MUJERES INFORMÁTICAS

El reto de combatir el síndrome de la impostora

Por Helena López

Las estudiantes de Ingeniería Informática de la FIB de la UPC han pasado del 9,4% en el curso 2018-2019 al 18,4% actual, una progresión esperanzadora, pero que muestra el largo camino que aún queda por hacer. Hablamos con dos investigadoras y tres estudiantes que lo tienen claro: las nuevas generaciones deben superar el síndrome de la impostora y la sociedad tiene que saber que los informáticos no son unos friquis: "Trabajamos para resolver problemas".

Cuando Àngela Nebot empezó a estudiar Informática, en 1982, ellas eran más o menos la mitad. La primera promoción todavía no había salido de la universidad, y entraban en un mundo completamente desconocido para todos. Un sector que, por aquel entonces -cuando había un solo macroordenador en toda la facultad, para el que tenían que reservar hora-, todavía no estaba masculinizado: era un mundo por construir. ¿Qué se torció, entonces, para que, cuatro décadas después, las estudiantes de Informática sean solo el 18,4%? Un porcentaje que, cabe decir, ha mejorado notablemente en los últimos cinco años: en el curso 18-19, ellas conformaban apenas el 9,4% del alumnado.

Para responder a la pregunta, Nebot
-profesora de la Facultat d’Informàtica de Barcelona (FIB), investigadora del Departament de Ciències de la Computació de la UPC y jefa del grupo de Soft Computer (además de única mujer del equipo hasta hace nada, que entró una segunda)- apunta una lista de motivos basados en numerosas investigaciones internacionales (aquí trabajan con datos). “Un primer factor fue el cambio de nombre. Pasar de Licenciatura en Informática a Ingeniería Informática. Al ver la palagra 'ingeniería', muchas chicas se echan para atrás. Ahí hay una parte de autopercepción, de falta de autoestima, de ‘Yo no podré hacer una ingeniería’”, relata Nebot, especialista en Inteligencia Artificial (IA), quien habla también de barreras sociales, económicas y familiares, y apunta un reto importante: la enseñanza de la Informática en el colegio.

“La Informática tiene que enseñarse en las escuelas y debe hacerse bien. No se trata de que hagan ofimática o, en el mejor de los casos, crear videojuegos que solo consisten en matar y que interpelan solo a una parte de la población”, explica la profesora, convencida -también con datos en la mano- de que, “en general, a las mujeres nos llena más ayudar a la sociedad, ¡y la Informática sirve para eso, pero esa idea no se está transmitiendo”, sigue la investigadora, quien ha trabajado desde la UPC en proyectos como una aplicación que permite hacer una terapia de reminiscencia, intentando llegar a las emociones de personas mayores con demencia a través de imágenes o de canciones. “Contra más avanza la demencia, las personas se acuerdan más del pasado", explica.

"Cuando les pones una melodía que les recuerda a su madre, una persona que está vegetando de repente empieza a mover el brazo, a seguir la música...”, ejemplifica, convencida de que hay que luchar contra el estereotipo que retrata al informático como un friqui antisocial, todavía muy vigente. “A mí me encanta ‘The Big Bang Theory’, pero hace un daño horroroso”, zanja la investigadora entre risas, muy involucrada en la Red europea para el equilibrio de género en Informática.

Anna Queralt también es profesora de la FIB e investigadora, en su caso en el Barcelona Supercomputing Center. Entró en la facultad en 1997, solo 15 años después de que su colega Nebot, y el panorama ya era completamente distinto. De los 80 estudiantes que eran en clase en primero, solo había cinco chicas, y después alguna lo dejó. “Seguimos tres, que todavía somos amigas”, recuerda

“Al principio, cuando aún estudiaba, trabajé en una pequeña empresa, mi única experiencia laboral fuera de la universidad. Éramos tres estudiantes, dos chicos y yo, y ahí sí noté una diferencia en el trato. A ellos les daban trabajo más de informático y, a mí, más de secretaria. Y yo pensaba ¿por qué, si yo seguramente tengo mejores notas que ellos?”, recuerda la profesora, quien señala que, tras esa mala experiencia inicial, su vida laboral dentro de la facultad no ha sido así en absoluto.

Como Nebot, Queralt tiene claro que habría muchas más vocaciones si a las niñas les llegara de forma más clara cuanto se puede hacer si estudian Informática. “De hacerlo, pueden dedicarse desde hacer películas de Disney hasta trabajar en Netflix para mejorar la experiencia de los usuarios”, afirma. “Al final, todo se basa en datos; datos que nos dan información para hacer mil cosas, para entender mucho mejor el mundo; mi trabajo es mejorar el tratamiento de datos para trabajar con cantidades más grandes de datos”, concluye.

Tanto Nebot como Queralt coinciden también en otra cuestión, no por sabida, menos importante.

“Tenemos proyectos relacionados con el cambio climático, con mejorar la vida de las personas mayores... Nuestros últimos trabajos los hemos enfocado mucho a la Medicina. A mí me interesan los temas que lleguen a la sociedad, pero a veces nos falta ese paso. Nos dan dinero para hacer un proyecto, para desarrollar una metodología nueva de IA y lo hacemos. Sin embargo, con un poco más de financiación, podríamos hacer que esa metodología llegara a la sociedad; y para ese último tramo, no hay dinero. O te pones a crear una empresa, que entonces sí, te ayudan, o se queda aquí; y yo no tengo edad ni ganas de crear una empresa”, lamenta Nebot.

Marta Granero, Núria Canals y Sara Méndez tienen entre 21 y 22 años, estudian entre tercero y cuarto de Ingeniería Informática en la UPC y llegan con las ideas muy claras. “Me gustaría trabajar en una empresa en la que mi opinión tuviera un cierto peso, y el trabajo que hiciéramos se viera reflejado en algún ámbito relevante para la sociedad, en la medicina, por ejemplo”, asegura Granero, a quien desde pequeña le gustaba jugar a la Nintendo y a la Wii.

Las tres trabajan ya en el INLab FIB UPC, laboratorio de innovación e investigación del centro, cada una en un proyecto distinto. Granero, por ejemplo, en un estudio sobre qué ocurriría si Barcelona pusiera un peaje urbano, como ya hacen otras ciudades. Cómo evolucionaría la congestión o el comportamiento del tráfico para esclarecer si la medida reduciría, o no, la contaminación.

Canals, la más joven de las tres, tiene claro a qué se quiere dedicar y también está bastante lejos del estereotipo de informático. “Me encanta el deporte y he querido juntar las dos cosas que más me gustan. Quiero trabajar en alguna de las muchas empresas vinculadas al deporte, haciendo mapas de calor. En el momento exacto ya están aportando datos: el porcentaje de pases de un jugador... Y no solo puede hacerse con el fútbol, donde está ya muy implementado: me gustaría hacerlo en otros deportes para visibilizarlos”.

Las tres compañeras de estudios y trabajo coinciden en algo más: su optimismo. “Cuando entramos en la facultad [hace tres o cuatro años], era extraño ver a chicas haciendo Informática, pero ahora ya no tanto. Una cosa que me sorprende es que en Informática hay menos alumnas, pero en grados como Ciencia de Datos o IA ha aumentado mucho el número de mujeres", apunta Méndez, quien, sobre su futuro, tiene claro que quiere “seguir aprendiendo”. Seguir los pasos de mujeres como Nebot y Queralt o tantas otras profesoras -en las últimas décadas han sido muchas más las docentes que las alumnas, fruto de aquellas primeras generaciones-, o, yendo más lejos, de Margaret Hamilton, la investigadora que puso las bases para que ‘el hombre’ llegara a la Luna, o Hedy Lamarr, la mujer que inventó el wifi.

Los datos, cómo no, confirman la percepción de Méndez. Mientras en Ingeniería Informática, tras múltiples campañas de captación de vocaciones impulsadas por la propia UPC y otras administraciones, la cifra de chicas ha ascendido del 9% al 18% -todavía muy lejos de lo deseado, pero avanzando en la buena dirección-, otros estudios con nombres sobre los que hay menos estereotipos muestran datos mucho más esperanzadores hacia la igualdad: en Ingeniería Biomédica ellas son el 59% y en Ingeniería de Diseño Industrial y Desarrollo del producto están al 50%.
En el otro lado de la balanza, en Ingeniería de la Automoción, el curso pasado eran solo el 3,77%.

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Un reportaje de EL PERIÓDICO

Textos: Helena López
Imágenes: Jordi Òtix
Diseño: Andrea Hermida-Carro
Coordinación: Rafa Julve