tú y yo somos tres
Al menos ligó con el pinchadiscos
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
FERRAN MONEGAL
Acaba de regresar Samanta Villar con un nuevo programa que le han puesto, que se llama 3 sesenta (Cuatro). Pretende una especie de ejercicio como el que hace Albert Om en El convidat. Pero se queda en pamema y posturismo. Pasa unas horas junto a alguna criatura famosa, intenta una aproximación, un approche, un clima y consigue solamente una espuma. Incapaz de elevar la anécdota a categoría, fracasa en la inmersión y solo le queda a Samanta el recurso de hacer posturitas enfocándose a sí misma. Fiel a su estilo, también nos hace trampitas. Por ejemplo, en este primer programa nos aseguró que iba a estar con la vamp Paris Hilton, una inmersión en profudidad durante el rodaje de un videoclip en Ibiza. En Ibiza estuvo Samanta, eso es innegable. La vimos por allí, excitada y atraída por el glamur que allí se gastan, de fiesta en fiesta, de piscina en piscina, de copa en copa. O sea, en esa especie de eterno veraneo que por aquella isla algunos practican. Pero con Paris Hilton no estuvo ni tres minutos. Samanta se esforzaba intentando llegar a ella, braceando entre los fans para colocarse a metro y medio de distancia, lo justo para que la cámara las enfocase juntas un instante, pero la señora Hilton pasaba olímpicamente de nuestra admirada y doméstica reportera, tras lo cual solo cabe decirle a Samanta, con mucho cariño: ¡qué dura es la vida de artista de cercanías! En vista de que doña Paris no le hacía ni caso, se refugió Samanta en el nido de un elemento pintoresco, el famoso pinchadiscos Erick Morillo, al parecer uno de los mejores DJ del mundo. ¡Ah! Allí sí que encontró un calorcillo. Vive este Morillo en un ambiente de farra continua, siempre rodeado de señoras estupendas que van circulando por las mansiones de lujo en las que vive, y Samanta se metió allí, subyugada totalmente por aquella atmósfera tan fashion, tan cool, tan chic. Y ocurrió una maravilla: aún viviendo Erick, como les decía, permanentemente rodeado de esculturales criaturas, se fijó en Samanta enseguida. Y nació entre ellos un feeling muy bonito. En particular, cuando vimos que Samanta se tumbaba sobre la cama de uno de los dormitorios del fabuloso apartamento y Erick se colocaba encima de ella, haciéndole caricias y mimos. Decía ella, como protestando un poquito: «¡Ay, no! ¡Ay, no, que estoy trabajando!». Pero lo decía sin ninguna convicción, con la boca pequeñita. ¡Ahh! Qué bien debió pinchar el disco esa noche el tunante Morillo.
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