JAQUE A LA RED DE LOS 140 CARACTERES

Prófugos de Twitter

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JUAN FERNÁNDEZ

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Confesados los pecados, dejo la tribu liberado y muy feliz. Empieza la maravillosa vida post-Twitter». Con esta contundente despedida, el editor y articulista Ernest Folch, director de Ediciones B y presidente de la Associació d’Editors en Llengua Catalana, cerraba su artículo de opinión del pasado 17 de junio en EL PERIÓDICO, que llevaba por título Por qué dejo Twitter. El linchamiento on line del concejal del Ayuntamiento de Madrid Guillermo Zapata, desatado en la red a raíz de sus lamentables tuits del 2011, ha sido la gota que ha colmado su paciencia.

Dos días más tarde, el periodista y también columnista John Carlin celebraba en las páginas de El País haberse tomado «unas vacaciones en Twitter» en los días en los que el edil madrileño ardió en la plaza pública de la red social. «Por suerte me quedé callado, no me uní a la 'flashmob' tuitera, y me alegro de ello», decía en un artículo titulado La turba tuitera.

Las controversias generadas alrededor de Twitter, cada vez más frecuentes y sonadas, sacan a la luz las disfunciones que entraña esta herramienta de comunicación y ponen sobre la mesa las incomodidades que manifiestan destacados tuiteros. Muchos de ellos se plantean dejar de usarla, unas veces asustados por el peligro que encierran los tuits que cargó el diablo en el pasado y otras, directamente, espantados ante las lapidaciones que se ofician en este foro público. 

El caso Zapata ha sido la última gran bomba estallada en el nido del pajarito azul con resaca en forma de estampida de usuarios. Al propio concejal madrileño, la polémica le costó cerrar su cuenta personal para abrirse posteriormente otra libre de mácula. Pocos días más tarde, el nuevo conseller de Educació del Gobierno valenciano, Vicent Marzà, clausuraba su perfil en Twitter, donde era muy activo cuando sus obligaciones se limitaban a ser maestro de escuela y militante del Bloc. Poco después reabría de nuevo su cuenta, tras rastrear y limpiar su timeline

Zapata y Marzà siguen a fecha de hoy en Twitter. No así el economista José María Gay de Liébana, quien a finales del 2013 decidió cerrar su cuenta después de sufrir una campaña de insultos y difamaciones. Fan de la comunicación y con un carácter muy didáctico, el economista no disimula el pellizco que siente cada vez que se le recuerda este asunto. «Me sabe muy mal no estar en Twitter, porque es una herramienta muy útil y yo era muy activo. Llegué a tener 93.000 seguidores y contestaba a todo el mundo, procuraba aclarar cualquier duda que me plantearan, pero aquella avalancha de ataques me hizo huir. No quiero estar en un sitio donde me insultan», explica. Gay de Liébana solo se plantearía volver si los usuarios estuvieran obligados a identificarse. «En Twitter hay demasiado pirata dedicado a linchar amparándose en el anonimato», suspira.

El fútbol remueve vísceras

Ni exigiendo que la gente ponga el DNI junto a su foto, el periodista deportivo Santiago Segurola se plantea regresar a Twitter. Lo probó durante varios meses y tuvo suficiente. «No sé cómo lo usarán los suecos, pero en España sirve para fomentar el combate visceral tan propio de nuestro carácter», afirma. A finales del 2010, poco después de abrirse su perfil en esta red social, el debate futbolístico nacional se caldeó a cuenta de José Mourinho, por entonces entrenador del Real Madrid, con quien el periodista era muy crítico. Ante la lluvia de descalificaciones personales que empezó a caerle encima, Segurola decidió cancelar su cuenta.

«La pasión del fútbol se traslada muy mal a Twitter. Se crean debates exacerbados y antihigiénicos. Por momentos sentía que estaba en un bar de borrachos», recuerda. Contra el dogma que obliga a todo profesional de la información a estar activo en esta plataforma, el periodista afirma: «Puede que en estos años me haya perdido alguna frase ocurrente, pero he ganado calidad de vida».

«Yo también he participado en esos linchamientos», reconoce el extuitero Ernest Folch entonando su mea culpa. Y es el espanto de verse a sí mismo formando parte de la turba lo que ha acabado animándole a marcharse. «Las viejas peleas entre tribus son hoy peleas entre tribus de Twitter. O estás conmigo o contra mí, no hay espacio para el matiz ni la reflexión. Se retuitea de manera impulsiva, sin contrastar los datos, y con un claro afán por dañar al que piensa diferente», denuncia.

Todo vale por un retuit

Quienes le conocen saben que es la antítesis del hooligan de bate en mano, pero esta herramienta, dice, contiene una perversidad que envenena: «Fomenta el culto al ego de forma adictiva. Todo vale por conseguir una mención o un retuit. Se ha convertido en el nuevo espejo de la madrastra de Blancanieves», sentencia. Como el drogadicto que planta cara a su dependencia, Folch confiesa que en las últimas tres semanas ha sentido impulsos por volver a tuitear. No sabe si en el futuro regresará a la red social, pero por ahora se resiste. «Es un acto de libertad, quiero probar a vivir fuera de la cueva», dice. 

No es el único que se debate en este dilema. Ni el primero. En los últimos años, políticos como Elena Valenciano, Jordi Sevilla, Rosa Díez y Esteban González Pons, artistas como Alejandro Sanz y Andrés Calamaro, y presentadores como Andreu Buenafuente, entre otros, decidieron en algún momento tomarse unas «vacaciones en Twitter», casi siempre al calor de alguna polémica incendiada a golpe de tuit.

Las deserciones de la red social no son exclusivas de estas latitudes. Figuras internacionales como Miley Cyrus, Courtney Love, Alec Baldwin, Ashton Kutcher, Demi Lovato, Charlie Sheen o Adele, entre otras, también volaron durante un tiempo lejos del nido del pajarito azul asustados por los mensajes de sus seguidores o de quienes renegaban de ellos, aunque luego volvieron. Y si no lo hicieron ellos mismos, ya se encargaron de hacerlo sus community managers, atentos a cuidar la imagen on line de sus apoderados y a esquivar cualquier crisis que se desate. 

El actor y humorista Santiago Rodríguez, famoso por su papel de frutero en la teleserie '7 vidas', sabe lo que es salir y entrar de Twitter a golpe de polémica. En el 2012 confesó públicamente su fe católica y acto seguido lo abrasaron a mensajes injuriosos. Abrumado ante aquella avalancha, abandonó la red. «Quise quitarme de en medio, pero al final se armó tanta polémica por mi salida de Twitter que el remedio fue peor que la enfermedad», recuerda. Todo es susceptible de ser pasto de los picotazos del pajarito azul.

Dos semanas más tarde, Rodríguez volvió a Twitter. Y ahí sigue. «El problema no es la herramienta, sino la educación de la gente. En este tiempo he aprendido a dar de lado a los ataques cuando se producen y a concentrarme en ayudar a la gente que lo necesita. Twitter puede ser un instrumento muy útil para ejercer la solidaridad», explica el cómico.

Calma ante una crisis

«Cuando se produce una crisis en Twitter, lo más inteligente es mantener la calma. Si se hace bien y con humildad, a la mayor metedura de pata se le puede dar la vuelta y el lío puede acabar convirtiéndose en algo útil», señala Juanfran Escudero, conocido como el community manager de las celebrities. Tiene a su cargo una docena de perfiles on line de personajes conocidos (actrices, modelos, presentadores) cuya identidad se niega a revelar, pero a quienes suele dar un mismo consejo: «Cuando llegan las críticas, lo primero es dialogar y explicar. Si se producen insultos, está la opción de bloquear al troll. Y si hay amenazas, toca llamar a la policía. Pero no porque haya indeseables en Twitter hay que marcharse», opina. 

Los presentadores de televisión Eva Hache, María Escario, Juanma Castaño y Lara Siscar conocen bien ese periplo: los cuatro acabaron denunciando en comisaría el acoso que sufrieron en la red, y del que Twitter no supo hacerse cargo. «Este es uno de los puntos débiles de esta plataforma, y que más urge corregir. Los mecanismos para denunciar las situaciones de abuso y los contenidos inadecuados deberían ser más rápidos y eficaces», reconoce el experto en redes sociales y cultura 2.0 Manuel Moreno. 

En su opinión, a este invento le queda mucho por mejorar. «Debería humanizarse más. A fin de cuentas, Twitter no es más que personas comunicándose con personas. Si en el metro golpeamos a alguien sin querer, pedimos perdón y seguimos nuestro camino, no nos echan del vagón. En la red debería ocurrir lo mismo. Hay que aprender a rectificar, pero si alguien se siente incómodo, lo mejor es que no esté. Formar parte de Twitter no es obligatorio para vivir ni para triunfar», advierte.