Educación
El 'bullying' se enquista por las dificultades para identificarlo y la nula intervención inmediata
Los expertos alertan de los fallos en los protocolos antiacoso y reclaman movilizar a fiscalía y servicios sociales
Pablo Duchement, perito judicial: “No todo el 'bullying' es una cuestión de autoestima, hay niños que son psicópatas”

Un niño de primaria sostiene un cartel contra el bullying, a la salida de su colegio, en Madrid. / Jose Luis Roca

Que un niño amenace a otro con pegarle si no le da un euro no es 'bullying'. Tampoco lo es que una niña insulte un día a una compañera de clase. Ambas situaciones, siempre y cuando sean puntuales, son episodios de violencia de baja intensidad. Si no se tratan y atajan desde el primer momento se cronifican en el tiempo y sí pueden convertirse en 'bullying'. El acoso escolar crece en España (del 9% al 12% en un año, según la fundación Anar) y la comunidad educativa tiene claro que una de las principales barreras para erradicarlo es, precisamente, la dificultad para identificarlo. Cuando se reconoce y se registra, emerge otro problema: la nula intervención inmediata.
El suicidio de Sandra Peña y Dani Quintana, ambos de 15 años y posibles víctimas de acoso, evidencia los múltiples fallos del sistema. En septiembre, la Fiscalía General del Estado mostró su preocupación por “la falta de prevención e intervención en el entorno educativo” ante los delitos de acoso escolar, cifrados por primera vez en su memoria anual: 1.196 en 2024. La Fiscalía del País Vasco, que investiga un caso de 'bullying' a la semana, reconoce que los protocolos de los colegios no solucionan un problema de semejantes dimensiones dado que, en muchas ocasiones, la víctima termina cambiando de escuela. De hecho, un estudio de Funcas de 2024 reveló que, ante la inacción del centro educativo a la hora de activar el protocolo y solucionar el caso, el 24% de las familias toman la decisión de cambiar a su hijo de centro.
“No todos los conflictos escolares son 'bullying'. En el acoso escolar hay una persona que hace daño intencionadamente o humilla y otra, la víctima, que lo sufre. Además, no hablamos de un hecho puntual sino alargado en el tiempo durante meses o años. Saber diferenciar qué es 'bullying' y qué no es el primer paso para acabar con él”, explica el profesor Toni García Arias, director del colegio público Joaquín Carrión (San Javier, Murcia). Autor del ensayo 'Aulas sin bullying, aulas sin miedo' (editorial Pirámide), el docente reconoce lo difícil que es detectar el acoso. “Primero porque a los profesores nos falta formación y porque, muchas veces, el acoso se produce fuera del aula y no lo vemos. Los testigos nos pueden ayudar, pero, lamentablemente, sigue muy presente la figura del chivato”, añade.
"Los centros son permisivos con la violencia de baja intensidad. Si normalizamos insultos y pequeñas agresiones, poco podemos esperar de ese colegio en el mantenimiento de la convivencia"
Ni los niños ni las familias ni la comunidad educativa son realmente conscientes de los peligros del 'bullying' y las consecuencias en la salud física y mental que perduran a lo largo del tiempo. Por eso, García Arias pide actuar desde el primer momento: desde que el 'bullying' no es 'bullying'. “En general, los centros educativos son muy permisivos con la violencia de baja intensidad, motes ofensivos, insultos, pequeñas agresiones o referencias al aspecto físico. Si aceptamos que insultar hasta en tres ocasiones a un docente es algo que entra dentro de lo normal, poco podemos esperar de ese centro en lo que respecta al mantenimiento de la convivencia entre los menores”, destaca.
Fallos en protocolos
El divulgador insiste en que, una vez detectado el 'bullying', es necesario abrir siempre un protocolo. Se trata de un paso imprescindible que, sin embargo, también tiene agujeros. “Los menores agresores suelen reconocer el abuso que han perpetrado, pero las entrevistas tienen que celebrarse en presencia de los padres. Y ahí lo niegan todo”, lamenta el director escolar. El segundo problema que tienen los protocolos, en su opinión, es que a las administraciones educativas no les gustan las sanciones contundentes y las normativas suelen proteger mucho a los alumnos disruptivos. “La expulsión temporal no soluciona la violencia pero, en los casos más graves, hay que decretarla y acompañarla de otras medidas, como trabajar con la familia y seguir la vía de la justicia restaurativa, donde el menor acosador acude a talleres de psicoeducación para aprender habilidades sociales”, continúa.
Otro gran fallo del sistema para terminar con el hostigamiento es considerarlo como un problema académico exclusivamente. El autor de 'Aulas sin miedo, aulas sin bullying' insiste en la necesidad de tratar cada caso con absoluta urgencia desde el mismo momento de la detección, lo que incluye movilizar a la Fiscalía de Menores y a los servicios sociales. Asegura que, sin una actuación contundente por parte de ambas instituciones, los casos de acoso se quedan reducidos a “simples reprimendas” que solo afectan al ámbito escolar, perpetuando el acoso y la sensación de impunidad.
Países nórdicos
A diferencia de lo que ocurre en España, en muchos países nórdicos, la intervención de fiscalía y servicios sociales es prácticamente inmediata. Además, no es la única vía para plantar cara al acoso. El filósofo David Pastor Vico, profesor de Tutoría pedagógica en la Universidad Nacional Autónoma de México, explica que las escuelas finlandesas han implantado un sistema bautizado con el nombre de KiVa y cuyo objetivo no es sancionar al alumno que hostiga a otro sino que la clase entera proteja al alumno que está siendo acosado. En su opinión, el estudiante que vapulea lo hace por varios motivos, pero siempre hay un denominador común: la connivencia del grupo, que le aplaude y le admira por "lo chulo que es", y el silencio del resto, que mira hacia otro lado. El acosador busca poder, pero si los espectadores no reaccionan de manera positiva a sus comportamientos agresivos no consigue esa posición de superioridad a la que tanto aspira y deja de acosar.
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