Sin rastro desde el 2015
La habitación congelada de Caroline del Valle
Isabel, la madre de la chica que lleva tres años desaparecida, mantiene la estancia como la adolescente desaparecida la dejó
Pepa, la tortuga, ha crecido tanto que ya no puede girarse. Cada vez que lo intenta, se atasca y una mano humana tiene que cogerla y elevarla, como una grúa, para colocarla en paralelo a las paredes de plástico de su terrario. En los tres años que han transcurrido desde que Caroline del Valle desapareció sin dejar rastro en una discoteca de Sabadell, el reptil ha tenido tiempo de doblar su tamaño. No es el único. Durante ese periodo, el hermano pequeño de Caroline también ha crecido. El chico ahora tiene 15 años y la última vez que vio a Caroline ella tenía solo 14 años. Ahora, él es mayor que el último recuerdo que tiene de su hermana mayor. Si Caroline regresara a su casa, a la octava planta de un edificio humilde de la Zona Franca de Barcelona, se quedaría boquiabierta ante la gordura de Pepa y se emocionaría al ver lo grande que está su hermano pequeño.
Pero notaría pocos cambios más. En su habitación, que sigue flanqueada por una puerta en la que pone ‘Prohibido. Carol LN’ (Las Nalgonas era el sobrenombre con el que se bautizó su pandilla), no encontraría ninguno.
Isabel, la madre de Caroline, ha mantenido la mesa de su escritorio tal como Caroline lo dejó. Junto a un lapicero está el cepillo que se compró para limpiarse unas zapatillas nuevas horas antes de desaparecer. En la mesita de noche está el ordenador portátil con el que chateaba por Facebook con sus amigas. Y dentro del armario está toda la ropa que vestía. Alguna colgada en los percheros y otra amontonada en el suelo.
Caroline, si se reencontrara con su ropa, no podría ponérsela. Ahora tendría 17 años y aquella prendas las usaba una chica que acababa de comenzar la pubertad. No hay ningún motivo para que Isabel siga guardándolas. Sin embargo, la madre no es capaz de tirarlas. Ni siquiera puede coger las zapatillas y meterlas en una bolsa de plástico hermética para retener el olor de Caroline. Usar esa bolsa podría ayudar a los perros de rastreo en una hipotética batida del futuro. "Sé que tengo que hacerlo… pero no puedo", se excusa. Isabel no quiere tocar nada. Si lo hiciera, empezaría a cambiar una habitación en la que el tiempo -como advierte la inscripción de la puerta- tiene prohibido el paso.
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