VIAJE A UN MUNDO ADAPTADO AL NUEVO CLIMA

Las predicciones sobre el cambio climático y la crisis de la biodiversidad plantean escenarios catastróficos. Ante ellos, es natural preguntarse si la humanidad está aún a tiempo de zafarse del colapso. Y cómo sería otro futuro posible.

Por Michele Catanzaro

Este reportaje se acompaña de ilustraciones elaboradas con inteligencia artificial. Las imágenes muestran situaciones extremas y exageradas que reflejan un eventual problema derivado de las condiciones climáticas y las soluciones que podrían aplicarse para sobrevivir en el nuevo ecosistema.

La crisis climática comportará la desaparición de muchas tierras de cultivo. Multitud de campos quedarán arrasados por las sequías, sembrando el hambre en algunos territorios y encareciendo los precios en muchos otros. Los supermercados se verán obligados a reducir el número de estantes y la variedad de productos.

Habrá que apostar por la agrosilvicultura ecológica, integrando en un mismo espacio el cultivo de los campos y los árboles, y la ganadería. Asimismo, deberán reforzarse las estrategias de gestión del agua, como la irrigación por precisión.

“Satisfacer las necesidades de las personas dentro de los límites planetarios es la cuestión existencial del siglo XXI”, afirma Andrew Fanning, investigador de la Universidad de Leeds y coautor de un estudio que ha abordado este desafío con datos de 150 países.

Para cada uno, los autores han estimado si transgredía siete límites medioambitales (CO2, fósforo, nitrógeno, agua, impacto en la ecología, la tierra y los materiales) y si cumplía con nueve indicadores de desarrollo social (esperanza de vida, acceso a comida, salud y educación, democracia, igualdad, empleo, etcétera).

Actualmente, ningún país consigue un buen resultado social sin transgredir los límites medioambientales. Los países que no los superan tienen un perfil social muy deficiente.

Sin embargo, hay señales de esperanza. En los países menos desarrollados socialmente, cualquier mejora en ese ámbito va aparejada con un incremento en el uso de recursos. Pero llega un punto en el que esta relación se rompe. Tras alcanzar cierto nivel de bienestar social, cuesta mucho que este siga aumentando, por mucho que se incremente el uso de recursos. O sea, los recursos adicionales no repercuten en un beneficio social, sino que lo hacen en acumulación de capital o en el consumo de las élites ricas, o se convierten en residuos.

“Hay un nivel de suficiencia en el uso de recursos que basta para responder a las necesidades sociales. Estas se pueden satisfacer sin consumir más. O se puede reducir el consumo sin perder demasiado socialmente”, explica Fanning.

Unas vacas pacen en un campo de la Bretaña francesa donde se han instalado aerogeneradores. Una transición ecológica exitosa requiere un reemplazo casi total de las energías fósiles con otras realmente renovables, lo que excluye el gas. Foto: Mal Langsdon / Reuters

Unas vacas pacen en un campo de la Bretaña francesa donde se han instalado aerogeneradores. Una transición ecológica exitosa requiere un reemplazo casi total de las energías fósiles con otras realmente renovables, lo que excluye el gas. Foto: Mal Langsdon / Reuters

El agotamiento de los combustibles fósiles y la vulnerabilidad de las infraestructuras energéticas a las inclemencias del clima podrían dinamitar la disponibilidad de energía para la ciudadanía. La falta de suministro generaría desigualdades y colapsos en la industria. Incluso los coches eléctricos se quedarían sin posibilidad de recargarse.

La instalación de placas solares debería diversificarse y descentralizarse, y habría que promover, por ejemplo, las hidroeléctricas de pequeña escala y el almacenamiento local de energía.

“Si calculamos qué energía y recursos necesitamos para vivir una vida digna, vemos que es físicamente posible conseguirlo dentro de los límites planetarios. Sin embargo, necesitamos patrones de desarrollo distintos”, afirma Giorgos Kallis, investigador de ICREA y experto en decrecimiento en el Institut de Ciències i Tecnologies Ambientals (ICTA-UAB).

¿Cómo sería una sociedad global sostenible? No tendría por qué ser un retorno a las cuevas. Niveles de consumo como los que se dieron entre los años 60 y 80 podrían ser aceptables. Eso, sin duda, afectaría a muchos aspectos de la vida diaria. Habría que olvidar el coche individual, el fin de semana fuera de la ciudad, la escapada a Berlín en 'low-cost', la camiseta barata de usar y tirar, el menú diario con chuletón, el mango de postre y quizá incluso el móvil personal.

Pero las diferencias más radicales no estarían en lo individual, sino en lo sistémico. Energía renovable en lugar de combustibles fósiles. Generación local y distribuida en lugar de grandes centrales. Desglobalización de la economía y regionalización de la producción. Reducción del movimiento de mercancías. Sistemas alimentarios con menos carne y más vegetales. Agricultura ecológica y local en lugar de intensiva. Soberanía de las comunidades sobre sus recursos en lugar de neocolonialismo. Casas más pequeñas con espacios compartidos. Desplazamientos diarios más cortos y en transporte público. Reducción de la aviación e incremento de los trenes.

Unos operarios instalan placas solares en una azotea de Barcelona. Una infraestructura energética resiliente precisa de una generación más distribuida y local. Foto: Manu Mitru

Unos operarios instalan placas solares en una azotea de Barcelona. Una infraestructura energética resiliente precisa de una generación más distribuida y local. Foto: Manu Mitru

Olas de calor concatenadas, inundaciones y lluvias torrenciales aflorarán no solo de forma más frecuente, sino que lo harán en ciudades europeas que nunca las habían sufrido. Las noches tropicales se convertirán en algo habitual en parte de Europa.

El urbanismo deberá tener el cambio climático más en cuenta que nunca. Los bosques urbanos deben dejar de ser considerados una excentricidad y habrá que apostar por los tejados verdes y por ciudades más amables con el peatón y la bici que con el coche.

Hay cierto consenso, sin embargo, en que este mundo es inalcanzable en el marco del business as usual capitalista. “El crecimiento económico es intrínseco al capitalismo. Desacoplar el crecimiento económico del impacto medioambiental es un mito. Tenemos que enfrentarnos a montar otro sistema socioeconómico distinto al capitalismo”, afirma Carmen Duce, experta en movilidad de Ecologistas en Acción y coautora de un trabajo sobre la decarbonización del transporte mundial.

Kallis replica que es imposible acabar con un sistema socioeconómico en un día. Pero sí aboga por superar el paradigma del crecimiento. “No hay que actuar de forma ideológica y abstracta, sino práctica”, afirma. Este investigador llama a aprender de experiencias distintas a la economía de mercado pura y dura, como el socialismo yugoslavo o la socialdemocracia nórdica. También ve como un primer paso positivo el Green New Deal de Alexandria Ocasio-Cortez, que, sin embargo, no se ha impuesto en EEUU.

Una plétora de propuestas (decrecimiento, poscrecimiento, economía de estado estacionario, etcétera) está intentando abordar la cuestión. “Actualmente, sin crecimiento hay impactos negativos, por ejemplo en el trabajo. Hay que romper esta dependencia del crecimiento, para poder aplicar medidas ambientales más radicales”, afirma Fanning.

Un tren circula por las inmediaciones de Barcelona. Un mundo sostenible debería recortar drásticamente los vuelos (más difíciles de 'descarbonizar') y reemplazarlos por viajes en tren. Foto: Manu Mitru

Un tren circula por las inmediaciones de Barcelona. Un mundo sostenible debería recortar drásticamente los vuelos (más difíciles de 'descarbonizar') y reemplazarlos por viajes en tren. Foto: Manu Mitru

La subida del nivel del mar a causa del deshielo y del calentamiento del mar amenaza con inundar parcialmente o por completo algunas poblaciones costeras.

La protección de los humedales costeros ralentizaría la subida del nivel del mar. Esto permitiría ganar tiempo para reubicar a la población que viviera en las zonas de riesgo

La magnitud del reto es desconcertante. Actualmente, la Unión Europea importa productos equivalentes a lo que producirían 130 millones de trabajadores europeos y la gran mayoría de la energía y del pienso necesarios para su consumo también son importados, según datos de Mario Giampietro, investigador del ICTA-UAB. "Si todo el mundo viviera como los europeos no habría bastante tierra ni recursos", alerta el investigador.

Decrecer no es nada fácil. “Si a Messi le quitas el 80% de lo que come, no seguirá jugando a la pelota igual. Si miras lo que necesitan su cerebro, su hígado o su corazón para funcionar, y haces la suma, ves que no puedes reducir tanto sin matarle”, afirma.

En otras palabras, hay servicios fundamentales para el bienestar de la sociedad que no se pueden recortar, localizar o desglobalizar fácilmente. Por ejemplo, los hospitales. O todo lo que permite que la mayoría de la población viva en ciudades con empleo en el sector terciario, y solo una ínfima minoría se dedique a la agricultura.

“Tuvimos una economía circular durante miles de años. Pero al coste de una esperanza de vida de 45 años, mujeres tratadas como esclavas y una vida terrible”, afirma. Según Giampietro, hacen falta cambios apoteósicos en la identidad de las personas y en su manera de relacionarse que ve complicado que ocurran espontáneamente.

Un poblado indígena en el Amazonas. El cuidado de los ecosistemas por parte de estas comunidades (al contrario de la explotación neocolonial) se ha demostrado como una eficaz medida para preservarlos. Foto: Pablo Herrera.

Un poblado indígena en el Amazonas. El cuidado de los ecosistemas por parte de estas comunidades (al contrario de la explotación neocolonial) se ha demostrado como una eficaz medida para preservarlos. Foto: Pablo Herrera.

La crisis climática impactará en la salud con más fuerza todavía que en los inicios de este siglo. A los problemas que ya comportan los días bochornosos y las olas de calor se podría añadir la expansión de enfermedades infecciosas como la malaria en el corazón de Europa.

Herramientas como las alertas tempranas de frío o de calor extremo serán muy útiles, aunque también será imprescindible reforzar la sanidad pública. Además, se necesitará mucho apoyo psicológico para las personas afectadas por los eventos extraordinarios y las migraciones inducidas por el clima.

Ante la magnitud del reto, llama la atención la casi total ausencia de ideas políticas potentes. Duce apunta a los movimientos sociales y ecologistas, sobre todo en el sur global. “No hay una alternativa, sino miles de discursos políticos locales, que constituyen una red entre ellos”, afirma. Fanning, por su parte, cree que las ciudades es el ámbito donde más se está avanzando políticamente. “Son el entorno en el cual es más fácil ver que no necesitamos crecimiento, sino una buena vida en comunidad”, afirma. Este experto mira con esperanza al modelo de Barcelona, por ejemplo.

La debilidad de la política contrasta con la urgencia del problema. Por un lado, ya estamos viendo los efectos del calentamiento. Por el otro, el petróleo se está haciendo cada vez más difícil de extraer. El cambio de sistema socioeconómico tendrá que ocurrir por fuerza, apuntan diversos expertos.

“A lo largo de la historia, no tenemos grandes ejemplos de redistribución voluntaria, que no haya pasado por catástrofes o guerras”, constata Kallis. “Sin embargo, hoy mucha más gente entiende la situación. El clima está cambiando verano tras verano. Vemos el colapso de estructuras que dábamos por seguras. Las ideas que dicen que podemos hacer las cosas de forma distinta van a ser cada vez más relevantes”, concluye.

Protesta ecologista contra el uso del carbón como combustible. La presión ciudadana vuelve a ser clave para seguir avanzando. Foto: Greenpeace/Pedro Armestre

Protesta ecologista contra el uso del carbón como combustible. La presión ciudadana vuelve a ser clave para seguir avanzando. Foto: Greenpeace/Pedro Armestre

Un reportaje de EL PERIÓDICO

Textos:
Michele Catanzaro
Diseño e ilustraciones:
Andrea Hermida-Caro y Ricard Gràcia
Coordinación:
Rafa Julve