Tragedia y milagro en la gruta

Reconstrucción del rescate de los dos submarinistas atrapados en la cueva de los Arquets de l'Estartit en 2014

Los cuatro amigos, submarinistas experimentados, zarparon la mañana del sábado 19 de julio de 2014 desde el puerto de l’Estartit (a poco más de 40 kilómetros de Girona) y fondearon la embarcación frente al Cap de la Barra, el acantilado que surgió cuando las Illes Medes se despegaron del continente hace miles de años. El mismo movimiento tectónico generó bajo el agua decenas de cavidades submarinas y tres de ellos, mientras el cuarto se quedaba en la superficie de guardia, se colocaron los equipos de inmersión y se zambulleron para bucearlas.

Entraron y salieron de varias grutas como hacen los peces en un acuario adornado con piedras agujereadas: sin cuerdas, sin ninguna instalación que señalara el camino de regreso. Así se situaron también ante la cueva de los Arquets, conocida como cueva de Las Langostas, cuya entrada se halla a unos diez metros de profundidad. A los pocos metros, uno de los tres submarinistas tuvo miedo. Por gestos, comunicó a sus dos compañeros que volvía a la superficie. Ricard y Dionisio se adentraron en la cueva.

Con la luz artificial de linternas recorrieron 45 metros metros bajo tierra y bajo mar. Ese tramo de roca de los Arquets es ideal para el reclutamiento de langostas –de ahí su segundo nombre– y algunos biólogos marinos lo han transitado buscando larvas. Pero cuando acaba la roca, la gruta cambia de textura, la roca deja paso a la arcilla, y comienza un territorio angosto e inexplorado. Ricard y Dionisio, sin embargo, siguieron adelante. Un error fatal.

Con el paso de sus cuerpos por ese fondo marino, los submarinistas removieron el suelo y el agua que dejaban atrás se llenó de fango. Levantaron a su espalda y sin darse cuenta un muro negro que oscureció el camino de regreso. Cuando lo descubrieron, ya era tarde.

Sin instalación de hilo que indicara la dirección, no había forma de encontrar la salida. Atrapados en aquella angustiosa búsqueda que no podía durar eternamente porque dependían del aire que quedaba en sus botellas, vieron una fisura en el techo.

Decidieron jugársela, meterse por esa grieta que no sabían a dónde conducía. Era una gatera tan estrecha que notaban roca en el pecho y roca en la espalda mientras avanzaban. Subía en diagonal en dirección a la superficie y estaba a 80 metros de la entrada de la cueva. Podría haberlos conducido a un 'cul de sac' que les habría condenado a una muerte por asfixia. Pero desembocó en un lago subterráneo. Una burbuja de aire respirable, una bolsa de oxígeno que parecía llevar siglos esperándolos.

SECCIONES DEL INTERIOR DE LA GRUTA

SECCIONES DEL INTERIOR DE LA GRUTA

Se sacaron los equipos y con la cabeza fuera del agua y los cuerpos parcialmente sumergidos, Ricard y Dionisio sintieron que acababan de burlar a una muerte segura. Se tomaron un par de fotografías. En una aparecía Ricard. En la otra, Dionosio. Tuvieron fuerzas para bromear sobre la sorpresa que se llevarían los GEAS (Grupos Especiales de Actividades Subacuáticas) de la Guardia Civil cuando acudieran a recuperar sus cuerpos y los descubrieran con vida.

Los tres buceadores entraron en la cueva de los Arquets. Los primeros 45 metros de la gruta discurren sobre fondo de roca

Uno de los buzos decidió muy pronto no continuar y salió de la cueva. Ricard y Dionisio siguieron adelante sin cuerda.

El agua se enturbió por el lodo removido con las aletas y se desorientaron. No supieron salir. Hallaron la gatera y acabaron en un lago subterráneo.

El GEAS de L' Estartit se encontraba aquella mañana dando seguridad a nadadores de aguas abiertas que participaban en una travesía popular en el Cap de Creus. Sobre las once del mediodía, recibieron la llamada de socorro hecha por los dos amigos de Ricard y Dionisio que, superado un tiempo prudencial, comprendieron que los dos submarinistas habían sufrido un accidente.

El jefe del grupo, el cabo Fernando Aguirre, coordinó durante el regreso lo necesario para hacer una primera inmersión antes de que anocheciera. A pesar de que imaginaban que, dado que el aire de las botellas se habría terminado, ya se habrían ahogado.

La entrada a la cueva de los Arquets se encuentra bajo este acantilado, a unos diez metros de profundidad

Aguirre y un compañero entraron en la cueva a las cinco de la tarde, recorrieron los 45 metros del tramo de rocas y toparon con el fango que habían levantado las víctimas. Con esa visibilidad no podía avanzarse ni divisarse la fisura por la que habían huido. Los dos buzos regresaron a la superficie.

Durante la noche, el cabo activó el Grupo Nacional de Espeleobuceo de la Guardia Civil. Aguirre, para preparar el rescate, había llamado en las últimas horas a biólogos, centros de inmersión, fotógrafos subacuáticos y pescadores. Ninguno sabía casi nada de la cueva. El único que aportó una topografía básica fue un biólogo, un mapa precario que acababa en el terreno fangoso hasta el que acababa de entrar Aguirre.

Cuando se reactivó la búsqueda el domingo nadie creía en la posibilidad de encontrarlos con vida

Procedentes de Valladolid, Huesca, Valdemoro, Cartagena y Barcelona, los especialistas activados por el cabo fueron llegando a l'Estartit de madrugada. El domingo a primera hora la búsqueda se reactivó. El dispositivo era público y esa segunda jornada ya fue seguida por decenas de periodistas desde el puerto.

Agarrados a la instalación de hilo que Aguirre y su compañero habían montado el día anterior, los dos primeros buzos de la mañana llegaron hasta la zona arcillosa. La visibilidad volvía a ser buena. Durante la noche, el fango había sedimentado y la fisura por la que habían huido Ricard y Dionisio quedaba a la vista. Parecía plausible que Ricard y Dionisio se hubieran metido por ahí. Había que entrar.

Uno de los buzos de la Guardia Civil en el lago subterráneo.

Uno de los buzos de la Guardia Civil en el lago subterráneo.

El buzo que se introdujo en la fisura en primer lugar declararía en el informe posterior que, a los pocos minutos, y dado que la estrechez era tan acusada, intentó darse la vuelta para regresar pero se percató de que era imposible, de que solo podía seguir adelante. Así lo hizo y, finalmente, llegó a la burbuja que habían encontrado Ricard y Dionisio.

El guardia civil emergió en aquel lago subterráneo, barrió con su linterna la cavidad y descubrió el cuerpo sin vida de Ricard, flotando dentro de su neopreno, y a Dionisio contra la pared, agarrado a la roca con las dos manos, con medio cuerpo fuera del agua, emitiendo un quejido de agonía por el que exhalaba el último aliento que le quedaba. Se estaba muriendo pero todavía estaba vivo.

El cabo Aguirre y un compañero entraron en la cueva a las cinco de la tarde, recorrieron los 45 metros del tramo de rocas y toparon con el fango que habían levantado las víctimas

En la inmersión del domingo la visibilidad volvía a ser buena. El fango había sedimentado durante la noche. Dos buceadores de la Guardia Civil divisaron la gatera y se metieron

Los encontraron en la cueva subterránea. Ricard había fallecido y Dionisio estaba completamente aturdido

Dionisio estaba desorientado, deshidratado, hipotérmico y respiraba con mucha dificultad. Ni siquiera se dejaba colocar un equipo de aire. Los policías tuvieron que darle oxígeno vaciando frente su rostro varias botellas que fueron trayendo en diversos viajes. Después, le dieron bebidas isotónicas. Quedaba lo más difícil: convencerlo de que debía seguirlos, volver a meter la cabeza bajo el agua y dejarse guiar. Pero Dionisio, que no entendía nada, que no sabía dónde estaba, que no conocía a sus rescatadores, se negaba a colaborar.

Aguirre tomó la delicada decisión de convencer a uno de los amigos submarinistas de Dionisio para que, siguiendo la instalación de hilo, accediera a meterse en la cueva y llegar hasta la burbuja. Un plan consistente en seducir a Dionisio con una cara conocida y que logró desactivar la única alternativa que les quedaba: sedar a la víctima.


El domingo por la tarde, Dionisio, animado por su amigo, y escoltado por los GEAS, salió a la superficie frente al Cap de la Barra y se convirtió en el primer submarinista que sobrevive en España a un accidente de estas características. El cuerpo de Ricard fue recuperado más tarde.

Vídeo de la Guardia Civil que recopila algunos momentos del rescate

El cabo Aguirre instruyó la investigación de estos hechos durante tres años y concluyó que Ricard había muerto a causa de hipercapnia. La burbuja en la que fueron hallados hacía unos 30 metros cuadrados por 1,5 de alto. Había 35.000 litros de aire. En 24 horas no habían podido consumir tal cantidad. Sin embargo, la respiración de ambos había llenado el espacio de CO2 y este gas había acabado intoxicándolos. El informe especifica asimismo que ambos buceadores no contaban con la formación necesaria y asumieron demasiados riesgos, sobre todo, por bucear sin instalación de hilo.

Fernando Aguirre recuerda para EL PERIÓDICO el dispositivo de rescate justo frente a la entrada de la cueva de los Arquets. FOTO: DAVID APARICIO

Fernando Aguirre recuerda para EL PERIÓDICO el dispositivo de rescate justo frente a la entrada de la cueva de los Arquets. FOTO: DAVID APARICIO

Cuando se publicó que había una investigación en marcha que contemplaba todas las hipótesis, como se hace siempre que alguien muere, corrieron los rumores acerca de la responsabilidad de Dionisio en lo ocurrido, o sobre una hipotética falta de auxilio a Ricard. El informe, sin embargo, acabó reflejando que Dionisio trató en dos ocasiones de salvar a su amigo arrastrándolo de nuevo hacia la fisura cuando vio que se desvanecía. Dos intentos infructuosos que quedaron registrados en sus ordenadores de buceo.

Dionisio no ha querido hacer declaraciones a EL PERIÓDICO. El cabo Aguirre sigue dirigiendo el grupo de GEAS de l’Estartit, la unidad que ha socorrido a más buceadores atrapados en cuevas marinas de España. El dispositivo de la cueva de los Arquets se ha convertido en un referente de los rescate bajo el mar y en un recordatorio permanente para los buceadores de grutas de la importancia de usar una cuerda para poder regresar.


Textos: Guillem Sánchez
Gráficos: Alex R. Fischer
Coordinación: Rafa Julve y Ricard Gràcia


Este reportaje se ha publicado en EL PERIÓDICO el 18 de julio de 2021.