Niñas violadas en Mauritania, una
doble condena

Varias menores explican el infierno al que se ven abocadas tras sufrir una agresión sexual

En Mauritania, cientos de niñas son violadas a diario. El después que sufren las víctimas es un infierno añadido. En esta entrega de la serie de reportajes de EL PERIÓDICO en el país africano, conoceremos las historias de algunas niñas atendidas por Save The Children.

Las menores entrevistadas hablan desde tres centros especializados que han sido creados por oenegés en Nuakchot y Nuadibú.

Capítulo 2

Un reportaje de
Elisenda Colell | Enviada especial
Con imágenes de
Pablo Blázquez (Save the Children)

En sus brazos sostiene un bebé de apenas cuatro meses. "Mi vida se ha detenido", cuenta A. Esta joven de 17 años fue violada a los 16 años y ha tenido que dejar su pueblo del interior de Mauritania repudiada por todo el vecindario. F. tiene solo 6 añitos y, sentada en una silla donde los pies no le tocan al suelo, recuerda por qué vive encerrada en casa mientras una lágrima le cae por la mejilla.

Son cientos las niñas que son víctimas de violencia sexual en Mauritania. Para ellas, el infierno continúa después: los agresores siguen impunes mientras ellas son señaladas, culpadas y expulsadas de la escuela y sus barios. "Me gustaría volver a clase, jugar como si no hubiera pasado nada", sostiene la víctima.

Conscientes de la gravedad de la situación, las oenegés internacionales apoyadas por entidades locales están levantando unidades y centros especializados para atenderlas, como el que se ve en la foto que acompaña el texto, por cuyo patio pasea una chica con su pequeño. A todas ellas les repiten una y otra vez que no tienen la culpa de nada y sueñan con un día en que estas niñas puedan formarse, trabajar y convertirse en mujeres independientes.

Las víctimas que han accedido a hablar lo hacen desde espacios financiados por Save The Children.

No es fácil alzar la voz en un país donde las agresiones suelen quedar impunes, el aborto es ilegal y donde las víctimas son tildadas de culpables. La primera chica de 17 años, A., vive en el centro El Weffa, en uno de los barrios populares de Nuakchot. La agredieron en 2020, cuando tenía 16 años. "Era una fiesta de cumpleaños y un chico me dio una bebida relajante... para después forzarme", recuerda. Al descubrir que estaba embarazada, su familia quiso casarla con él. Pero el agresor se negó. Desde entonces vive repudiada por su comunidad y se ha tenido que mudar hasta la capital del país para intentar empezar una nueva vida. Se acabó la escuela y poder salir de casa sin ser señalada.

El recinto donde vite A está gestionado por la Asociación Mauritana para la Salud de la Madre y la Infancia (Amsme), que solo el año pasado atendió 350 niñas víctimas de violencia sexual. Entre ellas está una niña maliense que fue violada por un policía en el campo de refugiados de Ambera. Allí las menores tienen acceso a la pastilla del día después, reciben clases de árabe para dejar de ser analfabetas y hacen talleres, como por ejemplo de jabones, para lograr dinero a final de mes.

"La mayoría de las víctimas tienen 12, 13 o 14 años", cuenta la directora de la institución, Siham Hamadi. ¿Hay un perfil de agresor? "Están en todos lados: en los taxis, en las escuelas, en las mezquitas...", suspira. "Muchas niñas llegan un mes después de la agresión y en muchos de los casos el dinero de Save The Children sirve para pagar cesáreas: sus cuerpos aún no están preparados para dar a luz", cuenta la matrona, Aichetou Mbareck.

¿A las víctimas que usted examina les han practicado la mutilación genital?, se le pregunta. "A todas. Teóricamente está prohibido, pero las familias se las llevan a las aldeas y la practican. Y esto genera todo tipo de problemas e infecciones", confiesa Mbareck.

La mayoría de las víctimas están mutiladas y necesitan financiación para las cesáreas

La normalización de las agresiones sexuales en Mauritania llega a límites que rebasan lo horrorífico.

Esta niña de tan solo 6 años fue víctima de una violación por parte de un vecino, el pasado septiembre. "No quería entrar en casa, solo decía que quería mear y no podía. Luego vi que estaba llena de sangre", explica la madre.

La pequeña estaba en shock y apenas podía hablar. Fue su madre quien quiso contar su historia en el hospital de Nuadibú.

El centro El Weffa fue levantado hace menos de cinco años gracias al apoyo de las oenegés internacionales. Ahora, parte de su financiación proviene de la Agència Catalana per al Desenvolupament de la Generalitat, tras un acuerdo con Save the Children. Casos como estos muestran que, a pesar de todo, la voz de las víctimas se va levantando en varios lugares del país. También ocurre en Nuadibú, la otra gran ciudad mauritana, al norte del país. Save the Children y Médicos del Mundo han impulsado la creación de la USPEC, una unidad especializada en atención de víctimas de violencia sexual en el hospital de la ciudad.

Solo en 2021 esta unidad ha atendido a 123 víctimas, de las cuales tres son niños varones. "La mayoría son niñas entre los 12 y los 15 años", explica la asistenta psicosocial Ramata Kane. "Ellas prefieren esconderlo y cuando llegan aquí ya ha pasado un mes. En su cuerpo apenas hay pruebas que demuestren la agresión... es complicado", señala Kane. "¿Sabes qué nos ayudaría? Construir un centro de formación donde puedan traer a sus hijos, donde puedan estudiar, formarse, aprender oficios... ojalá lo consigamos", sueña Kane.

También en Nuadibú, un centro de protección financiado por Iberdrola y gestionado por Save the Children y el gobierno Mauritano atiende niños y niñas vulnerables.

Entre ellos hay niños migrantes, menores abandonados en la ciudad tras la marcha de sus padres en patera, pero también da cobijo a niñas víctimas de violencia sexual.

"Mi vida se ha detenido", cuenta A. una joven de 17 años, violada a los 16, que ha tenido que dejar su pueblo al interior de Mauritania repudiada por su agresor y todo el vecindario.

"Me quedé a solas en casa de un familiar, me dio un golpe en la cabeza y abusó de mí durante horas", relata esta otra víctima, que arrastra crisis nerviosas tras la lesión craneal.

"En el fondo, las condenadas parecemos nosotras. Vivo encerrada en casa, como en una cárcel", señala una niña violada a los 14 años que sólo desea volver a estudiar.

A esta chica que vive en una 'prisión domiciliaria' la forzó el que se suponía que era su novio, pero quiso esconderlo hasta que la barriga de embarazada la delató. Un mes después de dar a luz, solo repudia la vida que le espera. "Mis amigas sé que chismorrean de mí a las espaldas, yo solo quiero volver a estudiar, volver a jugar... como si esto no hubiera ocurrido", cuenta.

Las menores son obligadas a dejar la escuela tras una maternidad no deseada

El 15% de las adolescentes mauritanas de entre 15 y 19 años eran madres o estaban embarazadas, según datos del Banco Mundial del 2001. En España la cifra no llega al 2%.

El centro de protección de Nuadibú permite que las víctimas de violencia sexual puedan seguir estudiando. Y eso es un gran sueño para muchas víctimas. Otra de ellas, por ejemplo, recuerda que fue atacada en 2020 cuando tenía 13 años. Cinco hombres la violaron en la arena de la playa amenazándola con un cuchillo durante horas. Llegó a perder el conocimiento. "No tengo ningún problema en decir que soy una víctima. No merezco sufrir vergüenza y la sociedad tiene que saber que yo no soy la culpable", dice la chica, que expresa su mayor anhelo: sueña con volver a la escuela, ser peluquera y literalmente, "no depender de ningún hombre".


Este reportaje se ha publicado en EL PERIÓDICO el 20 de noviembre de 2021, Día Internacional de la Infancia

Textos:
Elisenda Colell
Imágenes:
Pablo Blázquez
Infografía:
Francisco J. Moya y Alex R. Fischer
Coordinación:
Rafa Julve

Agradecimientos: Save the Children