TÚ Y YO SOMOS TRES
Cayetano, un chino en la tribu de los zulúes
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Ferran Monegal
El año pasado, por estas mismas fechas, TVE-1 estrenó la primera temporada de Lazos de sangre con un gran documental, retórico y rimbombante, sobre La saga de los Alba. La saga de los AlbaAhora, 12 meses después, en la segunda temporada de estos pomposos lazos, acaban de emitir La saga de los Martínez de Irujo. La saga de los Martínez de IrujoO sea, otra vez los Alba. Hombre, a mí me parece que esta insistencia es una obcecación. Puro vicio, francamente. Creo que la gran televisión pública del Estado debería ir con más cuidado. La entrega de este año se ha centrado, más que en la duquesa Cayetana, en su primer marido, Luis, y sobretodo en sus hijos Carlos, Alfonso, Jacobo, Fernando, Cayetano y Eugenia. Han ido apareciendo, por separado –menos Jacobo y Fernando–, y han ido contando, cada uno a su manera, cómo les ha ido en el seno de familia tan colosal. Todo ello con pespuntes del programa que decían: «No son una saga, ¡son una estirpe! (...) ¡Son seres humanos, con sus debilidades!», y cositas así, campanudas y enfáticas, en plan gran reportaje en papel couché con fotos animadas.
La personalidad del actual duque de la saga, Carlos, ha quedado explicitada cuando habló de su hermano Alfonso. Dijo: «Se parece a mi padre, pero es menos fino. Yo me parezco en lo bueno y en lo malo, Alfonso solo en lo malo». O sea que Alfonso habrá tenido una alegría bárbara escuchando a su hermano Carlos. Pero quien se ha soltado más ha sido Cayetano. ¡Ah! A Cayetano le tienes 15 minutos en pantalla y te hace todo un repertorio emocional. Llanto, carcajada, dolor, euforia, hundimiento, resurrección, todo en un plisplás. Como criatura televisiva es un diamante. Contó cómo le pegaban las ‘nanis’, con varas de bambú y bofetadas; cómo su madre vivía en otro mundo y no se ocupaba; cómo le atormentaba Jesús Aquirre, el padrastro; cómo su hermano Carlos está llevando a la Casa de Alba por derroteros que no comparte. Y concluyó: «¡Yo no tengo nada que ver con mis hermanos! ¡Es como meter un chino en una tribu de zulúes!». ¡Ahh! Eso en televisión es impagable.
Y Boris Izaguirre, en el papel de pintoresco presentador y amable acompañante, se sentaba a su lado en un sofá, se iba autosubyugando, y exclamaba: «¡Me encanta! ¡Es maravilloso! ¡Hemos descubierto que los nobles también lloráis!». Hombre, yo creo que TVE, en efecto, debería ir con cuidado y evitar sonrojar tanto al personal.
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