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Obituario

Enric Canals, tiempo y memoria

Muere Enric Canals, exdirector y miembro del equipo que fundó TV3

El periodista Enric Canals, en una imagen en 2009

El periodista Enric Canals, en una imagen en 2009 / FERRAN NADEU

Josep Cuní

Josep Cuní

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Si un amigo es aquella persona con la que se puede hablar en voz alta, Enric Canals fue mi amigo. De infancia y juventud. Aquella época en la que asoman los sueños y se forjan los destinos. Es lo que tiene repartirse a suertes Tiana, el pueblo en el que nacimos, para decidir a qué parte del municipio iba cada uno durante las vacaciones escolares a llevar a domicilio el pescado encargado por las familias veraneantes.

A la espera de destinos repetitivos, el reto de quien se hacía con la mejor propina y quien regresaba antes al cuartel general donde siempre aguardaba algún saco de mejillones por limpiar.

Después vinieron las cuitas adolescentes, las rivalidades por los escarceos amorosos, los estrenos de carnet de conducir camino de la discoteca y los incipientes debates políticos, cuyas opciones Enric Canals siempre tuvo claras y defendía con ahínco. Le venía de familia.

Hijo de una pareja perdedora de la guerra civil pero defensora a ultranza de la lengua y la cultura catalanas a pesar de todas las prohibiciones, Enric, penúltimo de cinco hermanos, tomó el relevo silente del compromiso generacional. Y esto lo reflejó muchos años después en la mayoría de sus producciones televisivas que hurgaron en documentales y programas que dejaron huella.

Eso fue mucho más tarde de su paso por TV3 como jefe de programas y director y donde me introdujo como apuesta en otro cruce de caminos. Allí había llegado de la mano de Alfons Quintá. El ya entonces polémico personaje con quien antes había inaugurado la redacción catalana de El País después de haberle hecho el trabajo de coordinador y productor de “Dietari” programa emblemático de Radio Barcelona que marcó las primeras agendas de la política catalana cuando buena parte de ella se movía entre el temor y la esperanza.

Fue allí, en los cubículos subterráneos de la calle Casp convertidos en despachos de las estrellas del momento, cuando la transición intentaba asomar la cabeza y las calles hervían de expectación, donde volvimos a coincidir y compartimos vicisitudes de unos tiempos apasionantes para la información y sus percances. Situación que él ya analizaba con precisión y cautela.

Era en aquellos espacios sin apenas ventilación donde ya podían escucharse las reacciones sorprendentes y arbitrarias de su jefe. El que acabó siendo conocido como “el fill del xofer” en clarificadora biografía de Jordi Amat.

Ni entonces ni después Enric quiso opinar de su mentor para quien investigaba y escribía y a quien debía trabajo y confianza.

El último periplo común pasó a través de Sara, su hija. Una excelente profesional, corresponsal inteligente, culta y políglota, de quien su padre se sentía orgulloso.

Las últimas veces que coincidimos me agradeció sentidamente que le hubiera procurado una silla en la redacción a quien lleva su apellido y recoge su relevo. Y a los dos divertía evocar un tiempo que ninguno quería olvidar. I no ho faré, Enric. Gràcies.

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