TÚ Y YO SOMOS TRES
Un vals, intenso y triste, para los mena
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Ferran Monegal
Se sentó Gonzo en un poyete de piedra con dos muchachos africanos, dos que son, o fueron, mena. Le decía uno: «Llevo tres meses en Madrid viviendo en la calle. Mal. Hambre. Sin dinero no hay comida. Si quiero comer, tengo que robar». Decía el otro: «La poli ya me ha pillado cuatro veces. Nadie me ayuda. Robo lo que sea. No robo para tener dinero, robo para poder seguir viviendo». ¡Ah! A este capítulo de 'Salvados' (La Sexta) Gonzo lo ha titulado Hijos de nadie. Lo son. Al menos cuando llegan a Europa. En el mejor de los casos, hacinados, aparcados, en algún centro abarrotado de menores en espera de un destino que no llega. Ni siquiera papeles. ¿Qué hay que hacer con ellos? ¿Desentendernos como si no existieran? ¿Subirlos de nuevo a una patera y lanzarlos al mar a ver si hay suerte y esta vez se ahogan? Todo ser humano tiene derechos, nos decía Gonzo. Estos parece que no. O sea, no son humanos porque llegan sin tarjeta de crédito. El golpe de este Salvados ha sido contundente.
A la misma hora, en Movistar+ #0, el programa Radio Gaga, es decir, Quique Peinado y Manuel Burque, aparcaban su roulotte en una plazuela de San Isidro, Campo de Níjar, Almería. Invitaban a subir a jornaleros del mar de plástico, los trabajadores de los invernaderos. Del polvoriento camino brotaban africanos que aceptaban la invitación. A un joven de Mali le preguntaron: «Con lo que mandas cada mes a tu aldea, ¿cuántas personas viven?». Contestó: «Me pagan 4 euros y 70 céntimos la hora. Cada mes mando la mitad de mi sueldo. Con eso viven en Mali 22 personas». Pusieron entonces Burque y Peinado, con una sensibilidad a escala humana, y un respeto enorme, un fragmento de aquel vals tan extraordinariamente intenso, el Vals poético, interpretado por Los Macorinos, ese dúo de cuerda que tantas veces acompañó a Chavela Vargas y ahora a Natalia Lafourcade, hoy por hoy la mexicana de las melodías más tiernas. Y mientras sonaban las guitarras con su vals, y el sol pegaba en el plástico de los invernaderos, el africano de Mali iba diciendo: «Bajo el plástico no trabaja casi ningún español o europeo. Si alguno entra, sale corriendo. Son 50 grados. Eso solo lo aguanta un inmigrante. Eso solo se puede aguantar si tienes necesidad y estás en la miseria». Ese joven jornalero de Mali, quizá no hace mucho, fue un mena.
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