EL PERIÓDICO reconstruye cómo funcionan las plantaciones de marihuana que las organizaciones criminales ocultan en los bosques

Un reportaje de Guillem Sánchez
Con infografías de Alex R. Fischer

A lo largo de 2022, los Mossos d’Esquadra desarticularon 35 organizaciones criminales y arrestaron a 2.130 personas vinculadas al narcotráfico de marihuana en Catalunya.
El boom cannábico que el comisario Ramón Chacón resumió en un paradigma inquietante -"España se ha convertido en un territorio que 'exporta marihuana' e 'importa crimen organizado'"- se fundamenta sobre una producción ‘indoor’ que se expande a escondidas por urbanizaciones o polígonos, pero también se manifiesta en los cultivos exteriores.

Plantaciones de interior

La policía catalana cortó casi 600.000 plantas en 2022, una cifra menor que en 2021. En cambio, intervino 26 toneladas de cogollos preparados para su distribución, un número tres veces superior al del año anterior. La inmensa mayoría de las plantaciones, 362, eran interiores. Los traficantes prefieren las ‘indoor’ porque permiten controlar las condiciones ambientales y cosechar cuatro veces al año. Dan más dinero.

Y plantaciones de exterior

El año pasado, los Mossos desmantelaron 72 plantaciones exteriores en el 2022. Los investigadores de la comisaría de Santa Coloma de Farners, a cargo de términos municipales que alcanzan regiones montañosas de los macizos de la Selva interior, como Les Guilleries o el Montseny, localizaron 11 de esas plantaciones. Todas vinculadas a redes criminales de origen albanés.

El subinspector Carles Ribas, a cargo estos últimos años de la comisaría de Santa Coloma de Farners (La Selva) ve con preocupación el auge de las plantaciones de montaña. Para comenzar porque implican que en zonas de bosque despobladas de Catalunya vuelvan a haber, como antaño, personas que viven al margen de la sociedad: los peones que las mafias colocan en cada cultivo.

El emplazamiento de los campamentos

Los traficantes abren espacios en zonas altas de montaña, por encima de los mil metros, a menudo. Son plantaciones que están completamente emboscadas y resultan de muy difícil acceso.

Ninguna pista forestal conduce hasta estas plantaciones y los únicos que se han topado accidentalmente con una de ellas son cazadores o buscadores de setas.

Estas plantas necesitan mucho sol y mucha luz. Con motosierras, los narcotraficantes cortan árboles y limpian el suelo hasta convertirlo en un terreno diáfano y cultivable.

El subinspector Ribas razona que se habla a menudo del fraude eléctrico que representan las plantaciones ‘indoor’ –conectadas ilegalmente a la red, consumen una gran cantidad de energía que no pagan– pero muy poco del agua que roban las exteriores, un factor que debería sumarse a la lista de agravios que sufre Catalunya por culpa de la marihuana, sobre todo en época de sequía.

Los traficantes montan instalaciones con mangueras que aspiran el agua de riachuelos con bombas de gasolina hasta una piscina hinchable de gran capacidad.

En el interior de este embalse artificial, situado algo más elevado que la plantación, hacen la mezcla con fertilizante y riegan por gravedad: inundando el terreno. Las plantas, que pueden llegar a medir más de dos metros, necesitan mucho agua.

A cargo de estas plantaciones las redes criminales colocan grupos de 2 o 3 jóvenes procedentes de Albania, según Ribas. Hombres de entre 20 y 30 años que en dos meses ganan más dinero que en dos años trabajando legalmente en su país de origen. Sus órdenes son no abandonar bajo ningún concepto el campamento.

Soportan condiciones de vida precaria. Se alimentan de pasta o arroz. No pueden asearse y apenas se cambian de ropa. Deben hacer sus necesidades en el bosque. Viven en tiendas de campaña simples. Los sistemas defensivos que protegen las plantas con alambres que rodean el perímetro y de los que cuelgan alarmas como latas o cascabeles cuya función es alertar a los vigilantes.

“Muchos de ellos saben que están en España y poco más. La organización los ha dejado ahí y sus órdenes son las de cuidar de las plantas y no alejarse en ningún momento. No hablan catalán, ni castellano y, como mucho, chapurrean algo de inglés”.

Los árboles y ramas que cortan los amontonan en un lateral y se convierten en peligroso combustible al secarse.

El subinspector Ribas llama también la atención sobre el riesgo de incendio que implican este tipo de plantaciones. Los narcos cocinan con fogones de gas, una actividad completamente prohibida durante las estaciones secas. Para más inri, se han dado casos en los que han robado el agua de depósitos de seguridad a los que recurren los helicópteros para cargar durante incendios forestales.

En ninguna de las plantaciones desmanteladas por investigadores de Girona, una demarcación idónea para este tipo de cultivos por su orografía y también por su proximidad con la frontera –puerta de salida para la marihuana conreada dado que multiplica su valor a medida que la carga avanza hacia el norte de Europa–, han aparecido armas de fuego. Las únicas herramientas que tenían los jardineros, que pueden haber usado para espantar animales o ciudadanos que se acerquen, son las propias de la actividad agrícola que desempeñan.

Las mafias, si son arrestados, les proporcionan un abogado privado –siempre los mismos letrados, un indicio de que trabajan para una estructura criminal en concreto– que paga su fianza y los sacan de la cárcel en caso de que un juez dicte un encierro preventivo. En cuanto recuperan la libertad, la organización los devuelve a Albania. Es muy extraño que un juicio contra estos traficantes llegue a celebrarse: los evitan por incomparecencia.

Un reportaje de EL PERIÓDICO

Textos:
Guillem Sánchez
Diseño e infografías:
Alex R. Fischer y Francisco J. Moya
Coordinación:
Rafa Julve