La crisis ecológica

Incendios forestales: el alto precio del abandono de los bosques

El mal estado de la vegetación y las altas temperaturas se mezclan en un cóctel inflamable

24.07.21 Incendi forestal originat a Santa Coloma de queralt, a la foto la serra del castell de queralt Foto: Marc Vila

24.07.21 Incendi forestal originat a Santa Coloma de queralt, a la foto la serra del castell de queralt Foto: Marc Vila / Marc Vila

Guillem Sánchez
Valentina Raffio
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Los bosques ocupaban en los años cincuenta un 40% de la superficie total de Catalunya. Actualmente, explica Anna Sanitjas, directora general de Ecosistemes Forestals i Gestió del Medi de la Generalitat, significan el 60% del territorio. En el Inventario Forestal Nacional, detalla el investigador y profesor de la Universitat de Girona (UdG), Roger Puig Gironès, se cuantifican en más de 300.000 las hectáreas que ha conquistado la masa forestal entre 1975 y 2009 y se añade, en sentido contrario, que los terrenos agrícolas han disminuido entre un 15 y un 20%. ¿Por qué?

Lo que sucedió después de los años cincuenta es que el modelo económico evolucionó. Las fotografías aéreas del Institut Cartogràfic i Geogràfic de Catalunya recogen en imágenes cómo el equilibrio entre campos de cultivo y zonas de bosques se fue descompensando con el paso de las décadas hacia las segundas. A ras de suelo, el mosaico cada vez más forestal se traducía en historias de un ganadero que antes criaba animales en libertad y que ahora los hacina en granjas industriales o de un campesino que se jubiló sin herederos que quisieran seguir labrando. Cada terreno agrícola o de pasto que quedaba en desuso acababa siendo fagocitado por la vegetación. “Como en las películas que fantasean con un mundo sin hombres y que muestran cómo la flora y la fauna invaden las ciudades”, recuerda Puig.

Esta 'invasión' vegetal, que además ha generado bosques de árboles jóvenes –que tienen más potencial inflamable que los antiguos–, ha sucedido mientras la sociedad daba la espalda a la naturaleza. Es decir, no solo hay más bosques, también están en más mal estado. En Catalunya, donde el 75% de los bosques crecen en suelo privado, la gestión forestal ha sido muy escasa en buena parte del territorio y los árboles caídos y los matorrales han ido creando un conglomerado tupido, combustible a la espera de la colilla mal apagada. “El problema que tenemos ahora como país es que estamos pagando el abandono de los bosques durante tantos años”, explica sin tapujos Sanitjas.

La crisis climática

Para explicar la crisis de incendios forestales que ha vivido Catalunya con la simultaneidad de fuegos en Santa Coloma de Queralt (Conca de Barberà), Massís del Montgrí (Baix Empordà) y Ventalló (Alt Empordà) este último fin de semana no basta con señalar que ahora hay más bosques y que están más descuidados que antes. No basta porque el otro factor determinante es la crisis climática, que ha provocado un aumento de las temperaturas que deja la vegetación más seca y más predispuesta a arder. Y este verano está siendo especialmente tórrido. "El año pasado, la temporada de lluvias se alargó y llegamos al estío con una situación muy favorable. Ahora, en cambio, el panorama es distinto. Ha llovido mucho menos y, aunque no ha hecho un calor excesivo, el suelo ya sufre más el efecto de las sequías", comenta Joan Pino, director Centre de Recerca Ecològica i Aplicacions Forestals (CREAF).

La confluencia de todos estos factores, que en un mundo inmerso en una crisis ecológica sin precedentes será cada vez más habitual, crea el escenario perfecto para que ante el mínimo error (o despiste) humano pueda brotar un gran incendio. "Conforme avance la crisis climática, tendremos temperaturas más altas, más olas de calor y, en definitiva, más condiciones favorables para los incendios", señala el científico. 

Una reciente investigación liderada por el CREAF muestra que el riesgo de incendios podría aumentar hasta un 64% si el aumento global de las temperaturas se sitúa por encima de los dos grados de media. Las predicciones indican que los países mediterráneos, además, destacarían entre los más afectados del mundo por este fenómeno. En estos momentos, según corroboran varios estudios, el Mediterráneo ya destaca como uno de los territorios más expuestos al calentamiento global. En países como España, el calentamiento global avanza un 20% más rápido que en el resto del planeta. De seguir así, el calor extremo y las sequías podrían convertirse en un polvorín que se prenda con cada vez más frecuencia e intensidad. 

Entorno resiliente

No todo está perdido, se apresura a aclarar Sanitja. Detener el ascenso de temperatura se antoja casi imposible pero mejorar el estado de los bosques para evitar los grandes incendios forestales no lo es. "El discurso de que la gestión forestal está perdida y que todo va a arder es falso", prosigue. "Hay que trabajar para lograr que el territorio sea resiliente ante los incendios".

Pep Pallàs, bombero superviviente de la tragedia de Horta de Sant Joan donde murieron en 2009 cinco miembros del GRAF Lleida abrasados por las llamas, distinguía entre los incendios forestales y los grandes incendios forestales. Los segundos son "muy perjudiciales para el entorno por su elevada capacidad destructiva", como el que a finales de julio de 2012 devoró más de 10.000 hectáreas en el Empordà y costó la vida a cuatro personas. “Pero los incendios más pequeños permiten abrir espacios de terreno quemado –que en el futuro funcionarán de cortafuegos– o ayudan a renovar la vegetación y a equilibrar ecosistemas", enumeraba.

Para evitar los grandes incendios forestales y convivir con los más pequeños e inevitables por el cambio climático, Sanitja explica que el trabajo del Govern se centra en dos vías: el de las subvenciones a los propietarios para que limpien sus bosques –el Departament d'Acció Climàtica, Alimentació i Agenda Rural destina 21,8 millones de euros en materia de prevención– y el de tratar de desandar parte del rumbo iniciado en los años cincuenta y valorar de nuevo a los bosques como algo útil. Esto último pasa por iniciativas como potenciar la industria del corcho, invertir en la energía de biomasa, apostar por la madera estructural para la construcción, aumentar el consumo de ganadería de extensión o de productos agrícolas de proximidad. "Hay tiempo, pero hay que hacer las cosas bien", concluye Sanitja.

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