30 años del 'caso Alcàsser': el monstruo que reavivó el terror sexual

Expertas coinciden en que "instaló y reforzó la espectacularización de la violación y de la violencia contra las mujeres con todo detalle, como forma de disciplinarlas en sentir que corren peligro, especialmente en las calles y en la noche"

La caseta semiderruida de La Romana donde fueron cometidas las violaciones grupales.

La caseta semiderruida de La Romana donde fueron cometidas las violaciones grupales. / VINCENT M. PASTOR

Teresa Domínguez

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Un crimen de género. Las violaciones grupales y el posterior asesinato de Míriam, Toñi y Desirée, de los que este domingo se cumplen 30 años, supusieron la reinstauración del miedo a través de la violencia sexual sobre el que asienta sus bases el machismo y que busca cercenar el avance del feminismo. Las adolescentes de entonces volvieron a escuchar las eternas frases que limitan la libertad de pisar y ocupar los espacios públicos. En 1992, faltaban años para que los crímenes contra Desirée, Míriam y Toñi recibieran su nombre: violencia machista.

Cuando el reloj marque esta noche las ocho y veinte, se cumplirán exactamente treinta años del acto criminal que ha marcado a sangre y fuego el imaginario colectivo de todo un país. En ese momento, tres niñas, vecinas de AlcàsserDesirée Hernández, de 14 años, Míriam García, de la misma edad, y Toñi Gómez, de 15, subieron a un Opel Corsa de dos desconocidos para apurar los 800 metros que las separaban de la fiesta adolescente que congregaba esa tarde-noche a estudiantes de secundaria de todos los institutos de l’Horta Sud en la discoteca 'Coolor', a las afueras de Picassent.

Ese evento terminaba a las nueve de la noche, iban justas de tiempo y actuaron en la confianza de un uso y costumbre arraigado en los pueblos: hacer dedo para desplazarse de uno a otro. Lo hicieron como lo habían hecho antes y como lo hacían miles de chavales en todas las comarcas valencianas y también en las españolas.

En ese pequeño utilitario de color blanco viajaban dos hombres de 26 y 23 años, dos delincuentes que, aunque vivían a apenas siete kilómetros de las tres niñas, pertenecían a un mundo que distaba años luz del de ellas. La voz cantante la llevaba el mayor, Antonio Anglés Martins, un psicópata misógino que había jurado vengarse de todas las mujeres porque, bajo su visión mezquina, culpaba a una de ellas, Nuria, de haber acabado con sus huesos en prisión. En realidad, la joven se había limitado a contar ante un tribunal cómo la secuestró, torturó, maltrató y llevó al umbral de la muerte durante dos días, hasta que fue salvada. Fue condenado a ocho años de prisión y se prometió no dejar viva a la siguiente. Y lo cumplió esa noche de hace 30 años con la imprescindible ayuda de su compinche, Miguel Ricart Tárrega.

Toñi, Míriam y Desirée fueron llevadas a golpes a una caseta inmunda en un paraje perdido de La Romana (Tous), a doce kilómetros de la primera casa habitada, y allí, a merced de sus secuestradores, fueron torturadas, violadas, humilladas y finalmente asesinadas de un tiro en la cabeza, mientras estaban arrodilladas al pie de una fosa excavada para guardar una moto robada. Allí permanecieron enterradas, en mitad de la nada, mientras el país entero las buscaba y ‘veía’ en cada rincón, a cual más dispar, en una búsqueda desesperada alimentada por la incesante presencia de sus caras en los programas de máxima audiencia de la época, hasta que fueron halladas en la mañana del 27 de enero de 1993.

Faltaban cuatro años para el asesinato de Ana María Orantesla mujer granadina cuya muerte dio origen a una revolución social, pero sobre todo, judicial y política, que dio nombre a lo que les habían hecho a Míriam, a Toñi y a Desirée: violencia de género.

El verdugo, Anglésun maltratador de libro con todos sus hermanos y sobre todo con su madre, también lo fue con todas las mujeres con las que mantuvo algún tipo de relación. Ricart no le iba a la zaga. Y eligieron a sus víctimas en función de su género. Las sometieron a lo que hoy se llama con naturalidad una violación grupal y cada una de las torturas tenía el sello del sometimiento machista.

Pero nadie le llamó por su nombre entonces. No solo eso, sino que la divulgación casi pornográfica de cada detalle de aquella violencia sexual y letal supuso la gasolina para reactivar, una vez más, el terror sexual que intenta acorralar el progreso del feminismo y la igualdad. Las que entonces eran niñas y adolescentes, por boca de sus madres, y ellas mismas, en las décadas siguientes, cuando entraron en el camino de la maternidad, quedaron marcadas por el discurso del miedo que, hoy más que nunca, trata de acorralar desde los sectores más rancios el avance público de las mujeres.

Estrategia: culpar a las víctimas

El fantasma de la culpabilización de las víctimas, por aquel gesto de subirse al coche de dos desconocidos, resurgió con más fuerza que nunca con las frases que toda niña, adolescente y joven ha escuchado por boca de sus mayores femeninas: "Ten cuidado con quién hablas", "no subas con nadie al coche", "no vuelvas sola", "no vayas por calles oscuras" y así hasta completar el relato del temor.

Alícia Villar Aguilés, profesora titular de Sociología de la Universitat de Valencia lo describe a la perfección: "El terror sexual ha operado siempre y seguirá haciéndolo en nuestras sociedades patriarcales. Tenemos muchos ejemplos recientes, pero el caso Alcàsser instaló y reforzó la espectacularización de la violación y de la violencia contra las mujeres con todos sus detalles y morbosidad, un caso contra mujeres jóvenes que han de sentir el terror sexual, que han de disciplinarse en sentir que corren peligro, especialmente en los espacios públicos y todavía más en la noche. Es un ejemplo paradigmático del poder de lo mediático y de cómo crear espectáculo y de cómo se traspasan límites éticos por la batalla de las audiencias".

"Los mecanismos para disciplinar a las mujeres siguen presentes, por eso seguimos reivindicando que no queremos ser valientes, sino tener una sociedad segura para las mujeres", reafirma.

Begoña Albalat, psicóloga general sanitaria, comparte ese punto de vista y va más allá. "Lo peor es la revictimización, la manera en que la sociedad pone el foco siempre en ellas, en lo que ellas hicieron. Desireé, Míriam y Toñi, porque hacían autostop para ir a una discoteca. La chica de 'la manada', porque besó a uno de ellos y entró al portal con ellos antes de la agresión sexual. Cuando una mujer sufre una agresión machista, generalmente lo primero que hace es cuestionarse a sí misma: "No debería haber subido a ese coche", "no debería haber besado a ese chico", "no debería haber ido a su casa". Estos casos son dolorosos y provocan un efecto negativo en el feminismo porque hacen daño a todas esas mujeres, que de hecho son el feminismo".

La explicación es clara: "Cuanto más se enfoca en el peligro que es para las mujeres hacer ciertas cosas o ir a ciertos sitios, más se activa esa alarma dentro de cada una de ellas. Además de que volvemos a revictimizar: eres tú como mujer quién debe protegerse y no ir. Y ahí los medios de comunicación tienen mucho papel. Esa revictimización muchas veces viene de parte de los medios, no es directa pero se sugiere. Toda la sociedad, todas las personas han de aprender cómo funciona la violencia machista, cómo el miedo es una de sus formas de mantenerse y cómo la respuesta que damos a la frase "creo que me violó" va a condicionar absolutamente lo que esa mujer haga a partir de ese momento", concluye Begoña Albalat.

De Alcàsser a 'la manada'

El triple crimen inyectó como pocos el terror sexual en las mujeres, un miedo que hoy en día está más presente que nunca a raíz de casos como el de ‘la manada’, en los Sanfermines de 2016, el discurso negacionista de la ultraderecha que se jacta de su defensa del machismo o la oleada de pinchazos del pasado verano con la amenaza de la sumisión química de fondo. "Son fenómenos nuevos y emergentes para reproducir un mensaje antiguo", defiende Alicia Villar, autora del ensayo 'Violación: un fenómeno omnipresente', que ganó el Premio Fermín Caballero en 2019, y en el que analiza precisamente esa "omnipresencia de la violación".

La profesora, que coordinó un trabajo con adolescentes para crear un "mapa del miedo" en Valencia, expone que el temor que esas chicas exponían "es real y forma parte de una construcción por una sociedad patriarcal que quiere que lo sintamos así como un sometimiento de poder y estrategia de silenciamiento".

Pero, ¿realmente caló tanto aquel miedo diseminado a partir de los asesinatos de las tres adolescentes? El plano teórico y experimental de Alicia Villar y el observado a lo largo de años de trabajo de Begoña Albalat con mujeres tratadas en terapia se ven refrendas aquí por diez testimonios de mujeres de todas las edades que hablan de la huella del caso Alcàsser en cada una de ellas.

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"Ha condicionado a toda mi generación. Era un ejemplo gráfico de lo que podía pasarte"

"Hemos crecido con un miedo absoluto y transversal con el crimen siempre de fondo, como la cúspide de una pirámide de ‘cosas malas’ que podían pasarte. Ese miedo, además de haberlo adquirido a través de las explícitas noticias de entonces –teníamos unos 4 ó 5 años– también se nos traspasó a través de la preocupación de nuestras madres, con un constante y repetitivo "no te subas en el coche de nadie" o "no te fíes de ningún chico". A día de hoy sigue siendo en mi cabeza un hecho aterrador, un ‘ejemplo’ de las cosas malas que pueden pasarte si confías en quien no debes o simplemente cuando un hombre desconocido se acerca a ti. Creo que incrementó los miedos básicos y ‘normalizados’ de las mujeres por mil".

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"El temor que me inculcó mi madre lo he vivido muchas noches en que me he sentido vulnerable"

"El caso Alcàsser me atravesó desde el momento en el que empecé a salir con mis amigas, sobre todo por las noches. En la forma en la que siempre me han advertido de que una chica sola corría peligro. "No vayas sola", "mándame el número del taxi en el que te subes", "avísame cuando llegues". He crecido con esas premisas que he interiorizado y que practico conmigo, con mis hermanas y con mis amigas pese a que no había nacido cuando ocurrió. Lo hago por una cuestión de cuidados. De preocupación. De prevención. Pero también soy consciente de que es muy injusto. El miedo de mi madre porque me pasara lo que a las tres chicas de Alcàsser me lo trasladaba en forma de medidas de seguridad. Avisar, avisar y avisar. Y ese temor lo he vivido muchas noches de mi vida en las que me he visto vulnerable, en las que me he sentido insegura por pensar que cualquier hombre podría cogerme, meterme en un coche y que ese sería mi último destino. Es importante recuperar los espacios públicos. Creo que es lo justo. Para todas las mujeres. Para vivir sin miedo".

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"El temor a que me podía pasar lo mismo no se borra. Y ahora pienso en mi hija y se multiplica"

"Yo tenía 13 años cuando ocurrió el crimen de Alcàsser y lo primero que pensé es ‘¿solo tienen un año o dos más que yo y les dejan ir a una discoteca solas por la carretera?’. Crecí en una familia conservadora, de esas que piensan que no hay que salir de fiesta hasta los 18 ocupando tengas novio’. Enseguida mis amigas empezaron a hablar de los detalles escabrosos propios de la rumorología. Era la conversación del colegio de esos días, siempre a escondidas. Pero sobre todo, lo que más recuerdo es el miedo que sentí cuando me dijeron que Ricart estaba detenido en el cuartel de Patraix, a escasos 200 metros de mi casa. Aún cuatro años después del suceso, mi hermana celebró el convite de su boda en un salón en Catarroja, frente a la casa de los Anglés, y mis primos decían ‘corre, corre, entra deprisa que ahí viven los de las niñas de Alcàsser’. El miedo a que me podía pasar lo mismo ese no se borra. Y ahora pienso en mi hija, que justo tiene 13 años, y se multiplica".

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"Recuerdo el momento en que ese miedo se coló en mi interior"

"Tenía 16 años e iba al instituto de Torrent. Con mis amigas solíamos acudir a las discotecas de l’Horta y de otras comarcas cercanas, en autobuses que facilitaban los propios locales. Ir juntas, en manada, con las amigas, siempre nos había hecho sentir seguras, protegidas dentro de la tribu. En equipo nada malo nos podía pasar. Pero llego la desaparición de las tres chicas de Alcàsser. Tres. Y ahí recuerdo que sentí que fuera había un mal mayor, más fuerte, imbatible, que te llevaba –nos llevaba por delante– en un instante. Recuerdo que una tarde-noche de ese invierno volvíamos de una excursión del instituto al teatro y al bajar todos en la avenida de Torrent me fui sola hasta mi casa. Era de noche y pensé ‘¿y si los de Alcàsser están por aquí?’. Recuerdo el sitio y el momento en que ese miedo se coló. Y también cuando TVE informó de que las habían encontrado muertas. Algo indefinible se rompe en tu interior. Quizás la esperanza de vivir en paz siempre".

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"Tres décadas después, le digo la misma frase a mi hija, y me suena tan familiar que duele"

"La tagedia de Alcàsser sigue grabada en mi memoria. Recuerdo que me recorrió un escalofrío que siguió los posteriores días, semanas y meses. Aquellos escenarios del horror me resultaban tan familiares, aquellas carreteras, aquellos parajes. El miedo fue un sentimiento colectivo. El pánico a salir por la noche sola. La desconfianza más absoluta. ‘No te fies de ningú, filla, no pujes a cap cotxe’. En aquel tiempo, que no era este, y en un pueblo ni grande ni pequeño, aquella frase resonaba en cada casa. En cada familia. Tal vez para no volver a esas noches oscuras no he visto documentales posteriores, ni siquiera las noticias que de forma recurrente aparecen sobre el tema. Treinta años después de aquello estoy situada en la otra frontera, la de madre. Intento educar a mi hija desde la libertad que nos hemos ganado, y merecemos, a salir sin miedo. De día o de noche, pero la desconfianza, el recuerdo de aquel impacto sigue ahí como un resorte. No consigo superarlo, igual es el peso de una educación de otro tiempo. Cambio el discurso, le reafirmo su derecho a vivir la vida, y acabo introduciendo siempre un pero, el eterno pero que anhelo enterrar y que sigue ahí. ‘Passa-ho bé, filla, però no te fies i no tornes sola’. Tres décadas después, la frase me suena tan tristemente familiar que duele".