona y Carole se nutre de ‘becarios’ bienintencionados a los que exprime en turnos laborales, Doc Antle (se hace llamar Mahamayavi Bhagavan) actúa como el gurú de una secta y macho alfa de la reserva: presume de sus tres ‘esposas’ y toda mujer que quiera trabajar para él debe pasar por su cama. Tampoco ha quedado contento con Netflix. “No es un documental. Es entretenimiento sensacionalista con participantes pagados”, se ha quejado.

Jeff Lowe, otro fracaso

Otro secundario que se come la cámara es Jeff Lowe. Nieto del dueño de un circo, asegura que creció entre fieras, ha pisado varias cárceles y da el pleno perfil de baladrón. Nadie en sus cabales le compraría un coche usado. Conoció a Joe en el 2015, cuando fue a su zoo a por un cachorro de tigre. Lowe lleva el tren de vida de un rico pero todo en él huele a chamusquina, en realidad no maneja mucho dólar y le llueven las acusaciones de estafador. Se asocia con un Joe desesperado para reflotar el parque. Fracasan y acaban mal, claro. A Lowe le acompaña un ‘colaborador’, un matón, un grandote curtido que frecuenta las prisiones y se tatuó una lágrima tatuada, señal, dicen, de que tiene al menos un cadáver en la conciencia. Al final ambos son claves en que el gañán Joe acabe entre rejas.

La miniserie, producida y dirigida por Eric Goode y Rebecca Chaiklin, lleva menos de dos semanas en Netflix y se ha convertido en un ‘hit’. Uno de los personajes dice que la clave del éxito de los parques de grandes felinos es que a todo el mundo le gusta hacerse una foto con un tigre. Ese mismo magnetismo hipnótico es el que desprenden los siete capítulos de ‘Tiger King’.

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