TÚ Y YO SOMOS TRES

Cuando la censura era chapucera

Ferran Monegal

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Estaba David Broncano (La resistencia, #0, Movistar +) entrevistando a Fernando Trueba y en un momento dado le sugirió si le apetecería dirigir algun capitulo de su programa. «Podrías hacer lo que quisieras, fantasías tuyas, lo que quieras». Y Trueba respondió entonces: «En toda mi vida solo he dirigido un programa de tele. Se llamaba El peor programa de la semana.

¡Ahh! Se quedó muy sorprendido Broncano. Es natural, cuando eso ocurrió él debía tener 9 o 10 años de edad. Pero debería haber profundizado en el tema. Hubieran podido sacar interesantes conclusiones comparando la censura en la televisión de antes y la que se practíca ahora.  En febrero de 1994, que es cuando ocurrió el suceso,  la censura era todavía muy chapucera. De rompe y rasga. Torpe.

Aquel programa lo dirigían los hermanos Trueba (Fernando y David) y lo presentaba Wyoming. Lo emitía La 2. Duró poco. El remate o descabello fue cuando anunciaron que habian invitado a Quim Monzó. A los jefes de TVE les pareció intolerable esta presencia. Acababa de protagonizar Monzó (y Mikimoto) unas bromas vertidas en el Persones humanes (TV-3) hacia la infanta Elena.

Los círculos del poder del kilómetro cero lo consideraron una ofensa. En aquella época la monarquía de Juan Carlos I era todavía intocable. Tema tabú. El entonces 'president' Pujol tuvo que mediar y hasta hacer equilibrismos ante la familia regia. Fue el final de El peor programa de la semana. En su lugar emitieron un refrito de los carnavales de Canarias. Aquello fue un atropello. Pero estuvo realizado además de forma tan estrepitosa que los damnificados gozaron al menos de gloriosas ruedas de prensa. «Parecemos Chabeli y Bofill» declaraba Wyoming, en olor de multitud, con punzante sarcasmo irónico.

¡Ah! Habría sido luminoso que en La resistencia hablasen a fondo del tema. La censura en la tele ha progresado enormemente. Ahora, con las cadenas transformadas en trincheras, los vetos existen igualmente, más incluso, pero ya no trascienden. Censuran sin ruido. Los propios trincheristas colaboran en el proceso. En cada parroquia hay listas negras. Nadie da un minuto de tele al hereje. No existe. Mediáticamente muerto. Han alcanzado un grado de impunidad perfecta.