"Queremos salir de fiesta y perrear sin miedo"

Cuatro chicas de entre 19 y 24 años relatan a EL PERIÓDICO su relación con la noche. Hablan de la diversión que hallan en ella, pero también de los problemas a los que se enfrentan, las estrategias que ponen en marcha y cómo urge acabar con el acoso y los reclamos machistas que a menudo se utiliza desde el sector del ocio nocturno.

Textos: Elisenda Colell
Imágenes: Manu Mitru y Jordi Otix

La ola de pinchazos de este verano ya se ha desvanecido, pero ha ahondado en los miedos atávicos vinculados al ocio nocturno. Las más jóvenes, por supuesto, no renuncian a salir de fiesta y tienen claro que urge un trabajo social para que los espacios sean libres y seguros para todos, especialmente para las chicas y el colectivo LGTBI.

Mientras, siguen saliendo cada fin de semana a discotecas, fiestas de barrio, bares o cualquier espacio con la música alta y la luz baja... Aunque, admiten, a menudo se ven obligadas a compartir estrategias de apoyo porque no gozan de la libertad que les pertocaría. Aquí va el relato de cuatro chicas con las que, probablemente, muchas jóvenes se sentirán identificadas.

La sensación es algo así como tener que llevar un arnés. Algo que las proteja. Suele ser el móvil. O el contacto visual con las amigas. Tenerlas cerca, por si acaso. Porque está claro que les gusta salir de fiesta: reír, bailar y, por un rato, dejarse llevar. Lo mismo que hacen sus amigos varones y heterosexuales. Saben que les pueden pasar cosas que ellos no vivirán jamás, pero tampoco quieren renunciar a la fiesta. "Sobrevivimos. Creo que tenemos derecho a salir de fiesta y a perrear sin miedo y yo lo hago, pero sé que también hay un peligro para mí", resume María González, quien sentencia, a bocajarro: "A menudo la fiesta es un negocio montado alrededor de nuestros cuerpos para que los hombres puedan actuar a sus anchas como depredadores".

Las presiones, o los miedos de salir de fiesta, llegan antes de abrir la puerta de casa. "Cuando te vistes, cuando te maquillas, ya empiezas a tomar decisiones", cuenta Sara Trallero. Ella, por ejemplo, tiene algunos pantalones y faldas 'gafados'. Son aquellas prendas que llevaba cuando alguien, sin permiso, le ha tocado el trasero o alguna parte de su cuerpo. "Es asqueroso. Y me jode porque hay pantalones que me gustan y ya no me los vuelvo a poner", dice. "A mí me gusta salir de fiesta vestida de forma sugerente, pero siempre me pongo una sudadera ancha o algo para salir a la calle", explica María. Todas asienten. La sudadera o el jersey holgado se vuelven imprescindibles. También en verano. "Hay gente que te mira en el metro como si te estuviera desnudando", explica Natalia Avellán, de 19 años.

Luego, viene la fiesta. Ya sea en la plaza mayor de un pueblo, la pista de baile de una discoteca o un simple 'terraceo' entre semana. "Cuando salgo, voy a pasármelo bien, a bailar, que me encanta, especialmente el reguetón y el perreo. A ver, también se liga, quien diga que no miente. Sin embargo, para mí es algo secundario", explica Emma Hurtado. Música a tope, luces de colores... y a disfrutar. "A mí me encanta eso de estar a oscuras, las lucecitas brillantes, la música... ¡y darlo todo! Soy y he sido tan feliz en esos lugares que me niego a tenerme que ir de ellos", afirma María.

Natalia tampoco ha dado un paso atrás, pero recuerda bien la primera vez que fue a un local. Tenía 15 años. "Lo tenía tan mitificado que acabó siendo un trauma. En la barra había 10 o 20 señores mayores mirando el culo de las chicas... y me lo acabaron tocando. ¡Me doblaban la edad! Fue asqueroso", explica. "Es que eras una niña... y ya estaban allí... ¿te das cuenta?", contesta María.

Como este caso, hay muchas vivencias de intimidación o asco conviviendo con recuerdos de diversión y euforia. "Ahí está el típico que se coloca al fondo y no deja de mirarte... y suelen ser tipos mayores que te doblan la edad y que van a la discoteca a mirarte, a acosarte", cuenta Sara Trallero. "Te pueden coger por la cintura en un local abarrotado", sigue Emma. Natalia recuerda corros de hombres alrededor soltando groserías. "Te sientes incómoda todo el rato", añade.

El 'oye, te invito a una copa' es también otra frase recurrente. "A menudo aceptas, sobre todo cuando eres más joven", dice Emma. "Pero después te das cuenta de qué significa: quieren algo a cambio". "Y si no accedes a ir a más, si luego te vas con tus amigas... se ofenden. Y eso puede ser muy peligroso, porque nunca sabes hasta qué punto va a llegar ese enfado", sigue María. En el fondo, coinciden, es una táctica más para arrastrarlas al terreno de la inconciencia. Como los intentos de sedación. "Yo siempre voy con el vaso tapado, con la mano, para evitar que me metan algo en la bebida. Y con lo de invitarme... he aprendido a decir que no". "Sí, pero es verdad que muchas veces te pones nerviosa, no sabes qué hacer y te puedes acabar enredando", admite Natalia. "Es que estos espacios están hechos para esto; para que que te bloquees, para que no sepas qué decir y termines diciendo que sí... Lo de las chicas que entran gratis con copa... somos un reclamo para ellos", insiste María.

Aunque ninguna de ellas dice haber sido víctima de una agresión sexual -de hecho, el 80% de los casos ocurren en los espacios de confianza como la familia, el trabajo o el grupo de amistades-, todas tienen recuerdos desagradables. "Los acosadores no son siempre desconocidos: a veces son amigos nuestros o gente cercana. Yo estuve perreando con un chico que creí que era mi amigo. De repente, me besó en el cuello. Estoy contenta, porque lo empujé y me lo saqué de encima", puntualiza Emma. Natalia asiente. Hace pocas semanas le pasó algo parecido con un colega de universidad. "Y sí, mis compañeros me escucharon, me entendieron... pero no le dijeron a él directamente: 'Eh, déjala y pírate'".

María toca en un grupo de música. "A veces tienes miedo de bajarte del escenario ¡y mira que es un espacio de poder!", exclama. Explica que en muchas fiestas mayores la primera fila está llena de hombres que se la comen con la mirada. Ella hace tiempo que ha dejado de ir a las discotecas más 'mainstream'. Un lugar donde las personas LGTBI a menudo no se sienten bien tratadas.

Tales escenas pueden pasar tanto en un bar de copas como en una fiesta alternativa. Una de las chicas explica que un chico quería ir a dormir con ella. 'No sabes las ganas que tengo de partirte en dos', le dijo. Ella huyó. "Estuvo toda la noche intimidándome, ahí, al lado. Y yo cogiéndome del brazo de un amigo...". Emma recuerda la reflexión que le hizo un chico al que conoció una noche. "Yo quería volver con mis amigas y él no me puso ninguna pega. Pero me dijo: '¿Qué les digo yo ahora a mis amigos? ¡No he hecho nada contigo!' Para ellos somos un trofeo del que tienen que fardar", reflexiona.

Cuando las luces de la discoteca o la fiesta se encienden, toca volver a casa. Algunas intentan hacerlo en grupo, o ir a dormir a casa de la amiga para evitar andar solas por la calle de madrugada. Si no hay más remedio, empuñan las llaves de casa como si fuera una arma y mantienen el móvil encendido. "A veces nos llamamos sin decirnos nada, para asegurarnos que estamos bien", dice Sara. Emma ha descubierto la bicicleta. "Así voy sola y nadie me sigue, es genial". Natalia no soporta que su hermano de 15 años pueda volver solo andando desde la otra punta de la ciudad y a ella le dé miedo. Y María tiene su propia estrategia. "Llevo gafas de sol y sudadera negra con capucha para pasar desapercibida... que no me vean".

Son los peajes a pagar para disfrutar de unas horas de diversión. "Creo que somos una generación que no va a renunciar a irse de fiesta, resistimos y nos rebelamos contra estas actitudes machistas. Nosotras no nos tenemos que ir, es el modelo de fiesta, las discotecas, los espacios, los que se tienen que adaptar a nosotras, cambiar su forma de funcionar y no permitir ni una machirulada", pide Emma.

Una vez en casa llega el mensaje tranquilizador. Quizá el más enviado. El más recibido. "Ya he llegado". Media sonrisa. "Me lo pasé bien. Valió la pena. Gracias, amiga".

¿Y qué papel han de jugar los hombres en este asunto? El psicólogo Oriol Ginés, psicólogo experto en machismo, explica en el siguiente vídeo cómo cambiar la masculinidad puede acabar con la violencia machista.

Un reportaje de EL PERIÓDICO

Textos:
Elisenda Colell
Imágenes:
Manu Mitru y Jordi Otix
Coordinación:
Núria Marrón y Rafa Julve