TÚ Y YO SOMOS TRES
Funeral por Ana Belén: va al cielo y vuelve
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Ferran Monegal
Siempre me ha subyugado el arte de la necrológica, una de las ramas más bonitas del periodismo. Una necrológica es una filigrana que suele ensalzar la figura del finado, a la par que reconforta a la familia. La viuda, los hijos, los hermanos, la parentela en general del difunto o difunta, quedan eternamente agradecidos. Y el periodista ensancha de manera colosal su cartera de amistades y adquiere mucho prestigio. Una variante muy entretenida de este arte es la necrológica en vida. ¡Ah! Es una forma de divertimento ingenioso, útil, y la mar de positivo, porque finalmente el muerto está vivo y en lugar de quebranto y de dolor, finalmente hay alegría. Y el fallecido puede asistir a su propio funeral y disfrutar viendo cómo le quieren sus familiares y amigos.
Mi hermano gemelo televisivo ha realizado alguna vez necrológicas en vida en La Sexta noche, de manera intermitente. Por ejemplo, al presentador Iñaki López, y también a Xavier Sardà. Los dos quedaron anímicamente muy fortalecidos. Ahora, en el canal #0 de Movistar +, acaban de estrenar un programa de funerales en vida titulado El cielo puede esperar. El cielo puede esperarEs buenísimo. Está hecho con medios cumplidos, con gran ingenio y con un exquisito sentido de la ironía. El trabajo de los guionistas es finísimo. Escriben unos comentarios, en forma de morcillas, sabrosísimos. Esta semana la difunta era Ana Belén. ¡Ah! La vimos sentada en algún lugar del cielo, una estancia blanca, pulcra, desde donde asistió a su propio sepelio en vida, por circuito cerrado de TV.
En una hermosa sala de pompas fúnebres se agolpaban amigos y familiares, todos de riguroso luto. Comenzó tomando la palabra Miguel Ríos. Dijo: «Yo fui el primero en conocer a Ana. Que lo sepas, Víctor, el primero fui yo». Y Víctor Manuel, en su papel de viudo, asentía compungido. Edu Galán, de Mongolia, con mucho sentimiento, decía: «Yo siempre llevo una foto de Ana en la cartera. Una foto suya, en pelotas, sacada de la película La pasión turca». ¡Ah! Estaba afectadísimo. Y de entre el gentío, alguien gritó, no sé si fue Wyoming, o Maria Barranco, o Gurruchaga o Resines: «Ahora ya no es La puerta, sino La puerta,La muerta de Alcalá, y el llanto era mayúsculo.
Concluida la ceremonia fúnebre, Ana Belén volvió del cielo, entró por la puerta, y todos se pusieron a cantar aquella rumba de Peret, El muerto vivo. Hemos disfrutado de lo lindo.
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