Del ladrón del hambre al ciberdelincuente

Por Guillem Sánchez
Diseño, ilustraciones e infografías:
Andrea Zúniga y Francisco J. Moya

En 1978 la delincuencia en Barcelona seguía siendo la misma que antes de la muerte del dictador, en noviembre de 1975. Tampoco la sociedad española había tenido tiempo de cambiar. Ese año, sin embargo, ya se estaban cociendo los ingredientes que las transformarían a ambas por completo.

La rigidez del estado franquista había controlado las calles a costa de dominar a los ciudadanos con policías al servicio del caudillo. Pero la democracia entregó a las personas más libertad, un espacio que también aprovecharon los criminales. En los años 80, en parte gracias a una amnistía considerada indispensable para cambiar de régimen y a una ley más garantista con los derechos de los procesados –a quienes intentaba rehabilitar en lugar de tratar como despojos– la calle entró en ebullición.

De los delitos del hambre cometidos por ladrones que temían más el ruido de su estómago que el de los disparos de la policía, se pasó a la violencia de atracadores o a los navajeros cada vez más ansiosos por el mono de la heroína. También desembarcó por primera vez en España el crimen organizado, que tenía acento italiano. En 1984 la policía arrestó al primer gánster: Antonio Bardellino, del clan Casalesi.

Durante años, los miembros de la mafia usaron Barcelona como un rincón en el que refugiarse de guerras internas libradas en Italia. Pero esto les gustó. Invirtieron en pizzerías y en la construcción. Más adelante, conscientes de que había poca competencia criminal y de que el puerto de Barcelona era ideal para meter la droga en el continente, también se pusieron a traficar.

Los Juegos Olímpicos de Barcelona obligaron a limpiar –un verbo no elegido al azar– la ciudad de delincuentes, toxicómanos y prostitutas. Una acción que llevaron a cabo la Policía Nacional y la Guardia Urbana. Los Mossos d’Esquadra tardarían todavía 13 años en desplegarse por la capital catalana, en 2005.


Evolución de la presencia de los Mossos d’Esquadra en Catalunya

Duró poco aquella operación de limpieza. La desaparición de las fronteras europeas o la moneda única dio muchas facilidades a los delincuentes, que dejaron de ser locales para ser extranjeros que actuaban integrados en baterías globales, conscientes de que podían delinquir y cambiar de país –y de policía y de marco legal– para alcanzar la impunidad.

La delincuencia actual no se parece en nada a la de 1978. El boom cannábico iniciado en 2015 ha convertido Catalunya –y el resto de España– en un huerto de marihuana. "Exportamos marihuana e importamos crimen organizado", advertía hace poco el comisario de los Mossos, Ramón Chacón. Las organizaciones criminales han sembrado plantaciones a lo largo y ancho del territorio catalán y se pelean para dominarlo convirtiéndose en la amenaza más grave para la paz social en Catalunya.

EVOLUCIÓN DE LA TIPOLOGÍA DE DELINCUENTES

En paralelo, la mayoría de los ciudadanos pasan cada día más tiempo en el entorno digital. También ahí los ciberdelincuentes llevan ventaja a los cuerpos policiales y ya son capaces de detener el Hospital Clínic, estafar a ancianos y a mujeres que buscan el amor o abusar sexualmente de los menores sin que sus padres puedan protegerlos.

Y en los próximos 45 años...

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Un reportaje de EL PERIÓDICO

Textos:
Guillem Sánchez
Diseño e ilustraciones:
Andrea Zuniga
Coordinación:
Rafa Julve, Ricard Gràcia y Iosu de la Torre