TÚ Y YO SOMOS TRES
La medida del amor: ella 1,26, él 1,97
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Ferran Monegal
Nuevas entregas y andanzas de Samanta Villar. ¡Ah! Esta artista –me resisto a llamarla reportera, porque lo suyo es un arte espectacular, un show propio– es la única que hoy por hoy le puede dar alguna alegría a Cuatro en materia de audiencia. Y lo ha hecho con La vida con Samanta. Ha logrado un 8,7% de share y ha enganchado a 1,3 millones de personas, lo cual en esta cadena deben estar lanzando cohetes. En su arranque de temporada, Samanta decía que quería enseñarnos el amor. Pero no el amor común y corriente. Dado que la tele es imagen fundamentalmente, sus servicios de producción han peinado el planeta y le han buscado criaturas, matrimonios, parejas, la mar de raros y hasta excéntricos.
Cerca de Tortosa ha encontrado a una pareja que él mide 1,97 y ella 1,26. En el estado mexicano de Aguascalientes ha dado con un tándem curioso, y un poco enfermizo también; ambos tienen sobre los 20 años de edad, pero ella vive en regresión y simula ser un bebé. Va con chupete, lleva pañales, y él la cambia y la asea, además de darle amor paterno filial, y sexo. Otro viaje ha sido a Bilbao. Allí tenía concertada una cita con una señora que se disponía a contraer matrimonio. La rareza fue que se casaba con ella, con ella misma. Participó en una ceremonia laica, colectiva, todo señoras –ni un pollastre en un kilómetro a la redonda– en la que en lugar de decir «Sí, quiero» decían «Me quiero» y lanzaban gritos guerreros del tipo: «Los hombres ya vienen casados consigo mismos de fábrica, de serie, ¡ahora nosotras!».
En fin, que Samanta ha regresado en forma. No logró enseñarnos el amor, pero consiguió el impacto de un repertorio de rarezas. Por respeto a todos ellos la palabra circo no la usaré. También por respeto al circo auténtico, Raluy Legacy por ejemplo. Samanta, con los que estuvo más fue con el senegalés de casi 2 metros y su esposa de metro veinte. Samanta estaba vivamente interesada en cómo lo hacían en la cama. Preguntó: «¿Podéis hacer todas las posturas?». Y Lourdes, que todo lo que tiene de pequeña lo tiene de chispa y de ingenio, contestó: «Posturas, todas. En la cama todo se iguala».
Debo decir una cosa. Aún buscando combinar la raro con lo extravagante para conseguir golpes morbosos, Samanta ha tenido repuntes de delicadeza. Este programa, llevado al Deluxe, o al Sálvame limón, sería aterrador. No quiero dar ideas.
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