tú y yo somos tres

Tortura porcina y esclavitud humana

Ferran Monegal

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El impacto de la tortura porcina ha tapado la esclavitud humana. El paisaje de una granja repleta de cerdos en estado lamentable, enfermos, con llagas, hinchados, con extremidades fracturadas, algunos incluso muertos, tirados por el suelo y canibalizados allí mismo por sus propios congéneres, este truculento paisaje que las cámaras de Jordi Évole ('Salvados', La Sexta) nos han enseñado ha provocado mucho horror en la audiencia. Mucha indignación. Estamos de acuerdo, esa granja que Évole ha encontrado no es una granja, es una canallada. Ha sido un impacto emocional brutal. 

No obstante ha habido otro momento en su programa, que parece que ha impactado menos. Ha sido cuando Évole y su equipo se han plantado frente a un matadero porcino de la zona de Vic -que a pleno rendimiento tiene la capacidad de sacrificar a 850 cerdos por hora- y han comenzado a hablar con los empleados que allí trabajan. Eran todos negros. Todos africanos. Inmigrantes desesperados que aceptan lo que sea a cambio del salario del hambre.

Contaron sus condiciones laborales. Jornadas maratonianas y enrolados como falsos autónomos, como falsos cooperativistas de una cooperativa falsa. No tienen derecho a nada. Ni baja por enfermedad, ni prestaciones, ni seguridad, ni derecho al paro. Se tienen que pagar de su bolsillo el cuchillo, las botas, los guantes... Hasta tienen que abonar el precio de la tarjeta de fichar. «Son esclavos», decía Montse Castañé, coordinadora obrera sindical: «Aquí vale más el cerdo que va colgado que el trabajador». Y un africano advirtió frente a la cámara: «Ningún catalán trabaja aquí». ¡Ah!

No sé si Évole es consciente de la paradoja que ha provocado. Quizá la buscaba. Quizá no. Ha conseguido un gran impacto emocional con la granja de cerdos enfermos, torturados y en condiciones inenarrables. Pero lo que debía ser también un impacto, los esclavos africanos del matadero, cuya vida vale menos que la de un cerdito colgado de un gancho, ha pasado a segundo plano. Y ese no era un impacto emocional; ese era un impacto en el alma. Y se ha diluido ante la potencia visual de los cerdos de una granja canalla.

Mezclar en un mismo programa el infame trato a los animales y el infame trato a los humanos, ha provocado sorprendentes reacciones en la audiencia. Yo creo que todos, no solo Évole, deberíamos reflexionar.