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Girona

Sufre un ictus ingresada en el Trueta y no se lo detectan hasta al cabo de tres días

Los familiares alertaron al personal del Trueta de la afasia que sufría la paciente en diversas ocasiones, pero no le dieron importancia y no le pidieron un TAC hasta tres días después

La Montserrat, durante su estancia en el Trueta

La Montserrat, durante su estancia en el Trueta / DdG

Albert Soler

Albert Soler

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Alguien puede pensar que en los hospitales un paciente está controlado y que, ante una enfermedad grave, se encuentra en el mejor lugar para ser atendido. La Montserrat, dentro de unos días cumplirá 88 años, también se lo pensaba. La realidad la desengañó. Sufrió un ictus mientras estaba ingresada en el Hospital Josep Trueta, y hasta prácticamente tres días más tarde no le hicieron un TAC para diagnosticárselo. Demasiado tarde: los ictus se tienen que tratar durante las primeras 24 horas, después ya solo se puede mirar de mitigar las secuelas, tal como le reconoció el neurólogo del mismo Trueta.

Montserrat entró en Urgencias del Trueta el 2 de octubre con un infarto. Fue intervenida para destaparle una arteria y acto seguido pasó a estar en observación, en una habitación monitorizada, ya que la seriedad de la intervención y su edad así lo aconsejaban. Sorprendentemente, el viernes 3 y el sábado 4 ya estaba totalmente recuperada, hablando lúcidamente y tranquilamente, tanto con las visitas como con todo el personal sanitario que la atendía. Pronto podía volver a casa, la mujer vive sola y es completamente autónoma: en las tareas de la casa, va a comprar y cocina, no solo para ella sino a menudo para la familia que la visita.

La mañana del domingo 5, sin embargo, las alarmas saltaron. La persona que horas antes estaba lúcida, no podía hablar bien y tampoco razonaba como siempre. Los familiares fueron los primeros en alertar de la afasia que sufría, tanto a auxiliares como a enfermeras y doctoras. La respuesta fue que «la gente mayor, ya se sabe, en los hospitales se suele desorientar, es habitual». Durante todo el domingo, el lunes y la mañana del martes, cada persona que hablaba con la Montserrat detectaba la evidente afasia. Los familiares continuaban insistiendo al personal, la respuesta era siempre la misma: la gente mayor, ya se sabe... Alguna enfermera incluso respondió de malas maneras a la nieta de Montserrat, que se dirigía a ella llorando: «yo estoy muy ocupada, cuando venga un doctor se lo explique». Dos doctoras diferentes del Trueta se limitaron a decirle a Montserrat que siguiera el dedo con la mirada y que moviera la lengua a un lado y otro. Con eso dieron por bueno descartar el ictus, sin hacer ningún TAC.

No fue hasta el martes que alguien pidió hacerle un TAC a Montserrat (quizás la enfermera que se asustó al reconocerla y ver cómo se comunicaba, la única persona que se extrañó de la situación). Poco después, se informaba a los familiares que este TAC dejaba claro que había sufrido un ictus la noche del sábado, tres días antes, cuando se encontraba monitorizada y bajo observación en una habitación. La afasia de Montserrat la tuvieron delante de las narices todos los auxiliares, enfermeras y doctores que se le dirigieron («es cosa de la gente mayor», repetían como un mantra) durante tres días, pero además fueron alertados repetidamente por los familiares de que aquello no era normal. Por si no fuera suficiente, con la operación de corazón a la que fue sometida (han sabido todos ahora), existe la posibilidad de que algún coágulo de los que se desprenden de la arteria, se desplace hasta el cerebro. Con todos estos datos en la mano, dejaron olvidada a Montserrat, con un ictus en una habitación de hospital. Durante tres días. Incluso el lunes (antes de hacerle el TAC) la cardióloga que la visitó ya hablaba de darle el alta, porque «del corazón se ha recuperado perfectamente». No importaba que no se pudiera mover ni fuera capaz de mantener una conversación, no importaba que hubiera entrado con el cerebro en perfecto estado y ahora lo tuviera dañado: tenía que irse a casa cuando todavía ni siquiera le habían hecho el TAC para comprobar qué le pasaba. «La gente mayor, ya se sabe...».

Una vez se supo que el Trueta fue incapaz de detectar un ictus en una paciente ingresada a pesar de todos los indicios que tenía, no hubo ni una sola disculpa, ni un solo «lo sentimos mucho». La familia ha puesto el caso en manos de un bufete de abogados.

Únicamente el neurólogo que le hizo finalmente el TAC y que ninguna responsabilidad tenía en todo lo que había ocurrido antes, al saber los detalles repetía una vez y otra «me sabe muy mal».

-Las primeras 24 horas son básicas, cuando alguien sufre un ictus- reconoció.

-Ya, pues resulta que las primeras 24 horas esta mujer estaba en una habitación del Trueta. Y las segundas 24 horas también. E incluso las terceras 24 horas. Y nadie hizo nada.

-Me sabe muy mal.

Ahora Montserrat se encuentra en un centro sociosanitario para hacer la rehabilitación. Quiere volver a vivir sola y autónoma. Quiere mirar de recuperar el habla y la movilidad, cosa nada fácil, a los 88 años. Pero testaruda, lo es. El otro día, con lágrimas en los ojos, decía a su nieta:

-Yo no tengo ninguna culpa y mira cómo me encuentro, y todo porque los del hospital no han hecho bien su trabajo. ¿Cómo se arregla esto, ahora?

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