Sucesos

Una antidisturbios de los Mossos ayuda a parir a una madre en un taxi de Barcelona

Sílvia abrió la puerta trasera del vehículo y descubrió la cara de una mujer pakistaní aterrada y agotada, que la miraba con ojos tan suplicantes que deshicieron cualquier barrera idiomática

La madre que dio a luz junto a Silvia, la policía que la atendió

La madre que dio a luz junto a Silvia, la policía que la atendió

Guillem Sánchez

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Sílvia atiende la llamada de EL PERIÓDICO desde el interior de la furgoneta de antidisturbios del Área Regional de Recursos Operativos (ARRO) de los Mossos d'Esquadra. Advierte que quizás tenga que colgar de golpe. Este martes por la mañana se encuentra en el centro de Barcelona, controlando una manifestación que se muestra tranquila. Vestida de uniforme, con el pesado equipo antitrauma, ha buscado el silencio del vehículo para responder preguntas acerca del servicio más emocionante que ha hecho desde que es policía. Ocurrió ayer lunes. Y no tiene nada que ver con cargas, peleas, insultos o porrazos. 

El día comenzó para Sílvia y sus otros cinco compañeros de dotación a las seis y media de la mañana. A esa hora se incorporaron al servicio en la comisaría del distrito de Sant Andreu. Recibieron la instrucción de montar guardia frente a un punto rutinario, una vigilancia de tantas, de las que transcurren frente a un edificio considerado objetivo de terroristas o al lado de la Sagrada Família para disuadir a carteristas.

Poco antes de las nueve, de camino al enclave asignado, la furgoneta de Sílvia se disponía a entrar en la Ronda de Dalt a la altura de la plaza de Karl Marx. Pero el tráfico, un lunes más, era demasiado intenso. Desde el carril lateral en el que se encontraban veían a su izquierda un desfile interminable de coches inmóviles. Pendientes de evitar el atasco, a los antidisturbios les sobresaltó un taxista paquistaní que se colocó justo al lado de la furgoneta y con rostro alterado llamó su atención haciendo aspavientos. Bajaron la ventanilla. El taxista estaba en apuros, traía en el asiento trasero y desde Ripollet a una mujer que estaba de parto, pretendía llegar al hospital y el embotellamiento estaba consumiendo sus nervios. "¿A Vall Hebron?", preguntaron los policías. El taxista dijo que sí. 

La furgoneta activó la sirena para ordenar a los coches de delante que se hicieran a un lado, y el taxista la siguió. En pocos minutos, alcanzaron la entrada de urgencias del hospital Vall d’Hebron. Algunos agentes entraron corriendo a buscar personal sanitario para atender a la mujer. Otro fue a pedir información al taxista, y comprendió enseguida por qué estaba tan nervioso: no era solo un taxista, también era el marido de la mujer que llevaba detrás, y el padre del bebé que no quería esperar más. 

Sílvia fue a atender a la madre. Abrió la puerta trasera del taxi para tranquilizarla y decirle que ya habían llegado, que enseguida vendrían los sanitarios. Pero descubrió la cara de una mujer aterrada y agotada, que la miraba con ojos tan suplicantes que deshicieron cualquier barrera idiomática. Sílvia bajó la vista hacia el vientre de la madre y vio que tenía el pantalón lleno de sangre y también que asomaba un bulto que solo podía ser la cabeza de un bebé. Sílvia le sacó los pantalones y agarró con cautela la cabeza de la criatura, que colgaba inmóvil transmitiendo la impresión de que había muerto. En cuanto sujetó el cráneo, por inercia, salió el resto del cuerpo. Y nació. La policía se lo acercó a la cara y busco un contacto visual con el bebé, confiando en percibir un signo de vida. Los ojos se entreabrieron un poco, la boca balbuceó y se oyó el rumor gutural de un recién nacido. No estaba muerto.

Tenía cordón umbilical por todas partes, también alrededor del cuello. Lo desenredó y se lo devolvió a la madre, colocándolo sobre su pecho, buscando el piel con piel, dándose cuenta de que en todo ese rato la madre no había soltado su brazo. Las enfermeras llegaron entonces y se los llevaron. 

Dos horas después

A media mañana, el servicio rutinario de vigilancia en Barcelona al que acudieron tras el episodio del taxista dio un respiro y el equipo ARRO lo aprovechó para regresar al hospital y preguntar cómo se encontraba la familia pakistaní. Los médicos, capeando como pudieron el protocolo anticovid, les dejaron pasar un segundo. Sílvia entregó al bebé un peluche, el oso Pau, que los Mossos regalan habitualmente a menores para entretenerlos durante situaciones traumáticas. 

“Es lo más bonito que he vivido de policía. Pero porque ha terminado bien. Si no, la historia habría sido distinta”. Sílvia es madre de un niño de 2 años y dice que nunca va olvidar el parto en el que nació su hijo. “Pero este tampoco”, asegura. Al finalizar la entrevista, sale de la furgoneta y vuelve a la manifestación, que sigue tranquila.