Enología
Las bodegas alternativas proliferan en Tarragona a través de una nueva generación de emprendedores
Las propuestas ecológicas, alternativas y llevadas por gente de entre 20 y 30 años cada vez tienen más importancia en el mercado vinícola
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Alba Domènech, de Constel·lats (DOQ Priorat), en su stand de la Fira del Vi de Falset, este fin de semana. / Zowy Voeten


Jan Magarolas
Jan MagarolasPeriodista. He trabajado para medios locales en Tarragona como 'freelance': 'Diari de Tarragona', 'Diari Més' y, en el ámbito cultural, en las revistas 'Fet a Tarragona' y 'NW Revista de Reus'.
El mejor vino de Catalunya ha inaugurado este fin de semana, en Falset, la temporada primaveral de ferias enológicas, que se alargará por lo menos hasta finales de junio con decenas de propuestas repartidas por todo el territorio, con especial importancia de las doce denominaciones de origen catalanas. Estas muestras y fiestas sirven para enseñar un producto estrella, el vino, pero también son el escaparate para muchas bodegas primerizas, llevadas por jóvenes con proyectos ecológicos y de sostenibilidad que buscan una oportunidad en la que hacerse un hueco y encontrar su propio espacio.
El sector ha detectado en los últimos años un aumento de esta tendencia empresarial: parejas jóvenes, enólogos acabados de graduar o grupos de amigos que emprenden la aventura, primero con una porción pequeña y muchas dudas, y a veces con resultados muy ambiciosos. La identidad, la concienciación medioambiental y las dificultades de un mercado ya institucionalizado con marcas notables son algunas de las razones que explican el crecimiento de un nuevo modo de hacer, de vender, de tomar y de vivir el vino.
Las denominaciones de origen estiman que una de cada diez bodegas afiliadas es de reciente creación, de los últimos seis o siete años, y que está fundada por gente joven con una filosofía natural y ecológica, lo que conlleva unos cultivos y unos procesos de producción un tanto diferentes a los de las bodegas con más experiencia. Sin embargo, la gran mayoría de las nuevas marcas empresariales, que toman nombres originales, comerciales y hasta satíricos, deciden voluntariamente no inscribirse en las DO, por lo que es difícil hacer una aproximación al número real del fenómeno.

Albert Barceló, de Terravinyada, presenta sus vinos en la feria con un enfoque joven y sostenible. / Zowy Voeten
Los elementos que caracterizan a estas bodegas jóvenes son las producciones pequeñas, de unos pocos miles de botellas al año, con escasas variedades e incluso a veces sin viñedos propios. La compra a viticultores de proximidad, con la confianza como moneda de cambio, es una opción para aquellas bodegas novatas que no cuentan con la inversión suficiente para comprar y mantener terrenos. Pero, sobre todo, la apuesta por un producto sostenible (económica y medioambientalmente) y un grupo reducido de jóvenes, a veces con poca experiencia en el sector, definen esta nueva era creciente del mundo vitivinícola catalán.
Tres ejemplos de corta experiencia
En la DO Montsant se encuentra Terravinyada, que se autodefinen como “un sueño hecho realidad”. Albert Barceló y Neus Farrús, pareja empresarial y sentimental, quisieron crear un proyecto propio, "centrado en una viticultura minuciosa, detallista y basada en los conocimientos de la agricultura tradicional". "Llevábamos un tiempo fuera de nuestra DO y queríamos volver a casa", explica Barceló: así fue como en 2020 la joven marca sacó sus primeros vinos. Ahora, apenas cinco años después, tienen una finca de 4 hectáreas que produce poco más de 2.000 botellas al año: “No contemplé en ningún momento entrar en una producción grande”, asegura el viticultor, de 38 años.
También en el Priorat, Constel·lats nació en 2019 como un proyecto entre dos amigos con ganas de hacer “vinos naturales, diferentes y fáciles de beber, justo lo que buscan ahora los jóvenes”, explica Alba Domènech, de 39 años. Ella y su amigo, Albert, proyectaron una fabricación sin viñedos, pero con una producción manual: la prensa del vino la realizan ellos mismos en un barreño de 1.000 litros, con los pies, como se hacía antiguamente. Desde el año pasado Alba está sola en la empresa, en la que se sirve de sus conocimientos en biomedicina. Domènech define su producción como completamente natural, ya que “no añadimos ni quitamos nada del producto”. Con tan solo tres tipos diferentes de vino, la producción anual es de unas 5.000 botellas inscritas en la DOQ Priorat.

Oriol, Borja y Marina, de Vins de Quimera, en Vilalba dels Arcs (Terra Alta), al empezar su proyecto de vino joven, ecológico y sostenible. / Vins de Quimera
Y en la comarca de la Terra Alta, pero fuera de la denominación de origen, se encuentra Vins de Quimera, un proyecto de tres amigos: dos barceloneses y una reusense. Oriol Carmona, de 31 años, explica cómo se trasladaron de la ciudad para mudarse a Vilalba dels Arcs “para nuestro proyecto de neorrurales”. Su seña es la sostenibilidad y el ecologismo, con un proceso totalmente natural. “Todo nos lo repartimos entre los tres: los viñedos, las compras, la comercialización…”, explica Carmona, que ya conocía el sector cuando en 2020 sacaron su primera botella. Ahora, producen unas 7.000 botellas anuales, de las cuales unas 2.000 son de uvas propias. Una cosa buena, asegura, es que fuera de la Terra Alta es muy fácil vender los vinos que están fabricados por ellos mismos: “En Barcelona se valora mucho ser una producción pequeña, les gusta saber que todas las botellas han pasado por nuestras manos”.
Dos modelos de un mismo sector
Todos ellos coinciden en remarcar las dificultades añadidas de una producción pequeña frente a las grandes marcas, en unas comarcas, el Priorat y la Terra Alta, de una gran tradición vinícola. Para Alba Domènech, que la bodega es su “hobby”, tiene que invertir parte de lo que gana en su trabajo en mantenerla: “No hay grandes márgenes de beneficios, todos tenemos unos costes fijos, lo que nos obliga a subir el precio de la botella individual; es un sector muy maduro, con mucha competencia y productos de alta calidad”, asegura.

Terravinyada, se define como una propuesta "única" hecha con uva de una propia finca. / Celler Terravinyada
Los recursos humanos y materiales son el principal reto al que deben enfrentarse las bodegas jóvenes, aunque depende mucho, aseguran, de las capacidades de cada uno. “Una marca grande tiene más capacidad para colocar un producto al mercado, promocionarse en las ferias y poner unos precios más competitivos”, apunta Barceló. Y, claro está, la capacidad de adquirir el producto: mientras que las grandes empresas optan por tener producciones propias, en las principiantes es habitual comprar la uva al productor local, con lo que se buscan precios justos para todos y se trata de evitar el precio mortal de los 20 céntimos el kilo.
Entrar en la DO: ¿Sí o no?
En este contexto, el debate sobre si entrar en los registros de las respectivas denominaciones de origen está servido: la calificación conlleva unos permisos y una burocracia que, para algunas bodegas jóvenes, suponen una inversión económica o humana inasumible, mientras que para otras representa una oportunidad de impulso del negocio. “El reglamento de la DO encaja en mi filosofía de elaboración de vinos, me identifica con el territorio y me ayuda a nivel de promoción; los controles no nos han hecho para atrás”, asegura Barceló, en la DO Montsant, que reconoce sin embargo “los costes” de mantener la calificación.

En en Celler Constel·lats realizan la producción de manera manual, como se hacía anteriormente. / Celler Constel·lats
En cambio, para Carmona, con una bodega en el ámbito de la DO Terra Alta, pero sin formar parte de ella, explica “la dificultad que supone para nuestro tipo de elaboración, que es muy complicado entrar en los parámetros de la DO y, por lo tanto, hemos valorado que de momento la etiqueta no nos aporta nada”. Eso sí, explican que se sienten “muy orgullosos” del territorio que les ha acogido
“Es un mundo que engancha”
A pesar de las complicaciones, que son muchas, y del glamour con el que se ve el mundo del vino desde fuera, estos tres ejemplos rechazan la idea de que los jóvenes no quieren trabajar en el campo. Alba, Albert y Oriol han apostado por un modelo que cada vez tiene más adeptos, como productores y como clientes. Ellos lo atribuyen a un cambio en el sector, como dice Domènech: “Ahora hay más concienciación sobre la sostenibilidad y la salud, y se ha visto que te puedes quedar en el pueblo y ganarte la vida”. Además, hay un tema de identidad: “Al final somos una tierra de vinos, está en nuestro ADN, aunque no vengamos de familia vinícola el vino siempre ha estado en la mesa”, asume Carmona, que reconoce que este “es un mundo que engancha”.
Para Barceló, el crecimiento de las empresas vitivinícolas juveniles es “un indicador de la riqueza del territorio”, una fragmentación del mercado que “también juega un punto positivo porque si no, serían las grandes bodegas las que dominarían el panorama”. Todo esto en un sector que lucha para sacar la cabeza entre las estanterías de los supermercados y las cartas de los restaurantes, y que se basa en la confianza entre el viticultor y el consumidor como el motor de crecimiento.
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