La revolución de las mujeres mayores: "Ahora sí que somos libres"

Seis veteranas explican cómo redefinen el envejecimiento femenino y señalan problemas del colectivo, como la pobreza, el edadismo o la falta de atención a la vejez

La revolución de las mujeres mayores: "Ahora sí que somos libres"

Seis veteranas explican cómo redefinen la vejez femenina y ponen el foco en problemas del colectivo

Textos: Núria Marrón
Imágenes: Joan Cortadellas / Videolab

Aquí llega un mensaje desde el futuro para las mujeres que, camino de la mediana edad, empiezan a enfrentarse con pavor a todas esas ideas que hablan de la menopausia como el “el principio del fin” o como si se tratara del “ángel exterminador” de los años dorados. Porque -aquí llega la buena noticia- todo ese relato negro que pesa sobre el envejecimiento femenino poco o nada tiene que ver con el día a día de las nuevas generaciones de mujeres mayores. Las autodenominadas "hijas del rock & roll" están echando disolvente sobre viejos clichés al tiempo que alzan la voz contra problemas acuciantes del colectivo, como la pobreza, el edadismo o el acceso a la salud, a menudo minimizados o directamente ignorados en la agenda y las políticas públicas.

"Puede sonar sorprendente, pero yo me siento más libre que nunca; desde que me jubilé ya no tengo horarios y, a diferencia de cuando era joven, entro y salgo cuando quiero”, afirma Teresa Franco. El diagnóstico de esta vecina y activista de Santa Coloma de Gramenet no dista del resto de mujeres de más de 70 años que en este reportaje dan cuenta de cómo su vida –cuando la salud y la pensión lo permiten, tema crucial al que volveremos- no es en absoluto ese callejón estrecho y tenebroso cuajado de bisturís, sacrificios y pañales contra las pérdidas de orina con el que se suele retratar el envejecimiento femenino.

"Yo me siento más reconciliada con el cuerpo que a los 20 años”,

“Yo también me siento más libre que nunca”, se suma Rosa Xivillé. Liberada y, por cierto, “mucho más reconciliada con el cuerpo que cuando tenía 20 años; cuando me miro, ¡veo a una de 'Las tres gracias'!”, añade, divertida. “El sexo a nuestra edad es como un tabú, ¡madre de dios santísima!, pero yo ya hago todo cuanto quiero, con mi marido o sola”, suelta Teresa entre risas. “Con las amigas no hablo de sexualidad, pero sí con mis nietas”, tercia Joana Binefa. Y Maria Lluïsa Pi, la 'lletraferida' del grupo, contribuye a la animada conversación con un hecho irrefutable: que, en definitiva, las mujeres de su generación se han hecho mayores un poco a tientas, "sin demasiados referentes públicos, porque la cultura siempre ha escondido a las señoras mayores”.

Joana Binefa

  • 86 años
  • Taquígrafa jubilada. Tiene 3 hijos, 8 nietos y tres biznietos
  • De Barcelona, vive en Cabrils
"Soy activa y vital, y si una cosa no puedo soportar es cuando se habla a las personas mayores con diminutivos, como si tuviéramos 2 años. Yo eso no lo quiero vivir"
"Desde joven siempre he hecho bastante lo que he querido"

Marga Manzanares

  • 74 años
  • Jubilada, con pensión mínima. Activista vecinal, tiene una hija
  • Vive en Santa Coloma de Gramenet
"Yo estoy bastante decepcionada e indignada. Hay muchas mujeres que se han hartado a trabajar, dentro o fuera de casa, y no tienen pensiones para vivir con dignidad"
"Con 24 años dije basta y me fui de casa: había tenido muchos enfrentamientos con mi padre. Con el tiempo, creo que salí ganando"

Y todas, casi a coro, aportan, mancomunadas, tres convicciones. Convicción número uno: “Las amistades y los vínculos son fundamentales en esta etapa, una potente ayuda emocional y práctica” (Marga Manzanares). Convicción número dos. “La experiencia aporta la sabiduría y la tranquilidad de por fin poder relativizar y vivir los contratiempos como si al día siguiente no fuera a acabarse el mundo” (Inés Sánchez). Y convicción número tres. Todas, con mayor o menor intensidad, tienen una sensación íntima de estar "protagonizando una revolución en marcha”.

Desde luego, no es que este grupo de veteranas esté atravesando esta etapa con un optimismo alucinado. La psicóloga e investigadora Anna Freixas (Barcelona, 1946), autora de ‘Yo vieja’, ve latir en ellas algo bastante común entre sus coetáneas: una obcecada resistencia a vivir el ciclo vital con un “desánimo sombrío y permanente, poniendo la mirada exclusivamente en las pérdidas y deterioros con que determinados agoreros amenazan nuestra vejez”.

Freixas pone este pie de página al corrimiento de tierras que se está viviendo en el flanco sénior femenino: “Hemos vivido y envejecido durante un periodo de enormes cambios sociales, políticos y culturales y, sobre todo, somos la primera generación que ha experimentado la revolución de la longevidad”.

“Hemos vivido y envejecido en un tiempo de enormes cambios y somos la primera generación en experimentar la revolución de la longevidad”, afirma Anna Freixas

Teresa Franco

  • 76 años
  • Tuvo una peluquería y pollería. Tiene dos hijas y dos nietos.
  • Nació en Barcelona. Activista vecinal en Santa Coloma, donde fue concelaja en la anterior legislatura
"Yo ahora me siento más libre que nunca; a diferencia de cuando era joven, entro y salgo cuando quiero sin dar demasiadas explicaciones"
"En casa viví un auténtico control por parte de mi madre: 'debes tener cuidado', 'vigila con el novio', no paraba de repetirme"

Rosa Xivillé

  • 73 años
  • Ejerció de secretaria. Jubilada. Soltera e involucrada en el mundo asociativo
  • De Cabrils.
"En Cabrils me llaman la 'síndica de Greuges': todos aquellos que tienen un problema vienen a mí para ver si se puede solucionar"
"Yo ahora me siento mucho más libre. Antes tenías que trabajar, asegurarte el dinero. Ahora la pensión me permite viajar, estudiar... Soy dueña de mi vida"

De hecho, las mujeres que accedieron a la vida adulta en los años 60 y 70 -y que, ya en su momento, pusieron patas arriba el trabajo, la familia y la sexualidad- están ahora replanteándose “una vejez diferente porque, cuando se dan unas condiciones favorables, también puede ser una vida buena”, reivindica Freixas. La psicóloga, no obstante, lanza una enmienda al llamado envejecimiento activo. Ella defiende una jubilación "confortable, libre y afirmativa". Nada de ansiedades ni mandatos de hiperactividad: solo faltaría que, llegados a este punto, se debiera tener una agenda de ministras para recibir certificado de ciudadanía.

Los datos de la satisfacción sénior están ahí. A partir de los 50 años –se apunta en ‘Yo vieja’- las mujeres se sienten más contentas. E incluso a los 80, se es “más feliz” que a los 18. La psicóloga lo relaciona con la liberadora edad del 'yo-ya' (ese estribillo compuesto por frases del corte “yo ya paso de todo”, “yo ya le digo a mi hija lo que pienso”, “yo ya no me preocupo por lo que diga la gente”). Una etapa en la que, además, muchas se están poniendo las “gafas grises” para señalar con el índice esa doble discriminación que supone ser mujer y mayor en una sociedad obcecadamente edadista que penaliza cualquier signo de envejecimiento por aquello de que el capital social de una mujer va estrictamente ligado a su juventud y atractivo sexual.

Es la etapa del 'yo ya': "yo ya paso de todo", "yo ya no preocupo de lo que diga la gente"

“Las viejas no estamos locas, sino hartas”, apunta Freixas, que reivindica esa palabra históricamente sucia y abyecta para un colectivo que llega con el hatillo lleno de agravios.
Veamos. A Teresa, por ejemplo, le irrita, y no saben cuánto, hacer alguna observación y que se le conteste “es que tú ya eres vieja”.

Maria Lluïsa Pi Planas

  • 82 años
  • Fue secretaria de dirección. Tiene tres hijos y tres nietos
  • De Barcelona
"En esta estapa me preocupa la salud, yo quiero ser dueña de mi vida hasta el final"
"Fui secretaria de dirección y siempre me ha encantado leer y los idiomas: me gustaría ponerme de nuevo con el inglés y el alemán"

Inés Sánchez Maíllo

  • 73 años
  • Ha trabajado en Sanidad. Tiene dos hijos y una nieta
  • De Salamanca, vive en Santa Coloma de Gramenet. Activista vecinal
"Estoy viviendo una etapa preciosa desde que me jubilé: creo que son los mejores años de mi vida. He pasado toda mi vida controlada, por horarios, fichajes y órdenes. Ahora, en cambio, vivo una libertad total y lo estoy disfrutando"
"Casi siendo una niña dejé Salamanca y vine a Santa Coloma a trabajar. Esta ciudad me lo ha dado todo. Mi madre solía decirme que, de tanto que había cambiado, no parecía su hija"

Y si algo no soportan Joana y Maria Lluïsa es que se las abuelice (“solo somos abuelas de nuestros nietos”), que les hablen a todo volumen (“como si todas fuéramos sordas”, apunta Rosa) y, casi lo peor, que las traten con diminutivos y cursilería hiriente, “como si fuéramos niñas de 2 años”. “Llegado el momento, yo casi prefiero morir a tener que aguantar que me hablen así”, añade Joana.

Porque una cosa es que en sus vidas estén ensayando nuevas formas de libertad y otra que no puedan articular en un pispás un acuciante orden del día de reclamaciones. La primera y fundamental: una “pensión digna de verdad” para todas, hayan o no cotizado en el mercado laboral. “La sociedad tiene una deuda moral” con todas estas mujeres que han tenido dificultades en el acceso a la educación y el trabajo remunerado, y que se han pasado la vida sosteniendo a sus familias, señala Freixas, aludiendo a los sangrantes índices de pobreza del colectivo.

Siguiendo con el recuento, nuestras protagonistas también tienen mensajes para la familia (“a veces se han de poner límites con los hijos, porque una cosa es brindar ayuda puntual y la otra criar a los nietos a tiempo completo”, afirma Inés); andanadas incendiadas contra el trato que reciben en los bancos, y por supuesto articulan importantes enmiendas a la atención médica.

“Yo estoy harta de explicar alguna dolencia y que me respondan recordándome la edad que tengo, sin ir más allá; yo ya he dicho que no quiero más pastillas”, dispara Rosa.

No se trata de una mera sensación personal. El consumo de psicofármacos (hipnosedantes, analgésicos y antidepresivos) entre las mujeres sigue siendo más elevado que entre los hombres, una realidad asociada a las cargas sociales femeninas, señala la endocrina Carme Valls. A más edad, más recetas, de ahí que mientras la cifra de mujeres entre 15 y 44 años que consumen estos medicamentos es del 20%, la media asciende al 38% cuando se incluyen las mujeres hasta los 80 años.

Más allá de eso, hay otros tres aspectos que también les preocupan sobremanera. Uno es acabar perdiendo el control sobre sus vidas y que, llegado el caso, alguien decida por ellas (precavidas, la mayoría tiene testamento vital). El segundo es el precario estado de los servicios de atención a las personas mayores, que a menudo no las aligera de la atención a familiares dependientes y les propone geriátricos que jamás querrían pisar para cuando ya no sean autónomas (“el modelo tiene que cambiar radicalmente, no se puede tener como negocio el cuidado de personas mayores", apunta Inés). Y el tercero, ya de responsabilidad generacional, es el legado que les gustaría dejar a las que vienen detrás. “Creo que hemos ensanchado lo que hoy significa ser una mujer mayor -reflexiona Marga-, y espero, aunque a veces tengo dudas, de que las que vienen detrás recojan nuestra semilla y sigan empujando".  

Un reportaje de EL PERIÓDICO

Textos: Núria Marrón
Imágenes: Joan Cortadellas / Videolab
Infografías: Alex R. Fischer
Coordinación multimedia: Rafa Julve