Deseos sanadores
Celia se convierte en adiestradora de perros policía a los 6 años tras superar un cáncer
La fundación Make-A-Wish y la Guardia Urbana aúnan esfuerzos para hacer realidad el sueño de esta paciente de Sant Joan de Déu
Lo de Celia no ha sido ni un capricho ni una sorpresa, ha sido una formación estricta y este sábado hará la última clase
Guillem Sánchez
Redactor
Periodista de sucesos. Antes trabajé como redactor de sociedad en la Agència Catalana de Notícies (ACN).
Profesor asociado en la Facultat de Comunicació i Relacions Internacionals Blanquerna.
Libros Publicados: 'El Estafador' (Editorial Península) y 'Crónica del Caso Maristas' (Ediciones B).
“Cuando tenía 9 meses, nos dimos cuenta de que su ojo temblaba”. Cristóbal, el padre de Celia, recuerda que comenzó así. Y que todo fue muy rápido. Saltaron de un médico al siguiente, hasta recalar en el Hospital de Sant Joan de Déu, donde la familia supo que la pequeña tenía una tumoración en el nervio óptico. “Fue como entrar dentro de algo oscuro, una pesadilla de la que no despertábamos”.
Celia se sometió a un tratamiento de quimioterapia durante un año entero. Desde entonces, el “problema” está quieto. Significa que, si los pronósticos médicos se cumplen, no volverá a reactivarse. Aunque cada seis meses, acude al servicio de oncología para cerciorarse de que no se ha movido. Una amenaza que atormenta más a quienes la rodean que a la propia Celia, que tiene 6 años. Sus padres, en busca de algo que despejara esos nubarrones, contactaron con Make-A-Wish, una fundación que hace realidad ilusiones de pacientes infantiles que sufren enfermedades tan graves como la de Celia.
Lo primero era averiguar qué deseaba Celia. De entrada, respondió que conocer a Rosalía –ella y su hermana mayor, Candela, bailan sus canciones a todas horas– pero después lo pensó mejor y formuló una petición que dejó a Roser Vila-Abadal, directora de proyectos de Make-A-Wish, con los ojos como platos: ser entrenadora de perros policía. Algo de aquella decisión tenía que ver con Coco, el border collie que le regalaron al cumplir 3 años y que Cristóbal ha ido adiestrando por su cuenta.
Roser se reunió con Jordi Guerrero, intendente de la Guardia Urbana, y ambos pusieron el plan en marcha. “Claro que aceptamos. Y en cuanto solicité la colaboración de la unidad canina, sobraron los voluntarios”, explica el policía.
No es un capricho
Las ilusiones que concede Make-A-Wish no son caprichos ni sorpresas, sino retos que se consiguen a través del esfuerzo porque se persigue que el proceso ayude en su recuperación. “A menudo tienen miedo a los tratamientos y cuesta que los acepten porque pueden ser dolorosos. Lo que intentamos es que aprendan que con trabajo pueden lograrse objetivos”, aclara Roser, que añade que los sanitarios supervisan el proyecto y que los niños ejercen de ‘jefes’ del operativo y están informados de cada dificultad que aparece. “La familia entera debe implicarse, en especial los hermanos del paciente, como Candela, que pueden sufrir mucho durante una enfermedad capaz de romper núcleos”. Lo de Celia no ha sido ni un capricho ni una sorpresa, ha sido una formación estricta.
Los agentes de la canina prepararon en noviembre un paquete que enviaron a Celia por correo y que contenía todo lo necesario: instrumental para el adiestramiento y protecciones, el libro ‘La niña que sabía de perros’, una credencial de entrenadora en prácticas y un uniforme policial. “Lo primero era que se vistiera de forma reglamentaria”, precisa el intendente. Con Celia debidamente equipada, arrancaron las clases. Coco a su lado y los policías en la televisión del comedor. Tareas tan complicadas como la colocación de arnés, hacer la croqueta, lanzar objetos y lograr que los recoja o incluso accionar el interruptor de la luz de casa.
“Cada sábado desayunamos y la clase es el gran reto del día. Y no termina con el final de la sesión, porque después toca llamar a los abuelos y explicar cada detalle”, comenta Cristóbal. "Si su enfermedad fue una pesadilla, esto ha sido un sueño". Esa es la aportación real de cada proyecto, concluye Roser: “trabajamos la resiliencia familiar y entregamos el poder al paciente, le decimos: 'con los deberes que tú hagas nosotros llamaremos a todas las puertas y, si hacemos equipo, se abrirán'”. Las de Celia, que son las de la Guardia Urbana, están a punto de abrirse del todo.
Última clase
"Este sábado toca la última clase y ya podremos ir a verlos", recuerda Celia, impaciente. Se refiere a que después de la sesión que impartirá la guía Lorena, si el virus no lo impide, le espera una recepción en la sede de la unidad canina. Allí deberá examinarse, demostrar que ella y Coco han adquirido los conocimientos necesarios. Aquí no se regala nada, subraya el intendente Guerrero, que añade que el título ya está escrito y dice: "Diploma de entrenadora canina infantil". Se lo entregará el jefe de la Guardia Urbana, Pedro Velázquez. Celia afronta el último obstáculos con garantías. Y, aunque "a veces Coco no hace caso", confía en "las chuches" para reconducirlo.
"Nos ha hecho pensar en el futuro, en que quizá dentro de unos años, Celia trabajará en la unidad canina", explica Cristóbal. Si eso ocurriera, será difícil averiguar quién estará más orgulloso: Celia, sus padres, Roser o los policías.
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